El edil socialista y ex ‘poli-mili’ Patxi Elola dice que los radicales «no han cambiado» y que «nos han engañado muchas veces y han dado pasos importantes, pero seguimos igual de amenazados que antes. Esto no puede acabarse con borrón y cuenta nueva, sino resarciendo a las víctimas y con vencedores y vencidos».
Patxi Elola, concejal socialista de Zarauz (Guipúzcoa) y jardinero de profesión, fue durante años vecino de Joseba Permach. Cada uno vivía en un extremo de la calle. Un día se cruzó con el dirigente abertzale, su mujer y sus dos hijos. Elola no recuerda la fecha, pero la sitúa en el calendario: «Al día siguiente de que me pusieran los escoltas y dos días antes de que mataran a Juan Mari Jáuregui» [el 29 de julio de 2000, según estas acotaciones]. El edil, custodiado por dos sombras que no le han abandonado en los últimos 11 años, vio cómo su vecino le miró. «Se dio la vuelta y se carcajeó. Se carcajeó de mi situación. Y eso pasó otra vez tiempo después. Así que ahora veo a Permach, en primera línea de la presentación de Sortu, un nuevo proyecto a la democracia… y no me lo creo. Yo no me lo creo».
El concejal de Participación Ciudadana, Barrios, Parques y Jardines en el único gobierno municipal de concentración en Euskadi sabe lo que significa un salto de ese calibre. Patxi Elola fue poli-mili hasta que, a los 20 años, en plena Transición, se integró en Euzkadiko Ezkerra. «Desde entonces he renunciado a la violencia de ETA, y creo que he ido aprendiendo a ser demócrata. Porque el ser antifranquista no significa ser demócrata. No se democratiza uno de un día para otro por decir ‘ahora soy demócrata’».
El hoy candidato a alcalde por el PSE fue uno de los promotores de Gesto por la Paz. «En aquellas concentraciones de los años 90 es cuando empecé a enfrentarme públicamente al terrorismo. Era muy duro», recuerda. «Los radicales se nos ponían enfrente y nos insultaban y amenazaban. A mí me llamaban traidor». En 1999 accedió al Ayuntamiento y, tras sólo cuatro meses de concejal, le quemaron su medio de vida: el local donde guardaba su maquinaria para jardinería y también su furgoneta. Todo calcinado. Entonces compartía pleno con Euskal Herritarrok, la segunda marca radical tras Herri Batasuna. «Dijeron que el atentado no había sido reivindicado y que no había pistas».
Hoy sigue despertándose todos los días a primera hora para dedicar la mañana a mantener los jardines de Zarauz y alrededores. Y dice que el atentado le sirvió para darse cuenta de que «la mejor forma de avanzar en favor de la libertad y de la paz era aguantar, no retroceder, enfrentarse al miedo». En los últimos años ha recibido amenazas, pintadas, ha cambiado de domicilio… Debajo de su casa dibujaron su silueta con la cabeza sangrando. Eran vecinos del pueblo. También, según cree, quienes, al menos, dieron la información para localizar su almacén.
Son demasiados años para que quienes le han deseado la muerte o la han procurado, habitantes de la idílica localidad costera donde Karlos Arguiñano graba su programa de cocina, hayan cambiado de un plumazo. «El papel [en referencia a los estatutos de la nueva Batasuna] lo aguanta todo, pero yo no me creo una palabra. Nos han engañado muchas veces y han dado pasos importantes, pero seguimos igual de amenazados que antes. Esto no puede acabarse con borrón y cuenta nueva, sino resarciendo a las víctimas y con vencedores y vencidos».
¿Y si la izquierda abertzale es legalizada? «Los jueces decidirán. Yo no entiendo de argumentos jurídicos, pero a mí me gustaría que estuvieran en las elecciones con todas las de la ley, no con un papel. Porque no veo que la gente que yo conozco personalmente se haya transformado. No he visto en Zarauz ningún reconocimiento del terror». Si, ocho años después, los radicales vuelven a compartir pleno con «los demócratas», dice, lo acatará «por imperativo legal». «Pero no por gusto. A mí no me gusta tener delante a quien quiere lo peor para mí».
Euskadi es pequeño y muchas vidas han dado muchísimas vueltas. Más de 800 se han perdido. Lo peor para Elola ha sido la experiencia de su hijo, hoy de 14 años, a quien ha tenido que sacar en volandas de manifestaciones y piquetes en el centro del pueblo. Con todo, se siente afortunado. A su alrededor han muerto amigos con los que había compartido mantel en el txoko que tiene la sede de Euzkadiko Ezkerra (hoy PSE) en el pueblo: Juan Priede, Joseba Pagaza, José Luis López de Lacalle…
A todos ellos les dedicó ayer su presentación como candidato del PSE a la Alcaldía. «Yo estoy vivo, todavía. Siempre me he cuidado mucho de acatar las medidas de seguridad porque quiero estar vivo el día que esto acabe. Quiero un Zarauz en paz, aunque yo no sea alcalde. Lo dejaré todo y me jubilaré trabajando en lo mío, de jardinero».
EL MUNDO, 10/2/2011