Walking ETA

ABC 21/04/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· La banda es como esos zombies de una serie de televisión. Una muerta que camina con determinación imparable

Llevamos años oyendo decir que ETA ya no existe, que ha sido derrotada por el Estado de Derecho, lo que justifica medidas de «gracia» tan injustas como la libertad del torturador Bolinaga o los permisos penitenciarios del asesino Valentín Lasarte, entre otros favores otorgados por el Estado vencedor a los presuntos sometidos. ETA ya no existe pero alguien escribe comunicados en su nombre y los publica en un «periódico» que sirve de correa de transmisión a sus exigencias de independencia, ahora rebautizada como «soberanía». ETA ha sucumbido ante la fuerza de la razón democrática, nos aseguran, pero en Zarauz su brazo político, al frente del Ayuntamiento, idea un mecanismo perverso para identificar y señalar a los ciudadanos que quieran expresarse en lengua española, a la vez que impone una nueva forma de extorsión, en esta ocasión con apariencia de legalidad, a los veraneantes propietarios de viviendas. La banda es como los zombies de esa serie que arrasa en televisión. Una muerta que camina con determinación imparable.

ETA ha sido derrotada, repiten los voceros del Gobierno (de este y del anterior,) aunque su máximo cabecilla, Josu Ternera, sigue libre. En varias ocasiones ha sido localizado por los servicios de información, todo el que debe saberlo conoce su paradero, pero ni el Ministerio del Interior ni la Fiscalía de la Audiencia cursan las órdenes oportunas para que sea detenido. Se dice de él que es el «negociador» por excelencia, el llamado a «firmar la rendición» en nombre de los pistoleros, cuando la «izquierda abertzale», supuestamente al mando del conglomerado etarra, logre convencer al «sector duro» de que la hora de la violencia quedó definitivamente atrás. Se hacen toda clase de análisis sesudos, pero lo cierto es que ni entregan las armas ni se disuelven ni mucho menos ceden un milímetro en su empeño de romper España.

Cuando el nacionalismo catalán era un movimiento moderado, sin otra aspiración que obtener un reconocimiento mayor del denominado «hecho diferencial», ETA ya marcaba el paso del separatismo, utilizando el tiro en la nuca como medio, no como fin en sí mismo (algo que se olvida con frecuencia). Cuando Mas era un ilustre desconocido y con Pujol todavía se podía hablar, el nacionalismo vasco ya se hartaba de recoger nueces caídas del árbol sacudido por los terroristas, con quienes Arzalluz, Egibar e Ibarretxe mantenían amistosas charlas. Era el mismo nacionalismo vasco que hoy tiene la desvergüenza de afirmar, por boca de Urkullu, que «en defensa de esa Comunidad Nacional Vasca, generaciones de mujeres y hombres de esta colectividad han sufrido en carne propia opresión, violencia y sufrimiento… y en el nombre de esa misma nación vasca también se ha sometido a una parte de la ciudadanía al horror del terrorismo y la persecución» en un ejercicio de equidistancia conocido que retrata a quien lo practica. Y aún hay quien sostiene hoy que el PNV sigue los pasos de CiU… ¡Memoria histórica, señores!

ETA, una escisión sanguinaria del movimiento de base racista fundado por Sabino Arana, siempre ha estado a la vanguardia del separatismo que pretende quebrar cinco siglos de unidad. Con armas o sin ellas, mediante la intimidación, apelando a la «movilización de la calle» o fomentando de cualquier otro modo el desistimiento de una sociedad hastiada, la serpiente ha trazado el camino a seguir enroscándose en el hacha. Ahora, oficialmente «desaparecida» de la circulación, prepara las próximas elecciones autonómicas con un Arnaldo Otegi que para entonces estará recién salido de la cárcel, convertido en Moisés de su «pueblo oprimido». Esa será probablemente su «resurrección» final.