ABC 21/11/12
ROGELIO ALONSO
PROFESOR DE CIENCIA POLÍTICA, UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS
Los resultados no respaldan la actual línea del PP vasco, aunque algunos se empeñen en defenderla intentando desacreditar a quienes la cuestionan acusándoles de un extremismo inexistente. Únicamente exigen coherencia para defender una identidad vasca y española sin renegar de ninguna de ellas
A veces el político usa «chivos expiatorios» para eludir la responsabilidad por sus errores y la rendición de cuentas necesaria en democracia. Se beneficia para ello de un tipo de opinador que ejerce de altavoz del Gobierno y que Blumler y Gurevitch, expertos en comunicación política, definen como «servil». Frente a formadores de opinión «vigilantes», analíticos e interesados en la crítica constructiva, el «servil» actúa como «abogado» del político transfiriendo a otros la culpa que corresponde al «defendido». Este comportamiento ofrece una excelente fórmula para perseverar en el error, al neutralizar la autocrítica imprescindible para modificar estrategias fallidas. Algo similar puede estar ocurriendo tras el retroceso del Partido Popular en Euskadi.
Hay quien atribuye ese castigo a los recortes, el voto útil al PNV e incluso una imaginaria conspiración de medios y políticos presuntamente agraviados que, según dicha versión, desearían minar el liderazgo del presidente del Gobierno. La difusión de responsabilidad que se pretende endosando a factores exógenos las causas de un significativo descenso del voto desvía la atención sobre evidencias que deberían preocupar al PP. Sus pobres resultados en Euskadi tienen explicaciones más convincentes que se difuminan al ignorarse factores causales directamente relacionados con una determinada estrategia política.
Algunos elogian un supuesto «reformismo» de un PP vasco que, señalan, «ha salido de la trinchera». Javier Maroto, alcalde de Vitoria y diputado autonómico, personifica esa transformación que también le ha restado votos en Álava, territorio de gran relevancia para el PP que hoy ya es nacionalista. El político popular asume una retórica nacionalista con enemigo exterior incluido, ese genérico «Madrid» que, aduce, no entiende a los vascos. Al igual que los nacionalistas, Maroto se queja de un discurso «antivasco» desde el resto de España, inventando agravios e identidades antagónicas ( ElCorreo, 9/9/12). Como ha sintetizado el riguroso analista Santiago González, populares y socialistas vascos acaban ofreciendo «los mismos platos identitarios que los nacionalistas, aunque en raciones de menú infantil». Lo ratifica la incapacidad de PSE y PP para reforzar una identidad política no nacionalista sin el PNV en el gobierno. Este problema ya era evidente en 2011, cuando un periodista minimizaba los decepcionantes resultados del PP vasco en las generales asegurando que este redoblaría «su apuesta por el acercamiento al PNV para intentar abrir su mensaje y crecer en las urnas». La realidad muestra que el electorado popular desconfía de un giro que no comparte. El discurso de este PP vasco carece de coherencia, impidiéndole conquistar un nuevo público objetivo y decepcionando también a los suyos. Su tema de campaña ha sido prácticamente uno —ciertamente, es recomendable evitar dispersión—, pero el elegido —criticar a un Urkullu presentado como un radical independentista—, exponía las incoherencias de un partido que ha venido aceptando planteamientos de ese mismo nacionalismo al que en otros momentos ataca duramente. Recuérdese, por ejemplo, la participación del PP en la ponencia de paz del Parlamento vasco asumiendo fórmulas previamente criticadas por su ambivalencia con el terrorismo. En ella se planteaba la paz en la perspectiva de una modificación del marco jurídico-político, demostrando el PP contradicciones que en la nueva legislatura pueden volverse en su contra.
La sociología electoral vasca, con una cultura política nacionalista dominante, es singular. Basagoiti sostiene que «a veces es más difícil aguantar la exclusión social nacionalista que los asesinatos» ( El Mundo, 20/10/12). Sin embargo, la estrategia del PP para superar el aislamiento que los terroristas han intentado imponer, complementado con una fuerte presión social y política, ha ignorado la sensibilidad de una parte importante de sus votantes. Aunque Basagoiti declaraba que «si ETA no desaparece, reconoce el daño causado y asume los marcos de convivencia, no habrá una relación normal» con Bildu y Amaiur (ABC, 26/2/12), su partido ha normalizado su relación con quienes son, en palabras del presidente del PP vasco, «legales, pero no demócratas». Sirva de ilustrativo ejemplo la entrega de los premios Joxe Mari Korta a la que este año asistió Martín Garitano. Sonrientes dirigentes del PP departían amigablemente con el proetarra, brindándole las credenciales de demócrata de las que carece quien no tiene la decencia de condenar el asesinato del empresario vasco, ni de los compañeros de partido de aquellos ni del resto de las víctimas de ETA. Se escenificaba un injusto empate moral que los electores avalan: ha dado lo mismo asesinar que haber sido asesinado. Simbólicos gestos como ese invalidan el discurso de firmeza del PP cuando promete un final del terrorismo sin olvido, pues actúa como si ETA fuera invisible, facilitando la impunidad de la banda.
Los resultados sugieren que el votante tampoco aprueba una política antiterrorista que evidencia engaños como la excarcelación de Bolinaga. Ante las críticas es revelador que Arantza Quiroga cuestione ahora la idoneidad de haberse manifestado en la calle con las víctimas contra la negociación entre el Gobierno socialista y ETA ( ElPaís, 16/9/2012). Tampoco parece aceptar el votante que la justificación del nuevo PP vasco se haga a costa de restar valor u honradez a compañeros de partido que también han sufrido el terrorismo y que están absolutamente legitimados para opinar de un cambio de política que no ha obtenido éxitos electorales.
El miedo del PP a la exclusión y a la incomodidad en la sociedad vasca le ha llevado a adoptar un discurso amable hacia el nacionalismo para aproximarse a quienes le han estigmatizado. Con ese giro, quienes demonizaron a los populares tachándolos de inmovilistas se ven reforzados al afirmar que el PP era el problema y no la solución. Esa implícita admisión de fracaso debilita su posición ante electores potenciales, pero también con su base tradicional, de la que se distancia para luego intentar movilizarla, sin éxito. Líderes que antes de la campaña admitían conformarse con un número de escaños suficiente para que el PNV gobernara con su apoyo se centraron después en presentar a los nacionalistas como peligrosos independentistas. Curiosamente, Basagoiti entiende que ese tono de campaña «con mensajes del miedo» no ha perjudicado al PP: «Es que, si nosotros no llegamos a hacer la campaña que hemos hecho, no teníamos ni los nueve escaños que nos daban algunas encuestas» ( ElCorreo, 23/10/12).
Los resultados no respaldan la actual línea del PP vasco, aunque algunos se empeñen en defenderla intentando desacreditar a quienes la cuestionan acusándoles injustamente de un extremismo inexistente. Únicamente exigen coherencia para defender una identidad vasca y española sin renegar de ninguna de ellas, como han hecho algunos dirigentes populares que en determinados momentos llegaron incluso a censurar la presencia de banderas nacionales en sus mítines en Euskadi. Algunos justifican la renuncia a ese simbolismo como puro tactismo, pero revela complejos que impiden desarrollar una personalidad política propia necesaria para ocupar un espacio y cuidar de su suelo electoral, requisitos imprescindibles para afianzar su implantación social y construir mayorías.
Las descalificaciones hacia los críticos de esa estrategia fallida recuerdan las palabras de Fernando Savater cuando en 2007 evocaba el dicterio «criaturas ministeriales» con el que Schopenhauer denigraba a opinadores dedicados a justificar al Gobierno antes que a practicar la honradez intelectual. Hoy podría utilizarse ese término para referirse a quienes, como escribió Savater, están «entregados a desenmascarar supuestamente a los críticos de la política antiterrorista del Gobierno, revelando con estrépito las máscaras carnavalescas de extrema derecha, reaccionarios y saboteadores de la paz que ellos mismos les han confeccionado» ( ElPaís, 2/4/07).