Un baño de realismo

EDUARDO TEO URIARTE – 02/11/15

Eduardo Uriarte Romero
Eduardo Uriarte Romero

· En tiempos de Zapatero el optimismo se adueñó de la izquierda, a partir de entonces no existirían problemas serios que mereciesen reflexión, ni siquiera la autocrítica, pasase lo que pasase, tenía razón de ser. Consignas adecuadas rechazaban la existencia de problemas o errores. Por el contrario, cualquier reivindicación por fantasiosa que fuera, cualquier planteamiento idealista por desbocado que fuere, contradiciendo el racionalismo, iba apoderándose de toda la izquierda. De esta manera surgió el socialismo mágico que transciende su origen y ha facilitado el nacimiento de Podemos. Grupos que no sólo han surgido debido a la crisis económica, sino también a la crisis ideológica y política de los partidos clásicos de la izquierda.

Desde entonces las consignas socialistas crearon el espacio en el que todo era posible, todo tenía una amable solución, hasta la contradicción entre las civilizaciones musulmana y occidental, o con los nacionalistas, y hasta con ETA mediante el diálogo. Y si al final no era posible la causa estaba en la maldad de la derecha, en su inmovilismo. Todo ello inscrito en un falso relato por el que la Transición fue un error (así se legitimaba a ETA) en el que se cedió demasiado, o porque se abandonó una feliz Republica como la del 36. Ante esta Disneylandia  para rojos infantilizados, subproducto de la sociedad de consumo, muchos jóvenes se apuntaron a la política para vivir de ella, pues nada malo podía pasar salvo la maldad del PP, en vez de vivir para ella. Para la gestión de problemas estos jóvenes no entraron en política, pero resultó que toda esa cosmovisión amable se vino abajo.

Héteme aquí que aquella tesis socialista de que el sistema no se rompía, de que lo aguantaba todo, se ve ahora en entredicho. Tras la crisis económica que dejó, la crisis política ha emergido tras gobiernos tripartitos catalanes y estatuto inconstitucional.  Una crisis política que el nacionalismo catalán plantea al Estado, crisis grave sólo comparable a la del 23 F. Adiós al feliz optimismo, adiós a la vida cómoda viviendo de la política, adiós a la imbecilidad del mensaje consistente en que la culpa de todo la tiene el PP. Hay crisis, hay política, hay que tomar decisiones que pueden ser trágicas y que por desgracia no van a ser todas dirigidas, aunque se intentará a la primera de cambio, contra el PP. El buenismo, la indecisión, las medias tintas, el echarle la culpa al que no la tiene, no sirve ya. Adiós al socialismo mágico, al PSOE le coge la crisis absolutamente fuera de juego, en la estratosfera de la realidad, y el aterrizaje en ella le supone un duro golpe que sólo puede realizar a medias aún con su mejor voluntad. El socialismo ante la crisis provocada por el nacionalismo se ha quedado colgado de su brocha, no sabe bien qué hacer. Se le podría aplicar la condena que Marx dirigiera a los revolucionarios parisinos: “los partidos que no saben qué hacer en los momentos determinantes deben pasar al muladar de la historia”.

No le ha quedado más remedio al “joven Sanchez” (feliz apelativo inventado por el maestro Santi González) que ir a la Moncloa en un gesto de responsabilidad meritorio teniendo en cuenta que toda su campaña, y su credo, se reduce a la maldad del PP y de Rajoy. Y ha tenido reflejos, porque si no le llama y no aparece junto a él frente a la secesión nacionalista, no sólo Ciudadanos podría superar al PSOE como opción electoral, sino que lo podría liquidar como partido. Volvió la política y al PSOE se le desmorona todo el discurso realizado desde los tiempos de Zapatero y nunca corregido, pues se imposibilitó la autocrítica. Le va a ser muy difícil volver al cauce constitucional y socialdemócrata, máxime cuando Ciudadanos ya le está ocupando el sitio. Se ha ganado a pulso llegar a ser un sobrero en la política.

Sin embargo la vuelta a la responsabilidad por parte de la izquierda  sigue siendo demasiado matizada, y parece hecha a regañadientes. Si leemos El País, la voz influyente en el socialismo, en el editorial del 28 de octubre, al día siguiente de que los grupos secesionistas presentaran su resolución “de desconexión”, había once menciones críticas a Rajoy y sólo cuatro a la propuesta separatista. Era demasiado el espacio dedicado a criticar al presidente del Gobierno frente al dedicado a criticar la declaración de secesión. Es decir, se prosigue con la actitud de no localizar con rotundidad el problema en el nacionalismo catalán y  desmesurar la culpa del presidente del Gobierno. En estos momentos seguir en esta estrategia, cuando hay que mostrar unidad frente a la crisis política, resulta suicida para el PSOE.

Y, sin embargo, qué ocasión tan oportuna ante la forma tan disparatada que ha adoptado el secesionismo catalán para resituarse en el marco político. Habría que felicitarse por la rudeza con que ha acabado el tal proceso, junto al secesionismo se presenta antisistema, escapándose de cualquier manera de control a sus promotores como suele ocurrir en este tipo de aventuras. Un proceso independentista con apariencias de ir pausadamente realizándose con vaselina, con falsas apariencias de moderación y democracia, ha acabado por tomar las formas más contestarias, radicales: se separa del mundo, sin apoyo alguno internacional, sin un duro para realizarlo y sin unos cuadros funcionariales que se lo pensarán muy mucho ante de declararse en abierta sedición. Sería el momento para Sánchez de quedar bien. Sin embargo tanto encono por un lado y tanto buenismo por el otro, le convierten en esta situación en un inútil políticamente hablando. Por eso la tan esperada reforma constitucional,   el bálsamo de Fierabrás para todos los problemas, resulta que no es más que un catálogo de buenas intenciones –no podrían ser otra cosa en sintonía con el pensamiento mñagico-, buenos deseos sin ninguna concreción.  Su aspecto de reforma federal por carecer de concreción puede acabar perfectamente en su contrario, en una reforma confederal. Es que cuando se abandona la política es muy difícil volver a ella.

Lo contario de Ciudadanos. Sabe que es su momento, conoce perfectamente al protagonista de la crisis, al nacionalismo catalán, no en vano surgió del movimiento cívico enfrentado a él. Por no ser un viejo partido sabe de política, pues en los viejos partidos se habla de todo menos de política, y utiliza con precisión los argumentos. No necesita variar nada su rumbo, simplemente destaca lo que ya venía diciendo, y por ello no es osado ni desmedido el plantear, nada menos al presidente del Gobierno por alguien  que todavía no tiene escaño alguno en las Cortes, un pacto por la estabilidad de España. Evidentemente, el conocimiento del adversario nacionalista, las carencias observadas en los grandes partidos respecto a su patriotismo constitucional, y la experiencia acumulada contra la arbitrariedad nacionalista, le otorgan a Ciudadanos en este momento y en esta crisis un protagonismo político merecido.

Desgraciadamente para el PSOE todo esto ocurre a dos meses de las elecciones generales y le descoloca totalmente, se le convierte en algo parecido, pero menor, de lo que le supuso al PP el 11M. Se queda sin saber qué decir, y si lo dice, como siempre a medias, carece de credibilidad. Y por otro lado, en el PP, a poco que diga algo, que comunique algo sensato Rajoy, o simplemente se mantenga en su papel de presidente Gobierno, la derecha puede sacar de las horas tan bajas a su partido ante las próximas elecciones.

Eduardo Uriarte.