EL CORREO, 6/4/12
Considera que «el peso hegemónico del nacionalismo radical es parte de la domesticación a que nos ha sometido el terrorismo»
BILBAO. Fernando Savater pasa ahora cada vez más tiempo en San Sebastián. El final del terrorismo le ha cogido jubilado y ya no tiene que vivir largas temporadas refugiado en su apartamento de Madrid, a salvo del hostigamiento al que le han tenido sometido los violentos. Lo que no quiere decir que esté de brazos cruzados. Imposible en él. El filósofo vasco anda ocupado preparando la promoción de su última novela, ‘Los invitados de la princesa’ (premio Primavera 20112), una historia repleta de humor en la que los terroristas sobrevuelan la ficción.
– Lo siento, Fernando, no vamos a hablar de su libro. Vamos a hablar del terrorismo de verdad. El que le ha tenido amenazado de muerte. ¿Recuerda la primera amenaza? ¿Cómo le llegó? ¿Cuándo?
– Salió en esos carteles que ponían con la diana, y luego cuando detuvieron a un par de comandos y encontraron papeles con seguimientos míos.
– ¿Ha temido por su vida?
– Una vez estaba presentando un libro en el Koldo Mitxelena y se vio por allí cómo unos se pasaban una pistola. Como estaba con los escoltas, me sacaron rápidamente.
– ¿Qué pudo llevar a esa gente a verle con tanto odio como para querer exterminarle?
– Buscaban a las personas que se significaban en el rechazo de ETA; los que estábamos en las movilizaciones. Era enemigo todo el que se les oponía de manera activa, que en el fondo no era tanta gente. Muchos rechazaban la violencia, pero no movían un dedo.
– O sea, era más la gente que miraba hacia otro lado.
– Bueno, o que se inhibían. O que tenían miedo. O que estaban esperando a ver quién ganaba.
– Quizá es simplemente que no tenían madera de héroes.
– El terrorismo, las amenzas, son para eso, para que la gente se asuste y obedezca. El terrrorismo es una forma de domesticación de la sociedad: se hace chasquear el látigo, se pegan un par de tiros y la sociedad obedece; unos, de mala gana, otros se resignan mejor, pero obedecen. El terrorista es un domador que quiere que la gente pase por el aro.
– ¿Ha conseguido el domador su objetivo?
– En cierta medida, sí. Cuando se dice que la violencia es inútil, no es verdad. Intimidar a gente y ponerla en peligro de muerte es una forma de controlarla. Y así muchas ideas que no hubieran sido aceptadas, al final lo son. El peso hegemónico que durante años ha tenido el nacionalismo radical y la forma en que todo el mundo se ha ido acostumbrando a que, mal que bien, hay que poner cara de nacionalista, sea más radical o menos, es parte de la domesticación del terrorismo.
– Según su teoría, ahora nos vamos a volver un poco salvajes.
– La domesticación dura mucho. El domador puede salir de la pista, pero los animales siguen haciendo el número de circo porque ya se han acostumbrado. El terror no necesita estar aplicándose diariamente, basta con que quede ahí en suspenso. Maquiavelo decía que, para hacerse temer, el príncipe tenía que ser muy terrible al principio y, a partir de ahí, la gente ya se acostumbraba. En el País Vasco pasa eso: el terror ya se le ha metido a la gente en el cuerpo y los terroristas pueden incluso prescindir de él.
– ¿Las fieras siguen al acecho?
– Por supuesto. No se han ido. Si se hubieran ido, nos habríamos enterado. De hecho, si se sigue diciendo que hay que llegar a una solución es porque están ahí. Si los terroristas han dejado la violencia, ¿por qué seguimos hablando de reunirnos para dar gusto a su brazo político? Ese lenguaje de la hoja de ruta… ¿La hoja de ruta de qué? Yo no me quiero ir a ninguna parte. Serán ellos los que quieren venir a la sociedad que hemos estado defendiendo precisamente de ellos. No queremos cambiar para darles gusto.
– Entonces, ¿del 20 de octubre para acá no ha cambiado nada?
– Sí, ha cambiado que han dejado de ejercer la violencia. Debemos darnos cuenta de que la violencia ha acabado porque se les ha vencido; no les debemos nada. Lo que hace falta es que cumplan las leyes. Hay un Estado de Derecho, una Constitución, un Estatuto y se acabó. Pero la gente no se lo cree del todo y dice: ‘A ver si llegamos al final definitivo’. Eso ya está. Ahora hace falta que las personas que han cometido delitos cumplan sus penas. Y si se arrepienten, la ley puede aliviar su situación penitenciaria. Pero ya no es asunto de la sociedad. La sociedad está donde queremos estar: dentro del Estado de Derecho que han intentado derrocar y no han podido.
– Usted utiliza un plural mayestático, pero tal vez no todo el mundo lo vea de la misma manera.
– Cuando uso ese plural que llama mayestático me refiero a los que no nos hemos dejado domesticar ni cuando estaba el domador con el látigo ni después. Hay otros que sí. El terror ha condicionado a la sociedad vasca como ha pasado en Corea: cuando se murió King Jong-il, la gente salió a la calle llorando porque tenían todavía el miedo dentro.
– ¿Quién se ha dejado domesticar?
– Todo el mundo que utiliza ese lenguaje de que hay que buscar una hoja de ruta. Encima de que hemos tenido que luchar por defender las leyes, parece que ahora tenemos que dejar eso entre paréntesis, no vaya a ser que vuelvan a las andadas.
– ¿Continúa militando en UPYD?
– Soy militante de base y pago mis cuotas. Es el partido con el que me veo más en sintonía.
– ¿Qué le pareció la imagen de Rosa Díez sola en el Congreso pidiendo la ilegalización de Bildu y Amaiur?
– Es un acuerdo muy genérico. No está mal, pero tampoco es para echar las campanas al vuelo. Lo que hace falta es asentar nuestros principios políticos. La ilegalización tuvo su momento: los tribunales decidieron una cosa, que muchos encontramos muy discutible, pero bueno, ya está; tampoco van a dar ahora marcha atrás. El problema no es volver a ilegalizar lo legalizado, que Amaiur o Bildu no estén ilegalizados; el problema es que ocupen un espacio mayoritario en la calle frente a una sociedad encogida. No se hacen manifestaciones en defensa de la Constitución, del Estatuto, de la España democrática. No hay que estar ilegalizando, hay que dar la cara.
Las mesas
– ¿Cómo valora la postura del PP, desde que está en el Gobierno, con respecto al terrorismo?
– Está teniendo una actitud clara y limpia. Hay unas leyes, unos principios, unas personas que han sufrido los efectos del terrorismo, y no vamos a doblegarnos ahora.
– Usted apoyó el diálogo con ETA con Zapatero de presidente.
– Lo que dije es que si ETA había pedido hablar con el Gobierno porque quería dejar la violencia, por supuesto sin condiciones políticas, había que hablar con ellos. Por entonces escribí un artículo, ‘La segunda mesa’, y decía que el problema no era la primera mesa, en la que se hablara con ETA sobre ETA, sino la segunda, en la que hablaran los partidos políticos con ETA de política. Eso era inaceptable. Luego se vio que era una realidad y estaba funcionando.
– Aquel posicionamiento le costó no pocas críticas, incluida la del Foro Ermua
– Estoy acostumbrado a que unos me aplaudan y a otros les parezca mal. Me interesan las cosas, los temas; que me ensalcen o me denigren me trae sin cuidado.
– Los nacionalistas no estarán entre sus fans. ¿Sigue pensando que «el nacionalismo atonta»?
– La idea de la identidad, de que es más importante la genealogía del grupo social que los derechos y deberes de la ciudadanía, es retrógrada. El nacionalismo es una idea reaccionaria que va contra esa modernidad política que consiste en tratar de buscar pautas ciudadanas cosmopolitas trasnacionales. Todos los estados están compuestos de grupos y naciones diferentes. Los estados son precisamente renunciar a esos signos de identidad del pasado para buscar signos de identidad comunes en leyes, constituciones, etcétera.
– El PNV jugó un papel vital en el acuerdo de paz del Congreso.
– Una cosa es que no comparta el ideario nacionalista y otra que piense que todo el mundo es igual. Hay un nacionalismo que, bueno, aunque sea solo un barniz, da valor a otras cosas: a instituciones, a leyes, a acuerdos… El nacionalismo del PNV está en esa línea; tiene un barniz severo aranista todavía, pero posee otras cosas que hacen que sea mucho más interesante llegar a acuerdos con ellos.
– ¿Hay un nacionalismo español?
– Naturalmente. Todos los grupos humanos propenden a mitificarse. Basta que los guiñoles franceses se metan con nuestros deportistas para que nos lo tomemos como una afrenta. Son reacciones de grupo, de caserío. Precisamente los años de franquismo y de hiperinflación de nacionalismo español patético y autoritario vacunaron a muchos contra los excesos nacionalistas. Y, al contrario, ahora hay un miedo a cualquier afirmación de que España es un Estado de Derecho, de que los vascos no solo somos españoles sino que hemos participado de forma importante en la creación de ese país.
– Hay quien sostiene que ese nacionalismo español se ha beneficiado de ETA.
– Por reacción. Lo mismo que se dice que un loco hace ciento, podríamos decir que un nacionalista hace que surjan otros enfrente. De ahí la importancia de la educación. Un nacionalismo exacerbado puede desatar otro nacionalismo exacerbado .
– ¿Por qué se ven las cosas tan distintas en el País Vasco y en la mayor parte del resto de España?
– Hay dos razones esenciales. Primero, los vascos que veían las cosas distintas dentro del País Vasco se han ido al resto de España.
– ¿Todos?
– No todos, pero muchos sí. Así, ese resto de España abunda de vascos de los que se han ido. Y luego, donde ha estado más la presión terrorista, ahí los domadores han sabido hacer su tarea.
– ¿No hay en el fondo una visión romántica de Euskadi en España?
– Siempre la ha habido. A diferencia de los catalanes, a los que se les ve como gente interesada por la pela, los vascos teníamos fama de todo lo contrario: gente noble, sencilla, simpática. Eso ha existido y ha ido transformándose. Por desgracia, el mundo este de la violencia, supuestamente revolucionario, ha llevado a un romanticismo malo. Por ahí ves gente protestando porque no les han puesto un semáforo y te dicen: ‘Si tuviéramos una ETA…’
– ¿Cómo se imagina el final de todo esto?
– No lo sé. Habrá muchos finales. Quisera que la España democrática tuviera la oportunidad que nunca ha tenido en el País Vasco, que los vascos reconocieran toda su aportación e identificación con esa España democrática y que eso creara un ámbito en el cual hubiera sensibilidades distintas. Un país es una cosa muy compleja.
EL CORREO, 6/4/12