Vuelve el temor al bloqueo y a las urnas

ABC 22/05/17

· El poder de Pedro Sánchez será absoluto porque solo responderá ante el militante y no ante el aparato

Desde la página 7 El triunfo de Pedro Sánchez provocará una implosión en la política española en pocos meses. En la esfera interna del PSOE, porque quedarán demolidas sus estructuras y valores, y su concepción del poder tal y como han sido reconocibles durante los últimos treinta años. Y en la esfera externa, porque su objetivo prioritario de alcanzar al poder y ser presidente del Gobierno liderando todo el conglomerado de izquierdas e independentista, solo puede pasar por provocar una moción de censura tras la de Podemos –previsiblemente fallida–, o empujar al Congreso a una situación tal de bloqueo legislativo y de fractura emocional que obligue a Mariano Rajoy a convocar elecciones generales.

Lo único seguro con Sánchez de nuevo como secretario general es que el PP no obtendrá del PSOE ni la más mínima conmiseración para garantizar una legislatura de cuatro años y la estabilidad política y económica que exige Europa. Sencillamente, declarará la guerra a la derecha sintiéndose reforzado incluso ante Pablo Iglesias y Podemos, en la creencia de que si la militancia socialista ha vuelto a confiar en él, lo hará también un electorado de izquierdas hastiado del PP. En cualquier caso, Sánchez tratará de ser prudente en la medida en que la falsa euforia en una izquierda virtualmente reunificada, y el temor en el elector de derechas a que emerja una suerte de «frente popular» del siglo XXI, puede generar un estado de alerta de tal magnitud que termine reforzando al PP en votos y escaños.


Reafirmación de pactos

No obstante, con Sánchez de nuevo al frente del PSOE, la reafirmación de los pactos y acuerdos con Podemos en ayuntamientos y autonomías quedará fuera de toda duda, y el acercamiento progresivo a los partidos soberanistas y secesionistas formará parte de la identidad del nuevo PSOE. Las famosas «líneas rojas» del PSOE frente al separatismo irán diluyéndose bajo la excusa de que es necesario construir una nueva España basada más en criterios de complejidad plurinacional y de sentimientos de pertenencia, que en el espíritu y la letra de la Constitución de 1978.

Esta vez no habrá vetos del Comité Federal si el secretario general decidiese, porque así cuadrase, ser investido presidente del Gobierno con los votos del separatismo catalán o vasco, mediando bajo cuerda pactos de prebendas y consultas rupturistas quizás legitimadas desde Moncloa. El riesgo es notable desde el mismo instante en que el discurso de Sánchez sobre la unidad nacional es radicalmente dispar de los de Susana Díaz y Patxi López, y más aún del Felipe González, Pérez Rubalcaba o, incluso, Rodríguez Zapatero.

Sánchez cree representar la brújula de una nueva izquierda que, sin ser la extremista y populista empeñada en resucitar un comunismo caduco, no podrá recomponerse desde los pilares de esa socialdemocracia moderada que fracasa en toda Europa, sino desde el retorno a un socialismo militante en el que los valores queden supeditados por el logro de un objetivo preferente: el poder. El «modelo portugués», en el que Podemos sea quien se someta al PSOE y no al revés.

La moción de censura contra Rajoy está en mente de Pedro Sánchez. Posiblemente porque sea, incluso, un camino más corto que el de la celebración de elecciones generales, y porque a Pablo Iglesias y a Podemos, sumidos en un incipiente desgaste de materiales, se les agotan los argumentos para seguir vetando un Gobierno distinto al del PP. Probablemente sea una estrategia dividir más a Podemos tratando de hacer guiños al «errejonismo» y buscar una fractura allí.


La estrategia de Podemos

Es evidente que con su moción preventiva contra Rajoy, Iglesias solo ha querido adelantarse a un eventual triunfo de Sánchez y forzar al PSOE a avalar de nuevo al PP: primero en la investidura, y ahora impidiendo que Podemos presida un «Gobierno de progreso». En cualquier caso, Sánchez e Iglesias tendrían que recomponer los añicos de una relación mutua que no solo jamás fue fluida, sino que está viciada por una profunda desconfianza recíproca. Ninguno ve fiable al otro.

Con Sánchez, también será difícil en la nueva etapa recomponer la unidad y la cohesión perdidas en el partido. Han sido muchos meses de desprecio, odio, rencor acumulado y vendettas entre militantes agriamente enfrentados entre sí. Y habrá purgas, destituciones y renuncias, como la anunciada ya formalmente para la salida de Antonio Hernando como portavoz parlamentario, probablemente sustituido por Margarita Robles o Susana Sumelzo.

Incluso, habrá amagos de cisma y fugas del partido… quizá más simbólicas que numéricas, pero abandonos al fin y al cabo que solo podrá amortizar Pablo Iglesias porque la imagen de ese PSOE sería demoledora. El nuevo será un PSOE diseñado a la medida de Sánchez, y sin resquicios del pasado ni dirigentes «de toda la vida» con capacidad e influencia real para discutir nada al secretario general, cuyo poder será absoluto en la medida en que solo responderá ante el militante, y no ante el aparato, que perderá toda su razón de ser.

De hecho, Sánchez ya no es diputado, y la única manera de acceder al Congreso será como candidato de una moción, o como número uno por Madrid en unos nuevos comicios legislativos. Por eso tratará de diseñar una Ejecutiva amoldada a su manera exclusiva de ejercer el poder y un Comité Federal bajo control. Incluso, habrá una profunda reforma estatutaria en el PSOE que desapodere a los tradicionales órganos decisorios intermedios del «aparato», y a las federaciones como organismos de control político del militante, para convertir el PSOE en una suerte de partido asambleario basado en la democracia directa, más que en la representativa.