Todos detrás

IÑAKI EZKERRA, ABC 15/02/13

· En realidad, el paso de Rajoy compromete a todos los cargos públicos de este país, incluso a los de su partido.

Creo que se minusvaloró inicialmente la iniciativa de Rajoy de hacer pública su declaración de Hacienda. Porque su efecto ha sido inmediato. Su efecto ha sido la exigencia elemental a Rubalcaba de que enseñe la suya para empezar a hablar de corrupción. Digo «para empezar». Y es que, sin ese paso previo, que el líder de la oposición se ha comprometido a dar en breve, no hay nada de qué hablar. Su autoridad moral y la de un PSOE que llevó esa lacra al paroxismo quedan más que cuestionadas. En realidad, el paso de Rajoy compromete a todos los cargos públicos de este país, incluso a los de su partido. Dicho paso debería ser el primer apartado de la famosa Ley de Transparencia. A partir de él, quien acusa pero excusa el cumplimiento de ese trámite se pone contra las cuerdas y se propina un puñetazo en el propio hígado. Si el paso de Rajoy nos parece poco, su saludable efecto viene a decirnos que con muy poco se desautoriza a muchos farsantes.

De acuerdo, mostrar la declaración de la renta y la del patrimonio no es suficiente. Pero es algo. Es mucho. Y no poder mostrarlas significa que has vivido en un ambiente de corrupción tal que llegaste a creer que te podías permitir el lujo de dejar pistas en tus cuentas fiscales. Las diferentes formas del mal son más compatibles de lo que se cree con esa clase asombrosa de ingenuidad. Lo que más sorprendió a las fuerzas aliadas y a los jueces de Nuremberg fue la cantidad abrumadora de pruebas que el nazismo había dejado de sus crímenes y que tenía su explicación en eso, en el ambiente de impunidad.

El ambiente es muy importante. Es decisivo. Es la gran clave de la corrupción en este país y en todos. Recuerdo una novela del escritor Tahar Ben Jelloun, «El hombre roto», que contaba el proceso por el que un hombre normal se iba convirtiendo en un funcionario corrupto. En ese camino no faltaba una esposa, una suegra y unos compañeros que se reían de él y lo despreciaban porque tenía principios y se resistía a hacer lo que hacía todo el mundo. No faltaba, en fin un ambiente que convertía la honradez en un delito.

En estos días el pueblo español clama por la honradez de nuestros políticos, pero hay que preguntarse si de verdad ésta ha sido un valor en alza entre nosotros. Una sociedad que rinde culto al dinero rápido, al triunfo fácil, a la telebasura y al pelotazo; al que más gana, al que más tiene, al que más fornica, al que más traiciona, al que más grita…, está condenada a la corrupción inevitablemente. ¿De verdad España valora hoy al hombre honesto? ¿De verdad la crisis ha servido para hacer más noble nuestro esquema de valores reales y prestigios sociales? ¿No tiene esta sociedad una doble moral y no considera al que no maneja pasta e influencias un infeliz, un pobre hombre? Lo que hay que conseguir no es que «la gente que quiera corromperse tenga miedo a que le pillen», como dice Rubalcaba, sino que haya un atmósfera moral en que la gentuza, miedosa o temeraria, sea poquita.

IÑAKI EZKERRA, ABC 15/02/13