Vía crucis socialista

EL CORREO 05/06/14
MANUEL MONTERO

· Cada vez que tienen una crisis se lían a discutir sobre sus procedimientos internos: si harán o no primarias, si serán abiertas, si elegirán antes secretario…

Deben de andar por la duodécima estación, como cuando Cristo queda clavado en la cruz, tras las sucesivas caídas y ser despojado de sus vestiduras: los socialistas no se ahorran un solo paso en su particular vía crucis. Les parecerá el colmo que hayan caído al abismo en un torneo menor, pues nunca han dado otra consideración a las elecciones europeas. Les servían para sacar pecho, de salir un voto más que el PP; o para decir que iban a abrirse a la sociedad, si pintaban mal las cosas. Siempre a ganar o a empatar, nada serio ni que se recordase un par de semanas después.

Que el gran batacazo les llegue en unas elecciones de este tipo indica la gravedad de la situación que se han creado. No es consuelo que el PP tampoco ande muy boyante. Los socialistas pierden votos a mansalva y, peor, lo hacen sin verlas venir, lo que resulta grave en un partido que hace gala de forma reiterada, y bastante pesada, de su identificación con los intereses populares. El diferencial entre sus previsiones –iba a comenzar su recuperación– y lo que pensaba el electorado es enorme. Han perdido la conexión con la realidad, si alguna vez la tuvieron.

No han sabido prever, pero estaban preparados para el desastre, por lo que se ve. De una forma peculiar: prestos a saltarse a la yugular los unos a los otros. Apenas se habían contado los votos cuando empezaron los movimientos para ganar la sucesión. Barones, lideresa y candidatos in pectore se movilizaron de forma inmediata. Pasan los días y no mengua la lucha, lanzándose indirectas, sugiriendo alianzas espurias y presionando barones mientras alaban a la lideresa. Si esta gente hubiese desplegado tanta energía política en impedir el desastre hubiesen salvado los trastos. Se conoce que se sienten más cómodos en los acuchillamientos partidistas que en la política propiamente dicha, que en sí mismo se refiere a la cosa pública, no a las añagazas de partido, extremo que quizás sorprendería a los aparatos socialistas.

El aquelarre poselectoral –y presunto amanecer de un nuevo tiempo socialista– ha comenzado de una manera peculiar. Nadie ha dicho «estamos equivocados», «a ver si nos aclaramos», como cabía esperar. Sin más, se han lanzado a disputarse el puesto de jerifalte máximo, como si todo su problema socialista fuese qué personas mandan. Nadie ha dicho nada de la retórica izquierdistoide que han empleado ni del cansancio que provoca su discurso caritativo, según el cual ellos son más solidarios que nadie.

Lo fundamental es quién manda, deben de pensar, y la política la desplazan a la lucha interna por el poder. Quién y cómo: discuten también por el cómo habrán de elegirle. En esto se posicionan según el procedimiento que beneficiará a cada cual, pero quizás piensan que la imagen de la renovación depende de sus mecanismos de organización. Influye en su perfil, pero se equivocarían si piensan que eso es todo. Están dejando a un lado la prioridad: qué van a proponer, no sólo quién lo va a hacer ni cómo lo elegirán.

Cada vez que tienen una crisis se lían a discutir sobre sus procedimientos internos: si harán o no primarias, si serán abiertas, si elegirán antes secretario que candidato, si votando todos o no… La imagen es fatal, de un partido a golpe de mata, sin mecanismos institucionalizados para su democracia interna, que improvisan cada vez.

O se los saltan si se tercia, como cuando las primarias en Andalucía, que resolvieron por el heroico procedimiento de impedir que hubiese más de un candidato. Les salió las primarias a la búlgara que trajo a la lideresa como fuente de todas las soluciones. Tiene interés su ascenso a las expectativas generales. Es la que menos ha perdido: han llegado al punto de que el aval de los líderes se cuenta a partir de los miles de votos que se les evaporaron.

Sin Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha las pérdidas del PSOE son superiores al 47%. En Andalucía se quedan en el 26%, pero esto esconde el hecho de que es su peor resultado histórico. Y nadie sugiere que la conformación histórica de estas tres autonomías puede explicar que el suelo socialista esté más alto; ni se concede importancia a la singularidad de que la fortaleza andaluza del PSOE esté en las pequeñas y medianas localidades, al tiempo que pierde en casi todas las ciudades, algo rarísimo en un partido de izquierdas.

Por lo demás, nada ha diferenciado los discursos de los distintos candidatos a mandar en el PSOE. Resulta imposible encontrar ninguna diferencia de matiz, en barones, lideresa o candidatables. Ninguna. Todos han desarrollado con distinta intensidad el lenguaje izquierdista, la idea de la superioridad moral y la agresividad de corte sindicalista. En estas condiciones, los socialistas lo tendrán difícil cuando tengan que elegir entre gente con parecido historial (de las Juventudes a los Jardines de Ferraz) e igual radicalismo retórico.

Nadie ha disputado el centro del espectro político, que los socialistas parecen odiar por no ser de los suyos, pese a que se la juegan ahí. Seguramente ahondarán en el dislate, pues concluirán que peligran por la izquierda, donde Podemos e IU les bandean bien. Así, de no mediar un milagro, el sucesor del sucesor se quedará a dos velas y será sustituido en su día por otro. Por el aspecto que tiene esto, el sucesor que cuaje quizás dedica estos días a preparar la selectividad.

El Vía crucis termina con la resurrección de entre los muertos. No llega hasta la decimoquinta estación, tras haber sido enterrado. La pasión de los socialistas resulta peculiar: se flagelan a sí mismos.