JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • El republicano francés platónico es una forma contraria al republicano español platónico. El primero trabaja, acertando o errando, para construir sistemas democráticos viables. El segundo, para construir sistemas sectarios inviables

Los avatares de Los Republicanos franceses presentan un gran interés. Por razones evidentes, uno tiende a insertar ese partido en el rico universo teórico, y aun moral, evocado por el nombre que exhibe: los republicanos franceses. Pero, ¿es esa una relación de identidad? No. ¿De semejanza? No especialmente, otras especies políticas se considerarán más representativas del género republicano, incluso sin ordinales. El ejercicio de búsqueda de sentido remite en este caso, ay, al terror. Pero también a los conceptos esenciales del único sistema político que merece la pena preservar: la democracia liberal. Qué le vamos a hacer si la libertad remite a la sangre, los derechos a la matanza. Poca cosa, acaso el esfuerzo de entender y aceptar que un requisito indispensable de la democracia liberal es la efectiva sujeción al imperio de la ley (de la misma ley) en el territorio todo de un Estado, y que eso remite a una violencia legítima, una sin sangre necesariamente (díganselo a los gendarmes marroquíes), una sin matanzas. Un uso legítimo, proporcional y eficaz de la fuerza aplicado a la protección de las fronteras de nuestra(s) democracias, las fronteras del espacio Schengen.

Entonces, ¿qué formación encarna hoy a los republicanos franceses platónicos sin ordinales? El niño Macron, repelente y peligroso como todos los primeros de clase, levantará el dedo antes que nadie. No sin melancolía, lo levantará acto seguido Manuel Valls, más torpe y también más genuinamente republicano que Macron. Su torpeza no precisa glosa, y menos en España, y menos entre los que lo incluimos en el proyecto de Ciudadanos solo para vernos olímpicamente despreciados por el personaje. Ahí demostró que, más allá de su origen barcelonés, Valls era, además de impecablemente republicano, un francés de arriba abajo. O sea, el republicano francés que buscamos como Diógenes, con una lámpara a la luz del día. Doblemente francés: por lo olímpicamente despectivo —esa convicción de ser el mejor que exime de complejos a todos y cada uno de nuestros vecinos—, y por todo lo francés que impregna el adjetivo republicano cuando lo usamos en el sentido de esta columna.

El republicano francés platónico es una forma contraria al republicano español platónico. El primero trabaja, acertando o errando, para construir sistemas democráticos viables (reconocida la sangre seminal). El segundo, para construir sistemas sectarios inviables que pasan por la sangre y acaban en la sangre. No terminaremos si me abismo en las formas puras. Vuelvo a la gran cuestión: ojeado el género, ¿qué pasa con la homónima especie, Los Republicanos? Pasa que, como la propia República, se han roto. Solo que la República no la ha roto Le Pen sino la retahíla de gobernantes, de izquerda y derecha, cuyas insensatas políticas conducen al escenario que Alain Finkielkraut describió en ‘La identidad desdichada’. Entiendo lo doloroso que resultará a las bellas almas asistir a la salvación de los valores republicanos por parte de la hija de aquel demencial Le Pen. A la derecha socialdemócrata le explotará la cabeza.