EDITORES-Eduardo Uriarte

La década ominosa empezó el día en que se ocultó la Constitución y los patriotas liberales tuvieron que escapar de la represión. Sánchez el pasado día 21 tuvo su primer día de ignominia conferenciando de igual a igual con un gobierno que rechaza la Constitución, enaltece la rebelión, promueve la secesión, enmudece a los catalanes que quieren ser españoles, como los fueron sus antepasados, e impide al resto de la ciudadanía española el derecho de considerar Cataluña parte suya y disponer democráticamente su futuro. Día ominoso porque retiró la Constitución del encuentro.

Un hombre hábil, pues supo escapar de su Santa Elena para entronizarse de nuevo en Ferraz, no es capaz de asumir el consejo de propios y extraños de que su Waterloo estaba en Cataluña. Con su acrática política frente al secesionismo provoca no sólo su derrota personal, sino el hundimiento final de todo su partido, poniendo a la vez a España en una crisis asimilable a algunas de la II República -que así acabó como acabó-. Para colmo parece satisfecho manteniendo unas negociaciones imposibles con los golpistas, de la misma manera que Zapatero, con no demasiado escrúpulo a la legalidad constitucional, gustaba de unas eternas negociaciones con unos terroristas ya vencidos por la Guardia Civil. Es la búsqueda a cualquier precio de mantener e incluso engrandecer los problemas y las crisis para divinizar sus notables liderazgos, aún al precio de navegar sobre unos cánceres propiciados por ellos mismos. No sólo por los secesionistas.

La ideología y comportamiento que se asumieron en el socialismo español a partir del liderazgo de Rodríguez Zapatero, rompiendo con el reformismo social-liberal de González y la lealtad de éste al sistema del setenta y ocho, favorecen. en su deriva izquierdista y su vocación rupturista, los traumáticos movimientos que el actual presidente realiza sin aparente reacción en su partido. La enajenación partidista y por el poder moviliza a amplias capas del socialismo español inconscientes de la trascendencia de la voladura del sistema en la que están empeñadas.

Es de temer que el nivel de enajenación política de nuestro presidente sea muy superior a su nivel intelectual. Él, que no sabe contestar a López lo que es una nación, sabe mucho menos en qué consiste el nacionalismo. Desconoce la imposibilidad de todo demócrata de encauzar políticamente una relación con una ideología ajena al republicanismo liberal, integrista y totalitaria en esencia. Pero él en su enajenación izquierdista se aproxima al secesionismo porque rechaza lo existente, el sistema del 78, porque incluso le seduce la sana rebeldía secesionista. Además, porque, como sus aliados de Podemos, de declarada ideología antisistema, lo considera progresista.

 Iglesias es el que dirige, enlace plenipotenciario con todos los nacionalismos cesionistas, promueve un posible proyecto de República Confederal de los Pueblos Ibéricos, a la que con buen criterio no se adherirá Portugal tras el nefasto federalismo proudhoniano  de Pi i Margall de la I República. Confederalismo ya propuesto por el PNV y su nuevo Estatuto de autonomía. Por eso no quiere Sánchez distinguir federalismo de confederalismo, y le parezca positivo y normalizador el encuentro intergubernamental de Barcelona y el comunicado conjunto con la Generalitat sin referencia constitucional. Abrimos la etapa española del bolivarianismo: camuflándolo con una buenista intención de resolver con afecto la relación con Cataluña se apuntilla la Constitución.

Otra cosa es que el mejor escamoteo propagandístico no pueda esconder continuamente la realidad, y en esta ocasión ésta ha saltado ante la opinión pública por el escandaloso desistimiento ante el secesionismo carlistón y cuarenta y cinco heridos en una ciudad tomada y colapsada por las fuerzas de orden pero mucho más por la subversión. Sabe más de teoría política el mosso que le espeta a un cdr que la republica catalana no existe que Sánchez con su doctorado. Mosso que tiene que entrar de servicio para que Sánchez se saque fotos en trescientos metros de Barcelona y que probablemente acabe expedientado por defender la legalidad. Y, a pesar de todas las elucubraciones hacia una república confederal que haya presentado Podemos a los nacionalistas, éstos no lo aceptarán porque el nacionalismo nunca se sentirá satisfecho.

La ministra Celaá debiera conocer, tras su larga experiencia en Euskadi, que no hay política de “afecto”, como anuncia propagandísticamente, que amilane al nacionalismo. El efecto es el contrario. Mi compañero Onaindia, que gran parte de su vida fue nacionalista, muy nacionalista, consideró que no hay más política con el nacionalismo que la de la banqueta y látigo. El que acertó ante Hitler fue Churchill, y no Chamberlain. Incluso Churchill, que si sabía lo que era el nacionalismo, supo entender que lo único que el nacionalismo alemán iba a respetar era la fuerza que le opusiera el Reino Unido. El afecto y el raciocinio llegan a ser contemplados por el nacionalismo como la debilidad del demócrata, presa fácil -por eso contra el Caudillo pocos se levantaron y lo quieran hacer ahora-. Los alemanes sólo entendieron las brutalidades por ellos cometidas cuando los soviéticos entraron en el Reichstag, antes todo era permitido, justificado y exigible por Alemania y el III Reich. Exaltada enajenación.

En el nacionalismo la emotividad domina el intelecto, la enajenación izquierdista domina la del socialismo actual, y se encuentran ambas enajenaciones en un día ominoso. No hay más que ver la respuesta que le ha merecido a la portavoz de la Generalitat Artadi la política de afecto de  Celaá, para descubrir el enorme efecto negativo que la política de “afecto” del Gobierno socialista ha causado en el secesionismo. El proyecto de republica confederal puede irse al garete porque ni siquiera este supino disparate puede seducir la exaltación nacionalista empeñada ya en un proceso sin freno. Pero lo que si está consiguiendo el secesionismo es provocar la inestabilidad política más grave en España desde la Transición manteniendo de rehén a Sánchez en la Moncloa, aunque éste crea, con su compañero Iglesias, que están erigiendo la auténtica democracia popular en España.

Hay personas que como las mulas del duque de alba tras treinta años de guerra nada aprenden de estrategia. En Euskadi el nacionalismo sólo se amilanó tras su pérdida del gobierno autonómico, a manos de los socialistas gracias al generoso y nunca correspondido apoyo del PP, y a la ilegalización de HB -y luego legalizada por empeño del Gobierno Zapatatero para que ETA perviva entre nosotros hoy-. La fórmula para reconducir o embridar los nacionalismos existe, otra cosa es que el descerebrado socialismo actual, renegando con su pasado, simpatice con él, lo intente incluir en un proyecto de república confederal, y salga orgulloso de la foto creyendo haber realizado una gesta.

Hay quien reclama con el mejor de los criterios la necesidad de que el jefe de la oposición presente, ante tamaño disparate gubernamental, una moción de censura a Sánchez. Sería bueno este debate para entender de una vez si Sánchez encamina su vía de concesión hacia la autodeterminación secesionista de Cataluña, o se conforma con la disparatada vía confederal como parece anunciar el comunicado conjunto con la Generalitat cediendo el futuro de aquella comunidad sólo a los catalanes, hoy avasallados por el nacionalismo. Pero esa reclamación surge también para animar a barones y disidentes del viejo socialismo a pronunciarse ante la voladura institucional del 78 que Sánchez va provocando. Ingenua petición, quizás, al espíritu crítico en un partido dominado por la jerarquización e intereses, con el precedente del silencio mantenido ante la negociación con ETA. Entonces casi todos callaron. Ante el acceso de Sánchez al poder hasta personajes de cierto bagaje personal se sintieron seducidos por el poder, decepcionando profundamente la opinión que algunos teníamos de ellos.

La solución del problema del secesionismo catalán es fácil y conocida, pero el socialismo actual, con razones de permanencia en el poder a cualquier precio y su actual deriva izquierdista, nunca la va llevar a cabo, va a utilizar la crisis secesionista, por el contrario, para dinamitar el 78. La solución viene por otro lado, por otra política general ajena al izquierdismo y a la ruptura, de reforzamiento institucional y del Estado, y espero que los protagonistas del cambio electoral en Andalucía entiendan que el cambio en España, el final incluso del trato privilegiado a los desleales nacionalismos, empieza por el cambio en aquella región. A ver para cuando un gobierno constitucional en Andalucía. Es vital ante el riesgo de ruptura del sistema del 78.

 

25/12/2018