Un relato consistente

El modélido fallo sobre el 11-M podría haber sido tan aceptable para el Gobierno como para la oposición, a condición de que el primero renunciara a la guerra de Irak como explicación de los atentados y la segunda descartara las teorías conspirativas y la participación de ETA. No ha podido ser.

La sentencia del 11-M es modélica: examina los hechos que sucedieron, no los que pudieron haber sucedido y los ordena con criterio lógico para servirlos en prosa inteligible, antes de establecer las responsabilidades y sus penas. El fallo podría haber sido tan aceptable para el Gobierno como para la oposición, a condición de que el primero renunciara a la guerra de Irak como explicación de los atentados y la segunda descartara las teorías conspirativas y la participación de ETA. No ha podido ser. Da la impresión de que el PSOE no renuncia a reeditar aquella jornada de reflexión y pasar al cobro otra vez la misma letra, por si cuela. El PP, por su parte, muestra una querencia irrefrenable por colocarse en el espacio que más le perjudica.

El asesor del Ministerio del Interior en cuestiones de terrorismo, Fernando Reinares, había distinguido en diciembre de 2004 la causa de la excusa y desaconsejaba la creencia en conspiraciones complejas: «En este momento, hay dos circunstancias que están impidiendo que exista esa debida concienciación social y esa debida cobertura institucional. Una de ellas es la idea de que lo que ocurrió el 11 de marzo es una consecuencia de la guerra de Irak. Yo creo que esto no es así. La amenaza genérica contra España es muy anterior, la amenaza específica se materializa probablemente a inicios del año 2000. ( ) La segunda idea que se debe desechar es insistir en relacionar a Marruecos con la masacre y en que «al final, detrás de todo hay una relación de ETA o se encuentra ETA». (15-12-2004)

La guerra de Irak como causa había sido esgrimida ya tras los atentados de Casablanca, por el entonces jefe de la oposición, por el secretario de Organización del PSOE y por quien había sido presidente del Gobierno, Felipe González: «Aznar debe (de) ser la única persona de España que no ve relación entre los atentados y la guerra de Irak», dijo en un mitin de su partido durante la campaña de las elecciones municipales. Zapatero, ya de presidente, volvió a aludir a la guerra de Irak como causa del aumento del riesgo de atentado islamista (13-12-2004), aunque su acreditado relativismo le llevó a afirmar lo contrario durante su visita a Tony Blair, unos días después de los atentados de Londres: «Más allá de las posiciones y decisiones que cada país haya tomado sobre lo que fue la intervención militar en Irak, sí quiero decir que el riesgo es global, como acabamos de ver por el atentado en Egipto» (27-7-2005).

Tras la sentencia, el presidente del Gobierno ha mantenido una posición institucional, que debió ser seguida esa misma mañana por el líder de la oposición. De ahí para abajo todo ha ido a peor: el secretario de Organización del PSOE ha repartido sambenitos de «autor intelectual», «autor material» y «colaboradores necesarios» entre los dirigentes del PP, eso que el necesario laconismo del ‘sms’ sintetiza en: «Aznar, asesino». El ministro del Interior invitaba irónicamente a Rajoy a repetir: «ETA no ha sido», una frase que nadie pronuncia como él, tras haberla ensayado tantas veces durante el llamado ‘proceso de paz’.

Cuesta más entender lo de Rajoy, su innecesaria predisposición a apoyar investigaciones «sin límites» tras una sentencia que implícitamente declaraba insatisfactoria con esas palabras. Ya fue incomprensible que él mismo pidiese una comisión de investigación en el Congreso, aquellos ocho meses de pimpampún. ¿Para qué? La función de tal órgano no era otra que depurar responsabilidades políticas y el PP las había depurado hasta perder las elecciones.

No fue sólo por el atentado. La desastrosa gestión de aquella crisis merece capítulo aparte. Creo firmemente que Acebes no mintió, que aquellos tres días fue sólo un ministro desarbolado por el pánico, que trataba de empujar los hechos hacia el lugar en el que menos daño hacían. No trató de ocultarlos. Los dio a conocer en tiempo real (una imprudencia) y en sólo 72 horas la Policía detuvo a la práctica totalidad de los autores materiales que han sido condenados en la Casa de Campo. Los absueltos fueron detenidos después.

No tendría que dar facilidades para otra campaña como aquella. Nunca debieron estirar más allá de toda demostración posible teorías conspiratorias que tampoco les llevaban a ninguna parte. Supongamos la más paranoica de las hipótesis posibles (e imposibles): que unos terroristas islamistas en UTE (unión temporal de empresas) con ETA y en connivencia con mineros asturianos, guardias civiles, agentes marroquíes y militantes del PSOE urdieron la masacre para desalojar al PP del Gobierno. El ministro del Interior habría incurrido en una responsabilidad política por incompetencia más que notable. Esa versión arruinaría un balance muy positivo de los gobiernos del PP en su lucha contra ETA y, finalmente, no le beneficiaría ante la opinión pública. El personal muestra más simpatía por el payaso que da las bofetadas que por el que las recibe. Es un rasgo de carácter.

Santiago González, EL CORREO, 5/11/2007