Una escritura pública

EL MUNDO 14/10/14
ARCADI ESPADA

DECÍAMOS ayer sobre los intelectuales de ateneo y su casposo pesimismo sobre España. Savater es su contrario. Como todo el que ha comprendido la fatalidad, Savater es un optimista y un hombre alegre. Hace años tuvo problemas porque dijo que se había divertido luchando contra ETA: nada más trágico ni más devastador para los asesinos. Porque no sólo se divirtió sino que también ganó. Jamás ha querido jugar la carta segura del cenizo –Voltaire, su querido maestro, le libra del otro extremo, tierno pero estéril, del panglossianismo– y por eso su prestigio y su éxito aún tienen un mérito mayor. Ahora acaba de publicar ¡No te prives! (Ariel), su nueva defensa de la ciudadanía y de la educación. Las que lleva a cabo, por cierto, un hombre de escritura doblemente educada, que nunca trata al lector como a un analfabeto desatento, pero al que tampoco exige que se haga miembro del exclusivo club donde tantos escritores practican las ceremonias del guiño, el sobreentendido y otros refinamientos escapistas.

Las virtudes de su ética y de su carácter no deberían ocultar la evidencia de que se trata de la escritura más luminosa de España. Lo es, en buena parte, por sus infalibles y didácticas analogías. Hay excelentes ejemplos en el libro del que hablo. Esta, por ejemplo, destinada a los que rechazan la independencia de Cataluña por razones puramente económicas: «Como si alguien propusiera el regreso al régimen esclavista y sólo se le arguyeran en contra las ventajas laborales del empleo retribuido». O esta otra para los que sitúan la democracia por encima de la ley: «Algo así como decir que la salud está por encima del buen funcionamiento del corazón». Luego están sus síntesis directas y ceñidas. Ahí va esta flecha: «Nadie tiene el derecho a decidir que los demás no decidan». La rudeza crítica no suele ver que es en estos exigentes cincelados realistas y no en la abstracción más o menos vaga y armoniosa donde el lenguaje poético se la juega. Todo ello señala el lugar prioritario que Savater debe ocupar en la distribución cultural, que es el de la literatura. Una literatura, naturalmente, que no tenga que pedir perdón por sus ideas ni por su coraje ni por su transparencia ni por su verdad. Es decir, por todo aquello que los suplementos culturales, aún forrados de ateneísmo, suelen considerar por completo antagónico a la literatura.