Urkullu, el Rey y Cataluña

EL CORREO 24/11/14
TONIA ETXARRI

· Los nacionalistas vascos compensan su ambigüedad calculada con apelaciones a Euskadi como «nación»

Ahora que la Unión Europea oficial va cerrando filas con el presidente Rajoy ante el desafío soberanista de Cataluña, el lehendakari Urkullu aprovecha su primera entrevista con el rey Felipe VI para reclamarle un nuevo modelo de Estado. Que es una manera de acallar las quejas que está recibiendo en Euskadi, desde la oposición, por su falta de concreción ante un modelo de autogobierno más autosuficiente, aún, que el plasmado en el Estatuto de Gernika. El dirigente nacionalista, desde que llegó a Ajuria Enea en 2012, ha buscado, en el panel político español una reubicación propia y no asimilable a la que reclama la Generalitat de Cataluña. Su visita al Monarca fue protocolaria, en efecto, como ha querido remarcar la izquierda abertzale para menospreciar las audiencias de Felipe VI. Pero no dejaba de tener su importancia que el lehendakari de una comunidad autónoma como la vasca ,en donde su televisión pública (ETB) no emite los discursos navideños del Rey mientras han gobernado los nacionalistas, pidiera al propio Monarca un nuevo modelo de Estado. Una cuestión en la que Felipe VI no tiene competencias ni atribuciones.

Pero dicho queda para el recuerdo. Que conste en acta. Urkullu no tiene bazas de presión para negociar sus aspiraciones similares a las que ha exhibido el Gobierno catalán. No le interesa provocar un referéndum ilegal porque la frustración y el enfrentamiento que generó su antecesor Ibarretxe le frena a la hora de dar otro paso en falso. Lo hemos recordado desde este espacio muchas veces. Urkullu aprendió de los errores de sus clásicos. Defiende que Euskadi es una nación, aunque se encargue de airearlo más a menudo el presidente de su partido, el PNV, Andoni Ortuzar, que ayer ya envió un recado a los socialistas con su propuesta de reforma federal de la Constitución para avisar que los nacionalistas vascos se negarían a formar parte de un «saco común», que es la versión más rural del antiguo «café para todos».

El lehendakari, con su ambigüedad calculada, está logrando gobernar sin sobresaltos con un perfil plano desde su Ejecutivo minoritario. Pero no se le escapa que la segunda fuerza política del Parlamento vasco, EHBildu, espera de él propuestas más arriesgadas hacia la independencia vasca y el resto le reclama que enseñe sus cartas. Por eso, en las escasas oportunidades que se le presentan para dejar su impronta en el escenario político español aprovecha, como lo hizo con el Rey, para decir que quiere modificar la relación entre el País Vasco y el Estado. Una relación de bilateralidad. De igual a igual. ¿De Estado a nación?

Suele insistir en que la comunidad autónoma vasca debe ser «escuchada y consultada». Pero hasta ahí puede leer, para desesperación del resto de partidos políticos. El denominado «nuevo estatus» guarda pacientemente su turno de luces en la ponencia parlamentaria que arrancó su camino el pasado marzo. Desde entonces le han preguntado reiteradamente al Gobierno vasco cuál es su propuesta sobre el derecho a decidir. Y su portavoz se ha limitado a decir que el Gobierno de Urkullu «no va a decidir el eje» del debate. Es decir: que propongan otros. Y no le está yendo tan mal. Acaba de lograr el apoyo de los socialistas para aprobar sus Presupuestos. La oposición a «cara de perro» que está protagonizando la nueva guardia de Pedro Sánchez en el PSOE frente al Gobierno del PP, en Euskadi se difumina. Con la nueva presidenta Idoia Mendia, los socialistas vascos mantienen su política de pacto con el Ejecutivo del PNV, salpicada de algunos mensajes de exigencia para compensar esa imagen de mano tendida al nacionalismo sin obtener casi nada a cambio.

Los primeros mensajes de la nueva líder socialista diciendo que pensaba revisar todos los pactos con el Gobierno nacionalista sonaron a oposición contundente. Pero duró menos que un programa de televisión de calidad y sin audiencia. Tan poco duró que aquellas declaraciones de intenciones sonaron a ‘postureo’. En junio, los socialistas criticaron la partida de 335 millones destinados a la promoción del euskera por considerarla sobredimensionada en relación con los 49 destinados a frenar el paro. Y al final ha ocurrido lo que otros partidos habían pronosticado. Se alían, ahora, con PNV y Bildu para evitar la retirada de la agenda estratégica del euskera, cuya dotación sigue siendo la misma que habían criticado. Los 335 millones. Alfombra roja de los socialistas para Urkullu a pesar de que siguen esperando que el Parlamento regule la política fiscal, entre otras cosas. Seguirán hablando porque aún queda tiempo para presentar objeciones.

En el PP van en el tercer turno. Como el año pasado. Los populares solo han mantenido una reunión exploratoria con el consejero de Hacienda y Finanzas. Están en la fase de sondeo. Pero los ritmos se parecen bastante a los del ejercicio pasado. El Gobierno vasco logró aprobar sus cuentas públicas con el apoyo del PSE y PP. Primero pactaron con los socialistas, como partido «preferente», y más tarde se incorporó el PP, que justificó su actitud en la necesidad de dotar a la comunidad autónoma de un marco de estabilidad. Un concepto que se vuelve a manejar estos días de negociación parlamentaria. Si se repite la historia, el lehendakari Urkullu tendrá el mejor de los escenarios para seguir gobernando sin que se note mucho, sin que la paz social se le altere demasiado y, a medida que se acerquen las convocatorias electorales, añadiendo unas gotas de soberanismo para que los más independentistas del paisaje vasco no le echen en cara cierta incapacidad para presentar un proyecto secesionista. De momento ya lleva así gobernando dos años. Un chollo.