Tres años después

TONIA ETXARRI, EL CORREO – 20/10/14

Tonia Etxarri
Tonia Etxarri

· La tesis del «dolor por ambas partes» resulta ofensiva para las víctimas de ETA.

Hoy se cumplen tres años desde que ETA anunció el final de su actividad terrorista. En este tiempo, los ciudadanos se han apresurado a olvidar la pesadilla sufrida durante más de cuatro décadas, mientras los políticos se enredan en la madeja de un debate poco exigente con quienes todavía se niegan a repudiar la trayectoria terrorista. Ya no hay temor a perder la vida. Pero los que padecieron directamente los azotes de la violencia, más identificados con las opciones no nacionalistas, observan con amargura que, después de 858 asesinatos y más de 300 aún sin esclarecer, una buena parte de la sociedad vasca premió en las urnas a los herederos políticos de ETA. Los datos son irrefutables. Un año después del anuncio de la banda, los ciudadanos vascos acudimos a las urnas. Y 276.989 (el 25%) auparon a la izquierda abertzale como segunda fuerza política del País Vasco.

En estos tres años se ha hablado mucho y se ha hecho todavía muy poco porque los herederos políticos de ETA están utilizando las instituciones democráticas para que la sociedad olvide la abominable trayectoria de la banda. Esa es su estrategia. Los ciudadanos están mucho más tranquilos desde que la banda terrorista anunció el fin de sus actividades y se ha desactivado en buena parte la radicalidad de los mensajes. Pero también se ha bajado el nivel de exigencia hacia la izquierda abertzale. Que tres años después del anuncio de ETA todavía estén en el Parlamento vasco sin impulsar la ponencia de pacificación porque EH Bildu tiene problemas para romper con la trayectoria de la banda, indica que las cosas no se están haciendo bien si lo que se pretende es cerrar el capítulo más vergonzoso de nuestra historia poniendo a las víctimas en el lugar que se merecen.

Los políticos tienen el deber moral y ético de contar la historia. Con mayúsculas. ETA, gracias al acoso del Estado de Derecho (no a una negociación imaginada por el New York Times) afortunadamente ya no mata. Pero los ciudadanos que sufrieron sus zarpazos tienen derecho a recordar qué ocurrió. Y las nuevas generaciones tienen derecho a conocer.

ETA mató mucho más en democracia que en la dictadura, como todo el mundo sabe. Hay que recordar para no volver a caer en el mismo error. Ya no el de ETA (que lo suyo no fue un error sino un inmenso horror) sino el de quienes empezaron mirando hacia otro lado y los que justificaron a los responsables de tantos desmanes en los «años de plomo». Los GAL no tienen (mejor dicho, no tuvieron , porque dejaron de existir hace muchos años) quienes les defiendan. Los casos de torturas en la lucha contra el terrorismo, tampoco. Por no remontarnos al franquismo que es donde algunos sectores políticos pretenden poner la moviola con la pretensión de mezclar, confundir y tergiversar el cuento. A ver si con un poco de habilidad, los 858 asesinados por ETA se difuminan en un cóctel que empezó a agitarse poco antes de los sesenta. Un cóctel que, mientras este país recuperaba sus instituciones democráticas, siguió provocando las muertes de la vergüenza ante una sociedad impotente y una clase política que tardó en dar el paso de considerar a ETA un «estorbo» para terminar considerándola «enemiga de la democracia».

La tesis del «dolor por ambas partes» resulta ofensiva para las víctimas. Ser victimario requiere tener la voluntad de matar a alguien. Ser víctima es una condición ajena, impuesta por quienes sembraron tanto odio. El relato sí importa. No se puede confundir a un ex preso de la banda terrorista que ha cumplido su pena y busca un acomodo laboral, con un reinsertado. Porque un asesino que no se ha arrepentido de su trayectoria y que, al contrario, está orgulloso de lo que ha hecho, no está adaptado a la sociedad. Podrá estar camuflado en un trabajo. O cobrando una pensión como si hubiera trabajado en su vida. Pero si sigue pensando que estuvo bien matar a ciudadanos inocentes, no está preparado para reinsertarse en la sociedad.

Otros piensan que fue un error político. Pero no es suficiente. Cuando mataban empresarios porque no pagaban su impuesto, cuando eliminaban a políticos y concejales democráticos, lo que hicieron fue una limpieza ideológica en toda regla. Por eso resulta perverso que desde la izquierda abertzale se intente hablar del sufrimiento generalizado y que algunos partidos caigan en esa tela de araña.

¿O no existe una diferencia entre quienes abandonaron el país por temor a ser detenidos al haber estado implicados en «delitos de sangre» y quienes tuvieron que irse de Euskadi porque estaban amenazados de muerte por ETA?

El paso del tiempo, los monumentos y reconocimientos están bien, pero no cicatrizan las heridas. No es honesto pretender extender la idea de que aquí todos hemos sufrido mucho. El asesino y el muerto. Si de quienes mataron se dice que fueron «abertzales» que actuaron en defensa propia, lo que quedará para futuras generaciones es la mistificación de la barbarie. Como una vía más de presión para imponer las ideas. Es decir: la justificación del terrorismo.

La izquierda abertzale alimenta su estrategia del olvido con algunos gestos de acercamiento hacia algunas familias de víctimas del terrorismo. Pero no tiene credibilidad ante los más afectados. A Sara, la hija de Fernando Buesa, no le sirve la presencia de EH Bildu en un homenaje porque sus mensajes no son coherentes.

Autocrítica pura y dura. Eso es lo que tiene que hacer ETA. Y disolverse.

TONIA ETXARRI, EL CORREO – 20/10/14