Una patria de parricidas

Una estrategia institucional y electoral que crea un clima social apto para que los hijos se dediquen a allanar el camino a los asesinos de sus madres en aras de la independencia de la patria vasca, demuestra a todo aquel que no esté irrecuperablemente cegado por el fanatismo o la ambición de poder, que semejante patria sería un infierno.

La amplia redada de los servicios de seguridad españoles y franceses contra ETA llevada a cabo en la madrugada de anteayer ha sido un completo éxito. La excelente coordinación de las autoridades judiciales y policiales de los dos países ha hecho posible esta magnífica operación, demostrándose una vez más que el fenómeno terrorista ha de ser combatido a escala internacional y que todos los gobiernos del mundo han de trabajar juntos si se desea alcanzar una verdadera efectividad en la neutralización de una amenaza que es irreversiblemente global. Más de treinta colaboradores de la banda han sido detenidos y durante una larga temporada no podrán desarrollar su siniestra labor de preparación de atentados recogiendo información y proporcionando apoyo logístico al crimen organizado. Culminada la cadena de registros y de arrestos, se ha conocido la identidad de los integrantes de esta red, que está formada, como era de esperar, por personas vinculadas al mundo abertzale, sindicalistas de LAB, jóvenes de la kale borroka, trabajadores de empresas tapadera, activistas de las diferentes plataformas sociales del MLNV, y demás habitantes del submundo oscuro y delictivo al que tan humanitariamente protege el PNV.

Sin embargo, un caso concreto entre los puestos tras las rejas ha destacado por su escalofriante singularidad. Se trata de Ramón López Cid (a) Makana, hijo de la concejal socialista de Alsasua Julia Cid, amenazada de muerte, como tantos de sus compañeros, por la mafia etarra. La misión de este sujeto consistía en recopilar datos sobre potenciales víctimas con el fin de facilitar el trabajo de los comandos. Por consiguiente, no es descartable que el hijo pasase información relativa a su madre a aquellos que, si así les parecía oportuno, podían pegarle un tiro en la nuca o hacerla saltar por los aires con un coche bomba. Bastaría esta historia, en el supuesto de que Arzalluz, Ibarretxe, Egibar y compañía fuesen capaces todavía de hacer examen de conciencia, para obligar a los partidos nacionalistas a abandonar sus planes de dinamitación de la Constitución de 1978 y del Estatuto de Guernica y a deponer su actitud de permanente obstaculización de las resoluciones judiciales encaminadas a hacer efectiva la ilegalización de Batasuna. Porque una estrategia institucional y electoral que crea un clima social apto para que los hijos se dediquen a allanar el camino a los asesinos de sus madres en aras de la independencia de la patria vasca, demuestra a todo aquel que no esté irrecuperablemente cegado por el fanatismo o la ambición de poder, que semejante patria sería un infierno tan insoportable que cualquier paso para su consecución es una aproximación al desastre. Si la plena realización de la identidad vasca conduce a la exaltación del parricidio, convendría revisar los supuestos de tan sublime objetivo.

Aleix Vidal-Quadras, LA RAZON, 10/10/2003