ABC-LUIS VENTOSO

Siempre se dice, pero esta vez España se enfrenta a unas elecciones decisivas

LOS seres humanos tendemos al pesimismo, a pensar que todo va peor que nunca. Se debe a que las buenas noticias no son noticia y a que siempre surgen nuevas terribles que nos conmocionan. Sin apenas tomar respiro hemos asistido a la matanza de la mezquita de Nueva Zelanda, al tiroteo de Utrecht y al ataque de un conductor pirómano cerca de Milán en un autobús repleto de niños. Ante ese carrusel de barbaridades, el primer reflejo es pensar que vivimos en unos tiempos de violencia terrorista inusitada. Pero tomemos un año aleatorio de finales del siglo pasado, por ejemplo: 1977. El 8 de enero una bomba en el metro de Moscú mató a siete personas. El 24 de ese mes llegó la matanza de Atocha de Madrid. En abril la Facción del Ejército Rojo mató a tiros a un fiscal en Berlín. En junio el IRA asesinó a tres policías. En julio los Montoneros argentinos provocaron un atentado con 23 muertos en una oficina policial. En octubre ETA asesinó al alcalde de Guernica y a sus dos escoltas. El goteo de atentados continuó, hasta cerrar el año con cien muertos en Malasia por el secuestro de un avión. El mundo era espantosamente violento, pero ya lo hemos olvidado.

La progresofobia nos lleva a ignorar algunos datos muy alentadores. Como repite Steven Pinker machaconamente, en los últimos diez años los periódicos podrían abrir cada día con el siguiente titular: «Ayer el número de personas en extrema pobreza se redujo en 137.000». Desde 1990 hasta hoy el número de niños que mueren antes de cumplir cinco años ha caído a la mitad. En 1800, el 90% de la población mundial era absolutamente pobre. Hoy, un 10%. El mundo es 200 veces más rico que hace 200 años. El titular de resumen sería que la humanidad está avanzando y vive cada vez mejor.

Una vez soltado el alegato a favor del optimismo, me toca añadir que sin embargo veo acertado el tono lúgubre con que enjuician la situación política española muchas personas que admiro y respeto. Las elecciones generales de abril son cruciales, a cara y cruz, porque esta vez lo que está abiertamente en juego es la propia continuidad de la nación como tal, es decir: una España unida de ciudadanos de iguales derechos y libertades. Constituye ya un clásico que los gobiernos socialdemócratas sean manirrotos y dejen las cuentas tiritando. Pero la economía puede volver a enderezarse. Lo que costaría muchísimo revertir es que el paso de un Ejecutivo sostenido por comunistas y separatistas modificase el modelo territorial para cortar las costuras de la nación. Cuando el 28 de abril los españoles tengan la papeleta en la mano tendrán que hacerse una sola pregunta: «Si voto a Sánchez, ¿tengo garantizado que no se aliará con los separatistas antiespañoles?». Respondida la cuestión les tocará depositar su papeleta en conciencia. Por eso no me acabo de creer la asfixiante ola de propaganda que vaticina una inapelable victoria de Sánchez.