José Luis Zubizarreta-El Correo

  • Mientras el mundo arde al rededor, nuestros partidos se encierran en sus conciliábulos para hablar de sus cosas ajenos a lo que sucede

Mientras retumban en los oídos las ensordecedoras explosiones de las bombas que caen sobre Ucrania y Oriente Medio, y ciega la vista el fulgor de las mortíferas luminarias que incendian sus cielos, nuestros partidos se recluyen en oscuros conciliábulos para debatir las cuitas que les preocupan y renovar a los líderes y las estrategias que les ayuden a seguir languideciendo. No muestran siquiera aquella serena actitud del estoico horaciano que, «mientras el orbe se derrumba a su derredor, aguanta impávido que caigan sobre él las ruinas», sino que dejan, más bien, entrever la embarazosa indiferencia de quien nada sensato o útil tiene que decir en un mundo atormentado que no sea el argumentario que le dictan su ‘parti pris’ y la obediencia debida. Para no equivocarse, mejor el silencio, pensará alguno. El caso es que nunca como en estos trágicos días para el mundo ha reunido, para hablar de sus cosas, ese nutrido enjambre de partidos que plagan el país.

Están, de un lado, los catalanes, que mucho tendrán que idear para poner en orden la maltrecha masía en que el destrozo sufrido por su aventurerismo los ha forzado a convivir. Otoño caliente, en verdad, en que junteros y republicanos tendrán que apaciguar desavenencias y reformular aspiraciones y proyectos, por si aún cupiere compartirlos. Muy crudo lo tienen. El descalabro causado por el viaje a ninguna parte en que el soberanismo se embarcó a lo largo de una década ha dejado el país desnortado, desangrado y exánime. No lo tiene mejor, pese a la autosatisfacción que aparenta, el socialismo español, que se ha visto obligado, por conveniencia táctica, a adelantar su congreso hasta el límite máximo que sus estatutos le permiten para no dar a su celebración un indeseado carácter de extraordinaria. No se trata, en este caso, de renovar líder y proyecto, sino de un alarde coral del ‘sostenella y no enmendalla’, que ahondará en la deriva que el partido viene padeciendo hacia el cesarismo y esa especie de variopinto centón de ocurrencias izquierdistas que lo hace irreconocible respecto de su reciente y lejano pasado. No sería impertinente evocar al respecto aquella otra deriva que, con el sabido desenlace, sufrió el socialismo italiano en los años de Bettino Craxi, si no fuera porque a nadie siquiera le suena ya aquel desaguisado en esta época de tanta desmemoria. La sosegada cita de los vascos servirá de contrapunto.

Y, viniendo a lo cercano, también el PNV y EH Bildu han convocado sus reuniones, el primero, con la calma que es ya marca, para el comienzo de la aún lejana primavera y el segundo para este mismo otoño. Tan alejadas están las citas que uno y otro se han fijado como dispares son los talantes con que ambos las afrontan. Los que gustan de llamarse abertzales viven el momento dulce de sus recientes éxitos electorales y de su aceptación incontestada en la normalidad democrática. Destacarán sus logros y se afirmarán en la estrategia. Ni hablar de cambios. Si acaso un discurso más prístino en la ambición soberanista y más clara insistencia en las propuestas de izquierda -últimamente sacrificados en aras de la normalización-, para evitar así que el proyecto se deshilache por los flancos y los jóvenes se sientan tan alienados como los viejos marginados. Continuidad y continuismo será, pues, la norma en personas e ideas.

Menos claro lo tienen los jeltzales. En el largo tiempo que les espera hasta principios de la primavera, la necesaria renovación de nombres e ideas que los inquietantes resultados electorales más recientes recomiendan los hará tropezar con reacciones nerviosas y vacilantes. Ya se atisban. La centenaria experiencia que los acompaña no será garantía infalible de acierto. El aliento que la izquierda abertzale les sopla en la nuca los obliga a tomar postura en la eterna disyuntiva entre el pragmatismo que exigen la gobernación del país y su sociología, de un lado, y el ensueño del más íntimo legado histórico, de otro. No es un reto al que no hayan debido enfrentarse en la historia. Una mirada atenta al mundo que nos rodea y que se reordena a partir de, entre otras causas, la convulsión que se ha citado al inicio de estas líneas podría ayudarles a dar con ese punto medio en que su tradicional realismo ha solido encontrar el equilibrio entre lo deseable y lo posible. En él volverían a compartir anhelos y preocupaciones con una sociedad vasca que, como el resto de las europeas, tantea en busca de referentes seguros con que orientarse en este mundo incierto.