Un pulso doméstico

Si ETA se hace valer con hechos de otra magnitud, es probable que los patrocinadores de una izquierda abertzale dispuesta a dejar atrás el terror sin hacerse cargo de sus pasadas consecuencias acaben arrugándose ante una situación que les emplazaría a cortar amarras en forma de escisión.

La quema programada de contenedores en distintas localidades vascas ha jalonado durante los últimos días el camino que tan lentamente trata de recorrer la izquierda abertzale para recuperar la legalidad al mínimo coste. Todos los medios han destacado la consabida retórica que elude la condena de los actos de violencia cuando el silencio se vuelve cómplice. La izquierda abertzale se incomoda ante la «utilización política» de los incendios provocados, y a primera vista nos encontramos con lo ya conocido. Pero la obligada nota del pasado jueves ofrece una novedad relevante: su aseveración de que «tras estos actos se esconde una intencionalidad política de romper la dinámica reivindicativa». La izquierda abertzale se revuelve contra quienes la emplazan a ser más explícita en su reproche del vandalismo callejero, porque no puede admitir que sus palabras se ciñan a las exigencias del Estado de Derecho.

Pero junto a ello lanza una invectiva sin precedentes contra la kale borroka que ha pasado desapercibida, y que va más allá de criticar su sentido de la inoportunidad o deplorar su torpeza. Dentro del mar de contradicciones en que se mueve la enésima mesa nacional, acusa a los pirómanos organizados nada menos que de actuar con la intención política de «romper la dinámica reivindicativa». Les acusa de intentar entorpecer el camino que ha emprendido la izquierda abertzale a favor de los «derechos conculcados a Euskal Herria» y de los «derechos de los presos y presas».

El comunicado hecho público por la izquierda abertzale el pasado jueves encierra un doble mensaje. Por una parte, elude condenar la sucesión de incendios perpetrados por quienes seguramente se ven aspirantes a mayores hazañas, para evitar el desgarro moral que ello supondría respecto a aquellos jóvenes que se sienten reclutas de la causa enarbolada anteayer por los que hoy quieren atemperar el conflicto. Pero, por la otra, trata de establecer un principio de autoridad enjuiciando la conducta de los incendiarios de forma extraordinariamente severa al imputarles un propósito desestabilizador para la izquierda abertzale. Una advertencia que los citados pirómanos no parecen haber tomado en cuenta o, sencillamente, no han percibido porque seguían sus particulares consignas. Un ensayo del pulso doméstico que la izquierda abertzale intenta mantener respecto a ETA y que consagraría la divergencia.

Las quemas de contenedores describen una acción periférica, más o menos coincidente con el calendario de distintas fiestas patronales, que cambió de dirección con el atentado intimidatorio perpetrado ayer contra un vecino de Bilbao. Hasta esta última muestra de violencia de persecución la izquierda abertzale podía tener motivos para pensar que las directrices de la trama terrorista iban orientadas a ponerla en aprietos, más que a perturbar seriamente la normalidad ciudadana. Pero no puede descartarse que la acción inicial de los pirómanos obedezca a un plan de recalentamiento general del núcleo duro de la trama terrorista.

De confirmarse esto último, el tira y afloja que vienen manteniendo la izquierda abertzale y ETA desembocaría en una encrucijada ineludible para la primera. Porque por mucho que eluda pronunciarse en los términos que la ley de partidos le exige, no podrá escabullirse ante la prueba definitiva que supondría un eventual recrudecimiento de la actividad terrorista.

En el comunicado del jueves la izquierda abertzale avanzó una fórmula con la que trataba de arrogarse la autoridad última sobre lo que debe y no debe hacerse para recuperar los «derechos conculcados a Euskal Herria». Aunque sea de forma intuitiva, Rufi Etxeberria sabe que la única manera de ganar el pulso que mantiene con quienes, sin pretenderlo, se han quedado al mando de ETA es conseguir que su autenticidad de años prevalezca sobre la autoridad fáctica que ejercen algunos jóvenes cuya bisoñez inquieta a las bases de la izquierda abertzale. El comunicado del jueves no los condenaba según el código establecido por la democracia, pero les acusaba de traicionar la misión históricamente encomendada a la izquierda abertzale, mencionando a tal efecto y como razón última «los derechos de los presos y presas».

Los actores principales de la izquierda abertzale precisan hacerse con las riendas de la situación, de manera que hasta la persistencia de la amenaza terrorista se acomode a su imperiosa necesidad de volver a la legalidad. Incluso, llegado el momento, podrían estar en condiciones de reivindicar para sí la verdadera historia de ETA frente al descontrol reinante en su seno. Pero, siguiendo la temible lógica de la espiral terrorista, todo dependerá de la envergadura que alcancen los actos de violencia.

Si el acoso terrorista se mantiene en la epidermis de la vida ciudadana, con el incendio veraniego de unos cuantos contenedores de basura, la izquierda abertzale podría animarse a apurar el paso. Pero si ETA se hace valer con hechos de otra magnitud, es probable que los patrocinadores de una izquierda abertzale dispuesta a dejar atrás el terror sin hacerse cargo de sus pasadas consecuencias acaben arrugándose ante una situación que les emplazaría a cortar amarras en forma de escisión.

Kepa Aulestia, EL CORREO, 22/8/2010