Tiempos de cambio

Aunque el Euskobarómetro dé como esperanzadora conclusión que la mayoría de los vascos apoyan una alianza entre el PNV y el PSE, lo que ya sabemos los viejos del lugar, es que cuando opina la gente eso, al final, el que de verdad gobierna es el PNV. Esto es lo grave. Vuelve el pasado, aunque escondáis vuestras vergüenzas escondiendo la estatua de Franco.

La demostración palpable de que estamos ya en otra época es que hayan quitado de la plaza del Ayuntamiento de Santander la estatua ecuestre del Caudillo. Porque aquí y en sus entornos, en esto que no sabemos cómo llamarlo, si Estado o España, Euskadi o Euskal Herria, Cantabria o la Montaña, por aquí, por estos andurriales, lo que de verdad marca el cambio de época es el hito emotivo. Es la historia sentimental la que nos conciencia de los cambios y no la política. Ni siquiera creemos que lo económico sea lo determinante, pues nuestro marxismo, reconozcámoslo, es religioso y no científico.

Aunque yo tengo un amigo que se siente amputado en su existencia cuando quitan todo vestigio de Franco, porque dice que él si se le enfrentó. Y, ahora, ¿a quién va a decir que se enfrentó si no existió, si no queda más vestigio que el de su estatua en Mellilla? Que se siente defraudado, que él si se le enfrentó en su existencia para que vengan otros a enfrentárseles en su inexistencia. Y eso no vale, ¡ya está bien!, roza la indignación, porque, en el fondo, lo que se quiere esconder, escondiendo sus estatuas, son las vergüenzas y los silencios, si no colaboracionismos, con el que ahora yace ecuestre en los depósitos municipales bajo una púdica lona a forma de sudario histórico.

Mi amigo se teme que él mismo tampoco exista, porque hace un mes fue al Ministerio de Justicia a pedir un certificado de aplicación de la amnistía que se dictó para los rojos tras la muerte del dictador, y por la cara que le pusieron todas y todos, las funcionarias y funcionarios ante los que tuvo que desfilar como fenómeno circense cual la mujer barbuda, pues no tenían ni idea de la amnistía, -¡Ay Dios, existen de verdad los de las cárceles de Franco!-, salió con la sensación de haber estado pidiendo condones en tan excelso edificio de la calle San Bernardo.

Dejemos la crónica sentimental que ya escribiera el añorado Manolo Vázquez Montalbán. Sí, de verdad, es tiempo de cambio, y lo es para algunas personas, las mejores. La sustitución de Fidalgo, un personaje con criterio y cultura en un país en lo que ambos no abundan, puede dar a entender que nos encontremos ante una época complicada y difícil especialmente para los trabajadores. Hubiera sido más tranquilizante ver a Fidalgo a la cabeza de tan importante sindicato para los tiempos que vienen, pero la gente está nerviosa. Enseguida echa al pasado hasta lo bueno que en él hemos tenido.

Lo que no echan ahí, al pasado, es lo malo que tenemos. Hasta Franco, que era muy malo, murió en la cama. El teorema de la política española debiera ser: «Nada cambia; lo malo permanece». Creíamos que Euskadi iba a ser la punta de lanza de la revolución internacional para descubrirla en la recepción del lehendakari como la corte del Pequeño Khan. Con besamanos incluido. Actos como éste no son más que pasado del más remoto, fiesta de un señor feudal para sus cortesanos. Y aunque el Euskobarómetro que dirige nuestro prestigioso catedrático Francisco Llera dé como esperanzadora conclusión que la mayoría de los vascos encuestados apoyan una alianza entre el PNV y el PSE, lo que ya sabemos los viejos del lugar, los que nos enfrentamos a Franco, es que cuando eso opina la gente, al final, el que acaba gobernando, el que de verdad gobierna, es el PNV. Esto es lo serio y grave. Vuelve el pasado, aunque escondáis vuestras vergüenzas escondiendo la estatua de Franco. ¡Feliz Navidad!

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 23/12/2008