Vámonos para Estrasburgo

 

Gracias al terrorismo y a su pedagogía perversa, aquí la mayoría aún no ha interiorizado su derecho a rechazar las pretensiones nacionalistas sin tener que sentirse culpables, ni amenazados de ninguna manera. Hasta que no lleguemos a esa libertad de espíritu política, cualquier referéndum como el de Ibarretxe será una muestra de oportunismo y de ventajismo.

Ibarretxe me recuerda a mi difunta abuela, que era una santa mujer (como sin duda el lehendakari es un santo varón). Cuando en mi adolescencia impertinente yo discutía con ella de algún tema trascendente, casi siempre relacionado con mi necesidad de fondos para comprar novelas de Tarzán, me admiraba y desesperaba su impermeabilidad a los argumentos racionales, de los cuales yo era entonces (¡y aún ahora!) ingenuamente devoto. Tras haberme escuchado exponer una docena de ellos con mi mejor elocuencia, respondía: «Sí, hijo, pero lo que yo digo…». Y entonces repetía impertérrita lo que había sostenido al comienzo de nuestro debate y que yo creía haber refutado con mis silogismos. No se sentía obligada a demostrar en qué me equivocaba con mis objeciones: se limitaba a reiterar su opinión original y definitiva como si no las hubiera oído.

La estrategia dialéctica de Ibarretxe es practicamente idéntica: él plantea su referéndum, los demás le decimos que no es decente ni viable por esto o por aquello, el TC desautoriza argumentadamente su consulta y él sigue impertérrito con su «sí, hijos míos, pero lo que yo digo…». Incluso va más allá de lo que nunca osó mi difunta abuela y se lamenta de que nadie le da razones contra su proyecto. No sólo no atiende a los argumentos en contra ni parece escucharlos, sino que hasta niega que hayan sido formulados. ¡Ay, me habría encantado verle debatir con mi abuela, habría sido un duelo de titanes!

Dado que ahora parece cundir el desconsuelo por la sentencia del TC y hay quien denuncia con indignación que se trata de un dictamen político (como si el Constitucional estuviese para tomar decisiones agrarias o dirimir concursos literarios) me gustaría modestamente aportar otros dos argumentos a los esgrimidos contundentemente por el alto tribunal. Por descontado, ya sé que vuelvo a discutir con mi abuela y que por tanto no servirán de nada. Pero quizá sean tomados en cuenta al menos por quienes aspiran a formarse su propia opinión de modo menos ‘abuelesco’ que el lehendakari y su tripartito. No aspiro a la mínima originalidad, porque son dos razonamientos obvios, ni tampoco a reforzar ningún aspecto legal desatendido, porque se trata de motivos de significado estrictamente social y sí, qué le vamos a hacer, político.

El primero de ellos es la falta de libertad en el País Vasco. Es decir, la eficacia de la acción terrorista a lo largo de estos años, secundada por quienes la comprenden, la legitiman o, aun desaprobándola, la rentabilizan. Y por los que se resignan a ella y para que no los maten o para ganar elecciones ponen cara de que han tomado la suficiente dosis de pócima nacionalista como para no convertirse de pronto en españoles… No hablo de cualquier falta de libertad, ésa que todos padecerían por igual: ni mucho menos. La falta de libertad a la que me refiero es la de quienes quisieran precisamente decir ‘no’ a las pretensiones nacionalistas, no cualquier otra. Y por extensión la de los que defienden institucionalmente ese derecho a decir ‘no’, como hacen con evidente riesgo y mayoritaria profesionalidad la Ertzaintza y demás cuerpos de seguridad del Estado. Ya sé que también los radicales se quejan de falta de libertad, pero una cosa es que no haya libertad para violar o desafiar las leyes y otra que haya especial peligro en cumplirlas y defenderlas. Algunos nos recuerdan que el voto es secreto, que cada cual puede contestar en el referéndum lo que le dé la gana sin que lo sepan los demás. Pero eso es ignorar cómo funciona la coacción del miedo en una sociedad. Yo he vivido referendos durante la dictadura y la gente votaba lo que mandaba Franco aun detestándole, por si acaso… Igual habrían votado -lo que es aún peor- cualquier alternativa ‘light’ de futuro dominio propuesta por la propia dictadura.

Gracias al terrorismo y a la pedagogía perversa que de él proviene, aquí la mayoría de la gente aún no ha interiorizado de veras que tiene todo el derecho del mundo para mandar a freír espárragos las pretensiones nacionalistas, vasquistas o como se las llame, sin tener que sentirse culpables, ni menos ciudadanos que los demás y sobre todo sin sentirse amenazados de ninguna manera, ni por los del tiro en la nuca ni por quienes reparten trabajo y subvenciones. Hasta que no se llegue a esa libertad de espíritu política en el País Vasco, cualquier referéndum como el propuesto por Ibarretxe será una muestra de oportunismo y de ventajismo político, matonismo de la peor especie. Como hacer firmar a una viuda la venta de su casa a mitad de precio aprovechando que la muerte de su marido la ha dejado en mala situación económica…

El segundo argumento se refiere a las preguntas del referéndum. Son un monumento a la mala fe política, a la ambigüedad y a la manipulación. La primera es contradictoria: si ETA manifiesta de forma inequívoca su voluntad de poner fin a la violencia para siempre, ¿de qué vamos a dialogar con ella para llegar al final de la violencia? Si la violencia ya ha acabado, no será tema de discusión; si está sólo en suspenso, a la espera de que ETA reciba el precio que exige por dejarla, estaremos donde siempre… ¿A quién se pretende engañar con semejante embeleco? La gente dirá que sí en la papeleta para dar gusto a Ibarretxe, o que no para fastidiarle, pero en ningún caso su respuesta será inteligible a la hora de resolver acciones concretas frente al terrorismo, que es de lo que se trata. A no ser que se trate de otra cosa, de sacar provecho del terrorismo para obtener refuerzo y hegemonía para las tesis nacionalistas.

La segunda pregunta inquiere en torno a un posible acuerdo de partidos sobre el derecho a decidir del pueblo vasco, es decir, un planteamiento que sólo responde al ideario nacionalista. ¿Por qué no se pregunta si estamos dispuestos a asumir un acuerdo democrático del pueblo español, naturalmente vascos incluidos, sobre las competencias políticas fijas de una vez por todas de las autonomías? Pero se da a entender que la citada propuesta nacionalista sería la única compatible con una paz duradera en el País Vasco. Es decir, vuelta al chantaje, aunque eso sí, con mejores modos que antaño.

Por lo que estamos viendo ahora, el entusiasmo por llevar estas reivindicaciones étnicas a Estrasburgo ha decrecido bastante. Es lógico y sensato, porque el Tribunal de Derechos Humanos europeos está pensado para atender reclamaciones de los ciudadanos desprotegidos ante la violencia étnica, como los no nacionalistas en el País Vasco, no para secundar proyectos políticos nacionalistas como los del tripartito vasco. Que vayan, que vayan por allí con sus pretensiones… menudo chasco van a llevarse. O a lo mejor no, pues se trata sólo de hacer el paripé de que suplicamos y nadie nos escucha, la pamema del pueblo oprimido que sólo oprime a otros en defensa propia, para acumular victimismo y seguir engañando a los más crédulos. Aunque yo creo que en esa idea de recurrir a Europa hay algo válido: quizá sea hora de que los colectivos amenazados en el País Vasco pensemos seriamente en darnos un garbeo por Estrasburgo para hacer saber o para hacer recordar al resto de los europeos lo que aquí pasa. Venga, es hora, vámonos para Estrasburgo.

Fernando Savater, EL DIARIO VASCO, 25/9/2008