Veremos

EL MUNDO 27/11/14
ARCADI ESPADA

ES DUDOSO que el presidente Mas ceda a la tentación de lo que llaman una declaración unilateral de independencia aunque los nacionalistas obtengan de un modo u otro la mayoría absoluta de la cámara catalana. El verdadero objetivo de esa mayoría es forzar una negociación con el Estado sobre el cambio constitucional en el sujeto de soberanía. Los nacionalistas quieren que se les reconozca su derecho a decidir, pero no van a decidirse, al menos por el momento. El momento es el de la crisis económica, el de la actual circunstancia europea y el de una sociedad donde el independentismo no pasa del 25%.

Sin embargo, que las próximas elecciones catalanas sean inútiles para construir un nuevo Estado no quiere decir que sean irrelevantes. Las elecciones son un desafío político para todos los partidos constitucionalistas y, singularmente, son un desafío para el Gobierno. No está escrito que los partidos desleales alcancen en Cataluña la mayoría absoluta. Es probable que si la alcanzaran, todo lo que tramasen a partir de ella se situara al margen de la ley. Y que en consecuencia hubiesen de cargar sobre sus espaldas con todo el peso de la ley. Pero hasta que esa posibilidad se manifieste habrá unas elecciones que, a diferencia de la mascarada del 9 de noviembre e incluso de las propias conclusiones que los nacionalistas pretendan sacar de ellas, serán legales. El Estado español no debe olvidar cuántas veces, y cuán irresponsablemente, les dijo a los partidarios del referéndum de autodeterminación: «Preséntense a las elecciones con un programa independentista y veremos». Bien. Está a punto de verlo. No es la independencia de Cataluña ni la subsiguiente destrucción del Estado democrático lo que está en juego en estas elecciones. A estos objetivos basta con aplicarles la ley, es decir la decisión democrática de –todos– los ciudadanos implicados. Pero un Estado no puede observar pasivamente cómo en una parte sustancial de su territorio prenden activa carta de naturaleza las ideas malignas, las fábulas desintegradoras y los ideales antidemocráticos. Los españoles están a un paso de ver adónde lleva la contemporización con el nacionalismo. En realidad se trata de una experiencia inédita en su historia. Le correspondería una respuesta del Estado también inédita. La de decir a los ciudadanos que los nacionalistas no encarnan ni la verdad ni la democracia ni la modernidad, y que la única lección que pueden dar al resto de los españoles es la de la xenofobia y la deslealtad.