En el mejor de los casos, no estamos asistiendo -al menos, de momento- a un amago de revolución antisistema, sino a una llamada de atención urgente para que el sistema responda a una serie de demandas que se han demostrado inaplazables. Si así fuera, la llamada, en vez de «no les votes», debería rezar «vótales.
No sabemos todavía lo que es, pero ya le hemos puesto nombre. Lo llamamos Movimiento 15M. Aunque puramente descriptivo y nada diga sobre la naturaleza de la criatura, el nombre actúa como la patente con que se registra un invento por si acaba teniendo éxito. Si el invento fracasa, pasará a engrosar la lista de fallidos; si prospera, su nombre -neutro y aséptico como mayo del 68- quedará en los anales de la Historia. Con esta actitud se han acercado al fenómeno algunos intelectuales progresistas: bailándole el agua, por si acaso. Nadie va a pedirles cuentas si la cosa acaba en nada; pero alguien se lo echaría en cara el día de mañana si dejaron que la promesa de cambiar la Historia pasara por delante de su puerta sin haberla reconocido.
No sabemos con exactitud quiénes han puesto en marcha el movimiento. Eso es lo que tiene ‘la Red’. Tampoco conocemos, al menos con una mínima precisión, los objetivos que persiguen a corto, medio y largo plazo, como no sea, claro está, el de la felicidad plena del género humano al que todos ellos afirman aspirar. Ni nos es en absoluto claro con qué instrumentos, más allá de la movilización perpetua, pretenden alcanzar las metas que sin duda persiguen, de qué tipo de organización, si de alguno, piensan dotarse o cuáles son los mínimos que, una vez logrados, permitirían dar por satisfecha la negociación, caso de que con alguien quieran negociar.
Una cosa destaca, sin embargo, con pasmosa claridad entre tanta incógnita, y no es ciertamente de poca importancia. Quienes han promovido el fenómeno han dado en el clavo. No podían haber sembrado en terreno mejor abonado ni elegido momento más oportuno. El entorno de las elecciones es período propicio a la movilización y el descontento social que agita al país, el mejor caldo de cultivo para promoverla.
En este sentido, ha de reconocerse que el diagnóstico que el movimiento hace de la situación es, en buena medida, acertado. Por centrarnos en la política, y dejando de lado otros sectores que como las finanzas, la judicatura, la empresa, los sindicatos, la universidad o los medios de comunicación tampoco están como para echar cohetes, hay que reconocer que nuestras instituciones representativas no han estado a la altura de las circunstancias. No lo han estado, por supuesto, en la deplorable gestión que han hecho de la crisis, pero tampoco por el amodorramiento general en que se han instalado prácticamente desde que culminó el enorme esfuerzo de la Transición. Pocas veces habrá venido más al caso el tópico de dormirse en los laureles que en la presente coyuntura.
La lista de desaciertos es larga y puede además encontrarse en las denuncias que el Movimiento 15M viene haciendo públicas estos días. Por citar algunos de los más importantes, la política y los políticos no han acometido las reformas que el paso del tiempo y la experiencia habían demostrado necesarias, han sido en extremo conniventes y hasta complacientes con la corrupción, se han achantado ante poderes fácticos que deberían haber mantenido sometidos a su control, han tolerado el surgimiento y la consolidación de sangrantes desigualdades económicas y sociales, no han sabido cómo prevenir el dramático problema de un paro que es insoportable tanto para quienes lo sufren como para el resto de la sociedad y han permitido que se dé casi por perdida la generación de jóvenes mejor preparada de nuestra historia.
Pero, siendo este diagnóstico en general certero, se perciben en el Movimiento 15M ciertos tics que resultan inquietantes. Esa misma denominación de ‘Democracia Real Ya’ hace pensar, al menos a los más provectos, en regímenes indeseables. La distinción entre libertades formales y reales fue durante largo tiempo la mejor coartada para que gran parte de la izquierda no reconociera la cruel realidad de las ‘repúblicas populares’ del bloque soviético. Y esa expresión que está oyéndose de que «habrá que organizar la política al margen de los partidos», si no fuera una boutade perdonable en el ambiente de euforia ácrata en que aún vive el movimiento, llevaría a temer que estarían tratándose de reinstaurar democracias corporativas u orgánicas como las que implantó el fascismo. Por no citar esa utopía de democracia asamblearia que, tal como parece vindicarse, no pudo arraigar, sin abusos abominables, ni en la diminuta y mucho menos compleja Atenas.
Sin embargo, una vez depurados esos inquietantes tics, nos encontraríamos ante una loable espita que se le ofrece a la sociedad para que desahogue su más que justificada frustración. Se trataría, más que de una auténtica alternativa al sistema, de una potente sacudida que quiere y debe lograr que la política y los políticos se sientan interpelados por las razonables demandas que el movimiento plantea y forzados a ofrecerles respuestas rápidas y adecuadas. Nos hallaríamos, en suma, ante una seria advertencia de que la rabia acumulada puede abocar, no a un fuerte incremento de la desafección abstencionista que ya se detecta en el país, sino a una explosión social de más graves consecuencias.
Así pues, en el mejor de los casos, no estamos asistiendo -al menos, de momento- a un amago de revolución antisistema, sino a una llamada de atención urgente para que el sistema responda a una serie de demandas que se han demostrado inaplazables. Si así fuera, la llamada, en vez de «no les votes», debería rezar «vótales». Y, si quieren que les diga lo que siento, a mí no me sorprendería que quienes hoy lideran la movida aparecieran, pasados pocos años, encuadrados en algún partido tradicional urgiéndonos el voto.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 22/5/2011