Tertulianización

IGNACIO CAMACHO, ABC – 14/05/15

· Las campañas han adoptado el sombrío paradigma shakespereano: ruidosos cuentos contados por idiotas, carentes de sentido.

La banalización de la política ha aproximado las campañas electorales a aquel concepto sombrío de la vida según «Macbeth»: cuentos contados por idiotas, llenos de ruido y furia, carentes de sentido. Gente que no tiene nada que decir hablando para gente que no tiene ganas de escuchar. Tonterías desparramadas.

A las consignas huecas y las falsas amabilidades de costumbre, al rito tradicional de pasear plazas y mercados con sonrisas postizas, la posmodernidad ha añadido el descubrimiento de las frases de laboratorio repetidas en las redes sociales. La excusa de movilizar a los votantes en tiempos de alta abstención por desencanto ha derivado en carta blanca para la agitación de instintos hostiles y la moda de la emocionalidad se convierte en coartada para prescindir de argumentos racionales. Los discursos parecen dirigirse sólo a dos clases de ciudadanos: los intonsos y los sectarios. Los únicos capaces de tragarse esta cháchara superficial acrecentada por el reciente invento de la democracia de tertulianos. Procedentes del vivero de la televisión, muchos candidatos se han contaminado del lenguaje del espectáculo. Se obsesionan con la ocurrencia en busca de los titulares, el retuiteo o la portadilla de los telediarios.

En medio de esta apoteosis trivial hasta se echa en falta el influjo de los arriolas, esos gurús que aconsejan a sus patrocinados pasar inadvertidos y de puntillas, fundidos en la mediocridad para no equivocarse. Cuando un tipo sensato como Albert Rivera incurre en la improvisación, la ocurrencia o la desmesura –ay, qué caro puede pagar su arranque de fundamentalismo generacional, su prepotente liquidacionismo de «joven guardia»– es porque la campaña se le hace demasiado larga.

Algunos se sienten obligados a acaparar la atención todos los días sin comprender que quien más habla más riesgo corre de proferir un desatino. Viven pendientes de los decimales de las encuestas y se inyectan titulares como yonkis de un protagonismo que no les hace falta; con sus expectativas altas serían mucho más eficaces callados. Podrían dedicarse a besar niños, sonreír discretamente y repetir cuatro ideas básicas, pero la contienda provoca una necesidad ficticia de relevancia, de concitar atenciones innecesarias.

Es el síndrome de la tertulianización, del estrellato de los platós donde se fabrica una política de baja calidad y consumo urgente. Ese espejismo de popularidad volátil induce a pensar que se ganan votos haciendo el payaso en primetime o cantando boleros en telekaraokes. La hipótesis más desalentadora sería la de que fuese cierto, la de que la sociedad sólo atiende a la gestualidad de la astracanada y es proclive a comprar la ruidosa quincallería de baratijas ideológicas. La de que el share es un correlato de las urnas. En ese caso la pretendida, suspirada regeneración habría desembocado en una democracia de Operación Triunfo.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 14/05/15