Los de Sortu no rechazan a ETA en sí, como violencia estructurada en sí misma, sino solo la violencia hipotética que pueda practicar más adelante. En su curioso modelo de sociedad democrática cabe que exista una ETA siempre que se limite a estar vigilante e inactiva, como lo está ahora.
No sé si se fijaron ustedes en un aspecto del discurso público de los batasunos de turno que era semánticamente muy rico: ninguno habló con libertad de expresión, sino que se limitó a leer un texto cuidadosamente redactado, sin levantar en ningún momento la vista del papel. Lo cual no es extraño, pues en ese texto hay formas de expresión tan alambicadas, sibilinas y matizadas que ningún ser humano sería capaz de declamarlas con naturalidad. De no contar con el texto como andamio rígido, los declamadores hubieran terminado en la confusión de no saber exactamente qué querían decir y, sobre todo, qué no querían decir.
Porque, verán, hay ocasiones en que la única manera de determinar el contenido exacto de un texto es la de examinarlo como si fuera un negativo fotográfico, para ver lo que no dice. Es decir, la de poner de manifiesto con qué otros discursos sería compatible el que hemos escuchado. Algo así como leerlo a contrapelo y, por tanto, imaginar lo que podrían decir esos mismos batasunos mañana mismo sin contradecirse con lo que nos leyeron ayer.
En este sentido, les invito a efectuar un experimento contrafáctico: supongan que el nuevo partido es legalizado dentro de unos días, se presenta a las elecciones, y obtiene sus representantes en nuestras instituciones públicas. Supónganlo por un momento y supongan también que esos representantes públicos se reúnen y lanzan el siguiente orgulloso mensaje: «Nosotros nunca hemos rechazado o condenado a ETA». ¿Podrían hacerlo sin infringir el principio de no contradicción? ¿Sería compatible ese mensaje con el que nos dieron en el Euskalduna y con lo que dicen negro sobre blanco sus nuevos estatutos? ¿Faltarían a la verdad? La respuesta es que tal mensaje sería congruente, que podrían afirmar con total respeto a la verdad que ellos, los integrantes del nuevo partido, nunca han rechazado a ETA, menos aún la han condenado. Por lo menos hasta ahora.
Porque lo que han dicho, con exquisito cuidado, es que rechazan la violencia, incluso la que en el futuro pudiera proceder de ETA; han distinguido cuidadosamente entre la violencia como manifestación y ETA como su sujeto; rechazan a ETA pero solo en tanto en cuanto sea sujeto activo de conductas hipotéticas que en el futuro vulneren derechos humanos. Es decir, no rechazan a ETA como sujeto activo que ‘ya’ (el adverbio es esencial) ha realizado tales conductas (no ha hecho otra cosa que realizarlas) sino solo en tanto en cuanto las realizase en el futuro. No rechazan a ETA en sí, como violencia coagulada y estructurada en sí misma, sino solo la violencia hipotética que pueda practicar más adelante. En su curioso modelo de sociedad democrática cabe que exista una ETA siempre que se limite a estar vigilante e inactiva, como lo está ahora. Y, sobre todo, en ese extraño modelo de sociedad cabe que ETA y su violencia hayan existido sin merecer reproche sobrevenido alguno. Simplemente, se ha cerrado un ciclo en el que la violencia («lucha armada» dicen) fue útil y legítima, no porque se rechace esa violencia, sino porque ha dejado de ser políticamente productiva.
Nuestros batasunos han espigado en las sentencias de los tribunales los párrafos más favorables para su intención, pero han ignorado los más exigentes. Por ejemplo, ese en que el Tribunal Supremo dice que la legalización exige «una declaración inequívoca de distanciamiento, rechazo y condena (dice ‘y’, no ‘o’) de cuanto representa una organización criminal y sus instituciones políticas». O ese otro que exige «un rechazo inequívoco de la violencia terrorista que motivó la ilegalización», es decir, un rechazo de aquella concreta y particular violencia que llevó a su ilegalización, que lo fue la violencia histórica de ETA.
De nuevo: ¿podrían los futuros cargos decir con verdad: «Nosotros nunca hemos condenado la historia de ETA, nosotros siempre hemos considerado que estuvo justificada en su momento, que fue una lucha dignísima por la libertad del pueblo y por la democracia»? Pues resulta que sí, que podrían hacerlo sin contradecirse. Es más, todos sabemos que lo harán si no somos ahora exigentes a la hora de demandar más precisiones concretas que les comprometan inexorablemente con la democracia.
Los radicales violentos han dado interesantes pasos y han dicho cosas nuevas, cómo no reconocerlo. ¿Son ‘pasos de gigante’ como dice algún aprendiz de visionario? Quizás puedan ser calificados así, pero resulta que para saltar sobre una fosa de novecientos muertos y treinta años hacen falta gigantes más grandes. No basta con constatar displicentemente que ‘se ha cerrado un ciclo’, como si se tratase sólo de un proceso mecánico ayuno de sentido moral y político. Hay que comprometerse un poco más.
Les faltan todavía algunos pasos, esos que cierren toda posibilidad de poder decir en el futuro frases como las transcritas. Tienen tiempo de sobra a lo largo de estos meses para darlos, simplemente levantando los ojos del papel pautado y proclamando (y, por favor, con un poco menos de displicencia y superioridad y con un poquito más de humildad): «Nosotros condenamos a ETA, ahora, antes y luego».
José María Ruiz Soroa, EL DIARIO VASCO, 9/2/2011