Kepa Aulestia-El Correo

La autonomía vasca no tiene más remedio que intranquilizarse, porque todo argumento opuesto a que Cataluña pase a un sistema de Concierto y Cupo por ser un privilegio inadmisible se vuelve contra la Euskadi foral. El PNV y el PSE van trenzando su pacto de gobierno de cara a la designación de Imanol Pradales como lehendakari el 20 de junio, al frente de un Ejecutivo que dentro de una semana nacerá con intenciones socialdemócratas, y con el propósito de consagrar un autogobierno tranquilo. Siendo esto último la condición para que pueda realizarse, siquiera en algo, un programa por más igualdad y más bienestar.

Un autogobierno tranquilo debe centrarse en exprimir las posibilidades de la autonomía más amplia de Europa evitando convulsiones y temeridades. El documento de bases del pacto PNV-PSE afirma algo que los socialistas habían contemplado con muchas reservas desde la aprobación del Estatuto de Gernika en 1979. Que a más autogobierno será también mayor el bienestar. Será así siempre que la pretendida reducción de la dependencia de Euskadi respecto al Estado central parta de un consenso rayano en la unanimidad, sea comprendido en el resto de España como un beneficio común, y siga los procedimientos legalmente previstos. Pero no solo eso. Un autogobierno tranquilo ha de ser consciente de que la autonomía vasca se encuentra tan al borde de su plenitud constitucional en el contexto europeo, que resulta difícil idear un marco de menos dependencia para los vascos que no resulte crítico para su bienestar.

La tranquilidad del autogobierno es el recurso que el PNV tiene más a mano para contener el ascenso de EH Bildu. Y también al que los socialistas vascos pueden aferrarse para afrontar los imponderables de la incierta legislatura de Pedro Sánchez. Si el escrutinio de las autonómicas y el de las europeas hubiese sido más positivo para los jeltzales, el PNV podía haberse visto tentado de gobernar con los socialistas mientras exploraba alianzas soberanistas con la izquierda abertzale. Pero no es el caso. Si Urkullu eludió presentar una propuesta de reforma del Estatuto, para encomendar la tarea a una ponencia parlamentaria imposibilitada de antemano, es posible que Pradales opte por enfriar aún más la cuestión. Cuando tampoco la «estrategia paciente» de EH Bildu parece dispuesta al desborde, sino al desgaste. Sencillamente porque esa es la pulsión sociológica de la izquierda abertzale desarmada. Que gobiernen ellos, mientras esperamos a no se sabe qué.

El autogobierno tranquilo tiene un flanco débil. Se llama Marta Rovira, la persona que tensionó al extremo la noche en vela en el Palau de la Generalitat entre el 26 y el 27 de octubre de 2017. Para después retirarse a Ginebra, mientras Oriol Junqueras iba a la cárcel. Muy a menudo la nación es imaginada en el exilio. Siendo legítimo que una catalana en el exterior, al frente de la enésima reconversión de ERC, tome como bandera que aquella comunidad no puede ser menos singular que la vasca. Aunque tal vindicación llegue cuarenta y cinco años después de que Jordi Pujol la desechara. El autogobierno vasco no tiene más remedio que intranquilizarse, porque todo argumento opuesto a que Cataluña pase a un sistema de Concierto y Cupo por ser un privilegio inadmisible se vuelve contra la Euskadi foral.