La negociación es siempre con condiciones, si no, no es negociación. Pero, si Imaz se refiere a que la otra parte -la española- no ponga condiciones, es jugar con ventaja. Qué cara pondría Imaz si su interlocutor le dijera que vale, que vamos a empezar a negociar sin condiciones, sin la fiscalidad foral, ni competencias de policía y educación. Diría que no vale.
Dos campañas electorales como ésta y organizamos una buena guerra civil. Yo, que esperaba al borde de mi senectud que la democracia me aburriera y que el único que tocara el timbre de mi casa de madrugada fuera el lechero, me siento enardecido por los medios de comunicación con sus temarios de las declaraciones de los políticos de esta generación. Incluso hay un importante medio que a la campaña electoral, desde la precampaña, la denomina «La batalla por la Moncloa». Como si fuera la del Ebro.
Los reglamentos de la cámaras parlamentarias que conozco suelen recoger un artículo en que se solicita a los miembros guarden las normas de cortesía. Es de suponer que, por simple educación, personas que debieran ser referentes de la ciudadanía tendrían que respetarlas. Las declaraciones del presidente de Murcia dirigidas a Pasqual Maragall -que dejan pequeñas aquellas de «mariposón» o «aserejé» que Guerra y Felipe González lanzaron a Rajoy y Aznar, respectivamente- son un insulto grosero que perjudica y descalifica al que las ha hecho. El lapsus mentis de la ministra García Valdecasas resulta imperdonable y las declaraciones de Federico Trillo, dignas del autor de Raza, desprecian el esfuerzo que otros miembros de su partido han hecho para europeizar y centrar a nuestra histórica derecha, amén de alimentar el conflicto diplomático con Marruecos.
Son disparate tras disparate, ganas de protagonismo infame en un clima mediático-basura; son también contraproducente para sus emisores, ya que pueden desalentar al electorado cuando parecía que lo mejor que podían hacer las figuras del PP era quedarse quietas y calladas ante los dislates de su oposición. Ante estos hechos gana credibilidad el mensaje socialista sobre la maldad de la derecha, a falta de una política propia presentable.
Porque no deja de ser contradictorio que las fuerzas del tripartito catalán, después de que Carod Rovira haya vasquizado la política catalana, se movilicen contra la tregua de ETA tras una pancarta cuyo lema tiene más de promoción de sus reivindicaciones que de rechazo a ETA. Y aunque a la organización terrorista le haya podido salir el tiro por la culata, la pancarta es a la vasca. Conectar el rechazo a ETA con reivindicaciones nacionalistas y en lenguaje nacionalista -una frase, equívoca, «en defensa de la democracia»; otra de sesgo reformador nacionalista, «autogobierno de Cataluña», en lugar de Estatuto, y otra ideológica, «ciudadanos del Estado», concepto propio de agujero negro e invento del lenguaje nacionalista para no citar a España- es seguir metiendo a ETA, aunque sea en su rechazo, en la política.
El extenso lema era tan a la carta del nacionalismo catalán que dejó fuera al PP y a otros colectivos cívicos tan importantes como las víctimas del terrorismo. Uno fue a una manifestación de condena por el asesinato de Fernando Buesa y lo que escuchó por parte de sus promotores fue «ari, ari, lehendakari». Ya estoy acostumbrado. No es de extrañar que la gente no vaya.
Sin embargo, no teniendo nada de positivo, lo sucedido en Cataluña nos ha permitido a los vascos fijarnos un poco menos en nuestro ombligo. Por lo que el recién elegido presidente del PNV puede ir hasta a Madrid, eje del mal, a hablar de negociación sin condiciones y de diálogo. Y cuela.
Yo pensaba que lo más ajustado a la calificación de «sin condiciones» era el nominativo de rendición. La negociación es siempre con condiciones, si no, no es negociación. Pero, si se refiere a que la otra parte -la española, por entendernos- no ponga condiciones, es jugar con ventaja. Qué cara pondría Imaz si su interlocutor le dijera que vale, que vamos a empezar a negociar sin condiciones, sin la fiscalidad foral, ni competencias de policía y educación. Diría que no vale, que las negociaciones sin condiciones, condicionadas por el plan Ibarretxe, son las suyas. Perfecto.
¿Y en cuanto al diálogo? Normalmente el que reclama diálogo hace un gesto de acercamiento, se aproxima al interlocutor. Pero Josu Jon Imaz reclama el diálogo huyendo a largas zancadas hacia la soberanía, lanzando, a la vez, la red de camuflaje de la negociación sin condiciones y el señuelo de la convivencia por el final de ETA. Y cuela.
Es la primera vez en mi vida que veo a alguien pedir diálogo a la vez que abandona el aposento dando un portazo. Y puede suceder que el rechazo catalán a ETA sea más una denuncia de falta de democracia, lo que le viene bien a ETA, una reclamación de autogobierno, que le viene bien a ETA, y un reducirnos al resto de los ciudadanos a meros entes que yacemos en «el Estado», un concepto que inventó el mundo que se mueve alrededor de ETA.
Pero todo vale, porque los otros también se las traen. Uno quiere que los santapoleros vayan a pescar a las aguas de Marruecos, otra dice que el PSOE pacta con los asesinos y otro le llama borracho al presidente de Cataluña. ¿Es que acaso la militancia bajo unas siglas reduce el cerebro? ¡Aguántalos!
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 4/3/2004