Contra lo que suponen los descuidados, las conquistas sociales en la Unión Europea pueden sufrir retrocesos: volviendo a fórmulas confesionales de poder; perdiendo garantías de solidaridad económica, convirtiendo los Estados de Derecho del siglo XXI en semillero de discordias étnicas… Mucho ojo: ¡Otra Europa es realmente posible! Mejor consolidemos la que tenemos.
En el momento de ponerme a escribir, veo sobre mi mesa no menos de cinco versiones -una completa y las demás resumidas con comentarios- del proyecto de Constitución europea. No he tenido que hacer el mínimo esfuerzo para conseguirlas: alguna me ha llegado con el periódico, otras me las han mandado grupos políticos o el propio Gobierno y las más breve vino acompañando el informe mensual de mi cuenta bancaria. Por supuesto, también hubiera podido acudir para informarme a la página web oficial (www.constitucioneuropea.es) o telefonear al número gratuito del ministerio correspondiente para que me enviasen un ejemplar del texto sometido a referéndum. De modo que no parece demasiado difícil ponerse al día en este asunto.
Sin embargo, según aseguran las encuestas, el 90% de los españoles sigue ignorando el texto constitucional. ¿Quién tiene la culpa de tan notable desinterés? Por lo visto el Gobierno y luego los demás políticos, que también son malos. La gente, no. La gente corriente nunca tiene la culpa de nada: lo único que pasa es que como deben dedicar todo el tiempo que les deja libre la liga de fútbol a ver Gran hermano y Salsa rosa ya no les quedan fuerzas para leer constituciones, por muy europeas que sean. Quizá si Zapatero o Rajoy hubiesen ido casa por casa explicando lo que nos jugamos en el referéndum… Pero como no han querido molestarse, la gente, la buena gente de a pie, no sabe ni se molesta en saber.
Y, sin embargo, pocos asuntos políticos pueden compararse en importancia a éste entre los ocurridos en las últimas décadas en Europa. Me refiero a sucesos pacíficos y constructivos, no a matanzas terroristas, escándalos de corrupción o bombardeos. Estamos a punto de establecer por fin el fundamento políticamente explícito de la Europa unida, con el que han soñado en este continente varias generaciones de demócratas idealistas.
Decir que el texto de esta Constitución no es perfecto a juicio de todos, o sea, que desde múltiples y contradictorias perspectivas pueden encontrársele deficiencias, es señalar una obviedad. Si todo lo humano es perfectible, con la posible excepción de Catherine Zeta-Jones, aún más necesariamente han de serlo los empeños que implican el acuerdo de muchos. Pero, en este caso, lo importante es el acuerdo mismo que abre un camino largo y polémico pero prometedor para la unidad en la diversidad. La Constitución no clausura la evolución política y social de Europa, sino que establece los cimientos para propiciarla de manera conjunta.
Quizá muchos de quienes se desinteresan de este documento y de la convocatoria del referéndum no adolecen de falta de europeísmo, sino que más bien están convencidos de que la Unión Europea es ya algo consolidado y hasta irremediable, para bien y para mal. Pero en eso se equivocan. Nada es irreversible y, como dicen en su propaganda los partidarios de abstenerse o rechazar la Constitución propuesta, «otra Europa es posible»!. Son precisamente esos adversarios de la Constitución los que nos sirven de aviso de que, si nos descuidamos, podemos encontrarnos en un marco europeo muy distinto del que ya damos por garantizado.
Por ejemplo, no faltan quienes pretenden que en lugar de hablarse de «la herencia cultural, religiosa y humanista» como inspiración de la Europa unida, se afirme la hegemonía de unas raices cristianas que podrían convertirla en una comunidad confesional y hasta teocráticamente beligerante contra las demás confesiones religiosas que tratan de aclimatarse en nuestras democracias.
Otros maldicen el desenfrenado capitalismo neoliberal que según ellos consolida la Constitución, a pesar de que en ella se defiende explícitamente la economía social de mercado, el pleno empleo, el desarrollo sostenible, la igualdad entre el hombre y la mujer (hasta favoreciendo la discriminación laboral positiva si fuera preciso para acabar con discriminaciones seculares anteriores), la erradicación de la pobreza y por supuesto los derechos de los trabajadores, incluido el de huelga.
Los auténticos neoliberales supongo que preferirían las medidas reductoras de la protección social, como acaba de proponer Bush en los nuevos presupuestos de EE UU, o la situación desvencijada y casi gangsteril del capitalismo en la Rusia de Putin.
No faltan quienes lamentan que sólo se hable de Estados y de ciudadanos, omitiéndose la referencia a los pueblos ancestrales cuyas discordias disgregadoras ensangrentaron el siglo XX y siguen aún imponiendo hoy su obtusa tiranía en algunos lugares, como por ejemplo el País Vasco. Por lo visto, echan de menos que la pertenencia a las etnias no sustituya a la participación de los ciudadanos. Y tampoco deja de ser inquietante la queja de los que acusan a esta Constitución de «militarista» porque pretende organizar una defensa europea eficaz, que no dependa permanentemente de la tutela del ‘amigo americano’. Coinciden con los asesores de Bush en que es más deseable una Europa desarmada y quejumbrosa, que a la primera amenaza seria tenga que echarse contrita en brazos de los marines para después criticarlos resentidamente en los cafés mientras ellos nos sacan las castañas del fuego.
En contra de lo que suponen los descuidados, las conquistas sociales de los Estados que forman la Unión Europea pueden sufrir retrocesos, tanto de uno en uno como en su conjunto. Si no tomamos las medidas políticas pertinentes, podemos volver a fórmulas confesionales de poder, podemos perder garantías de solidaridad económica como en EE UU o incluso recaer en modelos castristas de esos que logran la difícil carambola de aniquilar a la vez las libertades públicas y la prosperidad, o podemos ver convertidos los Estados de Derecho del siglo XXI en semillero de discordias étnicas. Sí, mucho ojo: ¿Otra Europa es realmente posible! Razón suficiente para esforzarnos en consolidar y mejorar políticamente la que tenemos, apoyando la Constitución europea.
Fernando Savater, EL DIARIO VASCO, 20/2/2005