Un hueco difícil de llenar

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 12/05/2013

· Antonio Basagoiti ha conseguido, como ningún otro dirigente, proyectar sobre su actuación política los rasgos que definen
su propia seguridad.

Apenas una semana le ha hecho falta al presidente de los populares vascos, Antonio Basagoiti, para decir que se marcha y encauzar el siempre delicado problema que la sucesión plantea en los partidos políticos. Dicho y hecho. Se ha comportado, en el momento de su despedida, con el mismo talante expeditivo que ha caracterizado su actividad política y que parece formar parte de su propia personalidad. Quizá se haya resentido con este modo de actuar la pureza democrática del proceso –y ¡qué partido se atreve a presumir de pureza en la elección de sus cargos internos!–, pero nadie puede negar que se ha ganado en eficacia y que se han abortado todos los intentos que entorpecen la buena marcha de estos siempre enmarañados procedimientos. Las críticas que anteayer expresaron dos de los miembros más recalcitrantes del partido, flanqueando a la anterior presidente de los populares vascos, no han servido sino para cargar de razones al actual líder por la presteza de su actuación y la habilidad que ha mostrado para reducir a la mínima expresión –y a la más atrabiliaria– la eventual oposición a sus decisiones. ¡Quién podrá sumarse ahora a ellas sin exponerse al riesgo de ser tachado de resentido!

A la hora de juzgar la labor de Basagoiti, una de las dificultades a que uno se enfrenta consiste en la casi imposibilidad de distinguir su comportamiento político de su carácter personal. Verdad es que todo político deja en la actuación pública la impronta de su personalidad privada, hasta el punto de que aquella puede verse mejorada, o estigmatizada, por los rasgos más destacados que a esta última caracterizan. Así, la arrogancia o la modestia, el talante dialogante o impositivo, la prudencia o la intrepidez, son notas de la personalidad individual que, por mucho que pretenda evitarse, no pueden no dejarse sentir en el modo en que cada uno dirige la acción política.

Pero, en el caso del todavía presidente el Partido Popular vasco, es como si el propio protagonista hubiera querido erigir su modo de ser y de comportarse, su propia personalidad, en la nota que defina su proceder público. En tal sentido, incluso la deliberada fugacidad de su paso por la presidencia del partido, acortando a la mitad la duración de su segundo mandato, sería como el reflejo de la vertiginosidad que Basagoiti imprime a sus hábitos personales de vida. Lo que no se hace pronto, parece pensar, no se hace nunca. No cabe considerar, a este respecto, casual, ni mera curiosidad sin significado, el hecho de que, para sus desplazamientos, el presidente popular prefiera la moto, emblema de rapidez y agilidad, a cualquier otro medio de transporte.

Esta actitud personalizadora de la actividad pública, este ‘personalismo’ a la hora de ejercer la función política, tiene, como es obvio, ventajas y desventajas. Así, por ejemplo, el desenfado con que Basagoiti ha desempeñado su labor y la locuacidad con que siempre se ha manifestado han sido para no pocos signo de frivolidad, que desdice de la seriedad que debería mantenerse en la actividad política. Sin embargo, ese mismo desenfado y esa locuacidad de los que ha hecho deliberadamente gala el presidente popular han contribuido también a aminorar esa sobrecarga de dramatismo y de solemnidad, es decir, de mentira y de artificialidad, que caracteriza con frecuencia a la política vasca.

Añádase además, a este respecto, que Basagoiti ha sido uno de los políticos que menor resistencia ha puesto cuando se ha tratado de reconocer públicamente los excesos en que haya podido incurrir y en que de hecho ha incurrido. No resulta, pues, exagerado afirmar que la frescura que el actual presidente de los populares ha introducido en la política vasca compensa con creces la impresión de ligereza que esa misma frescura lleva a veces consigo.

Por otra parte, y aunque no sin relación con lo anteriormente dicho, el breve paso de Basagoiti por la dirección del PP vasco ha supuesto un auténtico vuelco tanto en el comportamiento político de su organización como en la percepción que de ella tenía la sociedad. El ‘principialismo’ con que se habían comportado las anteriores direcciones, desde Jaime Mayor Oreja hasta María San Gil, pasando por Carlos Iturgaiz, había amenazado con arrinconar al partido en la irrelevancia y la marginalidad. No basta, para explicar esta deriva, apelar a la perversa influencia que en la sociedad vasca ha ejercido durante tanto tiempo la violencia de ETA, sobre todo en lo que se refiere al Partido Popular. Porque, a esa deriva, también contribuyó, y no poco, la propia estrategia adoptada por los líderes del partido en orden a erigirse en referencia única del «resistencialismo» ético y democrático frente a la barbarie del terrorismo etarra. En este punto, la actitud más modesta y desdramatizadora que Antonio Basagoiti ha adoptado, renunciando, de un lado, a la apropiación indebida que su partido había hecho de la resistencia antiterrorista y evitando, de otro, la reducción de la política a la cuestión del terrorismo, ha permitido al PP volver a ser un actor homologado en la política vasca y desempeñar en ella el papel que le toca de acuerdo con la representación que las urnas le conceden en cada momento.

Hoy por hoy, resulta muy difícil predecir si su más que probable sucesora podrá llenar el hueco que Basagoiti ha dejado. Ojalá lo consiga. En cualquier caso, y como muy bien ha dicho Patxi López, la política vasca le echará de menos. Y no sólo por su singular personalidad.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 12/05/2013