Venenosa herencia

Las gentes de la izquierda abertzale se guarecen tras la desmemoria: reacias a admitir que la aventura ha supuesto 800 asesinatos, se esfuerzan en creer que ellos no tuvieron nada que ver. Olvidan que ayer justificaban el asesinato por un conflicto pendiente de resolver. De hecho, pueden olvidarse tanto de la víctima como del victimario.

La unánime reacción de partidos e instituciones deplorando que ETA no haya mostrado una disposición más acorde con las exigencias democráticas ha dejado en el aire la pregunta de a qué ha venido el vídeo. Resulta ocioso e incluso obsceno indagar cómo es que a la banda terrorista se le ha ocurrido salir por peteneras, dando cuenta de una decisión que supuestamente habría adoptado meses antes, a sabiendas de que la comparecencia de los tres encapuchados no suscitaría entusiasmo alguno ni siquiera entre su gente. Y, sin embargo, continúa siendo una cuestión interesante. El comunicado leído para la BBC sólo tiene una línea realmente noticiosa, cuando «ETA hace saber que ya hace algunos meses tomó la decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas». El ingenio escapista del redactor de turno ha conseguido dar con la fórmula óptima para expresar con palabras el momento que atraviesa eso que, inevitablemente, identificamos con las siglas ETA. El comunicado refleja un punto de equilibrio o, si se quiere, el máximo avance al que puede dar lugar el desvarío de la sinrazón.

Quienes hoy tienen la potestad de rubricar sus pronunciamientos con el sello etarra actúan como notarios de lo que les ocurre -no son capaces de atentar- sin hipotecar las decisiones que en adelante adopten los más fogosos de entre sus filas o los eventuales reclutas que mañana estén dispuestos a coger el testigo. El escrito leído ante las cámaras es toda una declaración de que sus autores y actores no se sienten con capacidad para hablar en nombre de ETA en términos históricos. No se sienten con autoridad suficiente para adoptar una decisión más drástica y definitiva que la de tratar de justificar su parón en nombre de eso que se les escapa: un cambio de ciclo político. No se ven con poder como para comprometer la disolución de la trama terrorista, no sea que otros aun más bisoños que los tres encapuchados reivindiquen para sí las siglas ETA. Pero tampoco están dispuestos a que su dictado se ponga en cuestión; de ahí que recurran a un preámbulo con el que se declaran herederos de una trayectoria de 50 años de sacrificio. No sea que alguien -pongamos que los dirigentes de la izquierda abertzale- les salga al paso disputándoles la autenticidad de la herencia recibida.

Los protagonistas del vídeo no están preocupados por cómo lograr que la izquierda abertzale pueda concurrir a las próximas elecciones municipales y forales. Más bien les trae sin cuidado. Lo único que les puede inquietar es que mañana o pasado vayan a engrosar la lista de los presos de ETA. En realidad es lo único que les empuja a aligerar su carga de culpa dando cuenta públicamente de su inactividad ofensiva. En sus instantes de mayor jactancia sólo esperan decidir el momento en el que la izquierda abertzale pueda volver a la legalidad. Mientras que en sus días más deprimentes les pesa como una losa la encomienda heredada de que dicha legalización se produzca mientras ETA siga viva y nunca después. Sería su demostración máxima de poder, pero en ningún caso están seguros de aguantar hasta entonces. Ni están seguros de soportar el cerco judicial y policial, ni están seguros de la ascendencia que las siglas que administran mantienen entre quienes hasta hace poco les hacían la ola.

Los del vídeo se negaron a atender la demanda de la izquierda abertzale, porque de lo contrario hubiesen reconocido que Rufi Etxeberria y los suyos dictaban por dónde y cuándo debían caminar. Claro que si la cosa continúa de esta manera, Etxeberria y los presos etarras de mayor y más sangrienta trayectoria se verán en la obligación de reivindicar para sí la herencia de 50 años de historia etarra precisamente cuando no saben cómo desprenderse de tan venenoso legado. La incógnita es si se atreverán a ello. Si la inaplazable necesidad que la izquierda abertzale ilegalizada tiene de volver a las instituciones acaba pesando más que la cómoda distancia a la que sus bases van situándose frente a los acontecimientos.

Ya no queda ni rastro de entusiasmo entre los seguidores de la izquierda abertzale, y es residual la expectación con la que siguen noticias como las del vídeo de la BBC. Hay demasiadas miradas que mostraban ardor guerrero y ahora se desentienden de lo que pueda ocurrir. Cabe imaginarse la alegría que entre esas gentes suscita el acercamiento de EA y el desconcierto mostrado por Aralar tras ver el vídeo. Las gentes de la izquierda abertzale se guarecen tras la desmemoria: se muestran reacias a admitir que la aventura ha supuesto 800 asesinatos, y prefieren eludir la más mínima señal de mala conciencia esforzándose en creer que ellos no tuvieron nada que ver con semejante atrocidad. Si ayer justificaban el asesinato como consecuencia ineludible de un conflicto pendiente de resolver, hoy pueden olvidarse perfectamente de que eso ocurriera. De hecho pueden olvidarse tanto de la víctima como del victimario. Incluso aunque, siguiendo con un ritual del que les resulta más difícil desprenderse, acudan a la manifestación del sábado en Bilbao ‘por los derechos civiles y políticos de Euskal Herria’.

Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 7/9/2010