Veracidad y sentido común

La veracidad es un imperativo del conocimiento positivo. Suplir la veracidad por la credulidad, la opinión o el mito supone una rémora criminal en el caso de la educación en valores y derechos. Hay ideas que conducen a la paz y a la convivencia; otras adoctrinan en el odio y en la incivilidad. Solapar el tema de la violencia de ETA equivale a su legitimación social.

Es esclarecedora la reacción suscitada en la comunidad nacionalista tras el anuncio de la consejera de Educación sobre la reforma de los currículos docentes y la revisión del estatus del euskera como obligado y principal vehículo docente. La reacción airada del nacionalismo radical se ha visto acompasada por la respuesta más matizada del PNV, que si bien no ha dejado de hacer uso de la retórica más gruesa, apenas ha entrado en el fondo de la cuestión. Y es que el sentido común no es patrimonio exclusivo de Isabel Celaá.

Lo de la agresión al euskera, por equiparar al euskera y al castellano como lenguas vehiculares, no se tiene en pie ya que con ello se pretende no ya agredir al euskera sino, más bien, liberarlo de las excesivas expectativas y la servidumbre de un voluntarismo impropio. Los modelos vigentes continúan y los centros que lo deseen seguirán impartiendo el modelo D. Ésa es y no otra la voluntad política de quien apela a la autonomía de los centros docentes como camino de su mejora.

La medida adoptada en su día por el consejero Tontxu Campos, aparte de carecer del suficiente consenso político, fue además ilegal como los tribunales sentenciaron. La premiosa y furtiva manera en que los decretos ahora reformulados fueron publicados puso de manifiesto que ni siquiera gozaban del consenso de quienes formaban el último Gobierno de Ibarretxe. Impulsado por su voluntarismo y por la presión de la radicalidad abertzale, Tontxu Campos quiso sorprender a todos forzando el sentido común y desdeñando el acuerdo alcanzado a partir de la propuesta del Consejo Asesor del Euskera. EA es hoy un partido en claro retroceso, como su exigua representación parlamentaria lo atestigua. Parece ser que su radicalidad y voluntarismo le hayan pasado factura. Y es que ir contra el sentido común resulta caro y políticamente nocivo.

Dicen que el sentido común es la menos común de las virtudes políticas y así parece confirmarse en el caso del forzado voluntarismo al tratar de imponer el euskera como lengua vehicular prioritaria en una comunidad escolar donde el conocimiento de dicho idioma es minoritario. Y es que no se puede obtener el vigor y la salud de un idioma a golpe de decreto. El problema, sin embargo, no estriba tanto en el error cometido por decreto, sino en el grave daño causado al euskera al ser utilizado como punta de lanza en la querella política. El pretender utilizar al euskera de modo antinatural y forzoso, contra las leyes dictadas por el sentido común, causa a nuestro idioma un daño irreparable al menguar el consenso social que le es tan preciso. Una lengua no cabe imponerla por decreto, como si de una norma fiscal se tratara. Las lenguas minoritarias constituyen un material frágil y delicado que requiere de cuidados extremos.

Querer forzar las etapas de la recuperación del euskera o querer imponer un estatus que le es superior puede dañar seriamente a nuestro idioma. No por tener más prisas se terminan alcanzando mejores metas. Toda cautela es poca cuando una lengua minoritaria pretende negar la evidencia de su debilidad. Y es que, mal que nos pese a todos los que amamos al euskera e incluso hemos dedicado gran parte de nuestra vida a su cultivo y cuidado, está débil y es minoritario. Guste o no, las lenguas que conviven en la sociedad vasca siempre tendrán una relación asimétrica y ningún decreto podrá suplir a la realidad.

No obstante, la debilidad y el ser minoritario no pueden servir de excusas para dejar de impulsar políticamente al euskera. Los sucesivos gobiernos vascos, e incluyo al actual, han habilitado políticas de discriminación positiva que han dado excelentes frutos al aumentar el número de vascoparlantes e incrementar sus usos sociales. Cabe afirmar que el Estatuto de Gernika ha supuesto el mayor y mejor impulso recibido jamás por nuestro idioma. Negar tal evidencia es una necedad.

Afirmar que el actual Gobierno vasco agrede al euskera o minusvalora su importancia es, además de una estupidez, una evidente mentira que se da de bruces con la realidad de los hechos. La promesa electoral del actual lehendakari de no restar recursos a las políticas del euskera ha prevalecido incluso en medio de la gran crisis económica que nos afecta. La orientación de las medidas que la consejera de Educación ha diseñado iría más bien en beneficio de la verdadera salud del vascuence. Al pretender reubicar al euskera en el sistema educativo vasco, se buscaría no violentar sus ritmos de normalización y preservar los usos que le son inherentes.

El euskera no puede soportar el peso de todas las apetencias del abertzalismo y no puede estar sometido a la presión de quienes desean su inmediata recuperación. Hay amores que matan y todo euskaltzale debe saber que por encima de su amor está la realidad. El euskera ha de hallar su sitio en el concierto de idiomas que se imparten en las aulas vascas. El trilingüismo que se pretende impulsar, con la decidida incorporación del inglés que es hoy nuestra ‘lingua franca’, puede paradójicamente servir para que el euskera obtenga su definitivo desahogo como lengua de comunicación prioritaria, en los ámbitos de los que ha sido expulsado por la desidia de los propios vascos. El euskara ha de retornar a las calles de Euskadi y ha de volver a ser, también, el idioma de la cocina y del ocio. Si el contexto social y cotidiano le es adverso, el euskera desaparecerá pese a que en las aulas se enseñe astrofísica en la lengua de Axular.

Lo prioritario para la salud del euskera no es su primacía forzosa en las aulas, sino la recuperación de los usos y espacios de los que ha sido desalojado. La salud del euskera a golpe de decretos puede aliviar la mala conciencia de no pocos, pero ello no impedirá que el euskera perezca o, en el mejor de los casos, acabe convirtiéndose en una lengua de culto pero sin hablantes. Delegar la salud del euskera al sistema educativo puede ser políticamente cómodo, pero la escuela por sí sola no puede recuperar el euskera, objeto del desdén secular de las elites vascas. No podemos cargar al euskara con nuestras frustraciones y buscar por su mediación la solución de nuestras miserias.

Sobre el tema del supuesto adoctrinamiento que subyace en los decretos puestos en cuestión, nada es más evidente y obvio. Lo que ocurre es que durante demasiados años lo excepcional se había convertido en habitual. No es normal que los credos nacionalistas se impongan en las aulas como si de verdades científicas se tratara. Elevar a categoría de conocimiento indiscutible las apetencias y ensoñaciones políticas de cada cual, al rango de verdades empíricas, no ha ayudado a la deslegitimación del terrorismo. La grave responsabilidad histórica contraída por las administraciones nacionalistas en torno a la consagración de lo opinable en derecho fundamental está en la raíz de la pervivencia de la violencia política en nuestro suelo.

Es sorprendente que el mismo nacionalismo vasco que ha desalojado a la religión de las aulas, haya entronizado su credo político en la escuela. La saludable secularización de nuestras aulas requiere el cese del adoctrinamiento abertzale en las mismas.

La veracidad es un imperativo del conocimiento positivo. Suplir la veracidad por la credulidad, la opinión o el mito supone una rémora criminal en el caso de la educación en valores y derechos. No todas las ideas tienen el mismo valor, rango y veracidad a la hora de ser expuestas en un aula. Hay ideas que conducen a la paz y a la convivencia, otras son vehículo imprescindible para adoctrinar en el odio y en la incivilidad. Confundir, por ejemplo, los campos semánticos de palabras como Euskal Herria, basculando del campo antropológico y cultural al político, supone adoctrinar en una ideología determinada. Solapar el tema de la violencia de ETA equivale a su legitimación social. La sociedad vasca que ha asumido la secularización que supone reservar los credos religiosos al ámbito privado de cada cual no puede ni debe tolerar la entronización de los credos políticos en el seno de nuestras escuelas. Ello supondría una conducta tramposa y un modo de retroalimentar las conductas violentas.

Se me dirá que toda educación conlleva un adoctrinamiento. Obviamente la educación no es neutral ni puede serlo en las cuestiones que constituyen la médula de la convivencia ciudadana. Existe una fosa insalvable entre la mentira y la veracidad por la que los docentes deben velar. Las virtudes y valores que conforman el acervo educativo siempre han de estar supeditados a la veracidad y al sentido común.

Luis Haranburu Altuna, EL DIARIO VASCO, 11/11/2009