EL CORREO, 24/10/11
El hijo del gobernador militar de Gipuzkoa Rafael Garrido evoca el crimen de su padre, su madre y un hermano, del que mañana hará un cuarto de siglo
«El tiempo cura, es milagroso, suaviza el dolor, aunque éste siempre persista». Esta frase reconforta a Fernando Garrido Velasco cada vez que recuerda cómo el 25 de octubre de 1986 -mañana se cumplirán 25 años-, ETA asesinó a su padre, el general de brigada y gobernador militar de Gipuzkoa Rafael Garrido Gil, a su madre y a un hermano en el Boulevard de San Sebastián. La semana pasada estuvo en el escenario del atentado junto a su tío Silverio Velasco y Suso Ferreiro Franqueira, entonces ayudante del mando. «Ojalá ETA se hubiera dado cuenta hace 25 años de la inutilidad de la violencia», lamentan tras conocer el comunicado de cese definitivo.
Fernando Garrido tenía 27 años cuando se produjo aquella acción terrorista. El destino o el azar le permitió esquivar a la muerte. Sus padres y su segundo hermano iban de excursión al Pirineo navarro, y él decidió en el último momento no acompañarles. A las diez y media de la mañana de ese sábado se despidió de ellos frente al Gobierno Militar. El edificio se llama ahora palacio Goikoa y alberga varias oficinas del Ayuntamiento.
El militar abandonó la sede en su vehículo oficial junto con su familia y un chófer, un soldado de remplazo. No llevaba escolta por decisión propia. A los pocos metros, el coche se detuvo ante un semáforo. Dos jóvenes en una moto de gran cilindrada depositaron sobre el techo del coche una bolsa y huyeron. El paquete, que contenía dos kilos y medio de goma-2 y metralla, hizo explosión. El vehículo quedó convertido en un amasijo de chatarra.
Los cuerpos del general Garrido, de 59 años, y de su esposa, Daniela Velasco de Vidaurrieta, de 57, quedaron destrozados. Su segundo hijo, Daniel, de 21 años, y el chófer, Norberto Jesús Ferrer Lozario, de 20 años, fueron trasladados a la entonces residencia Nuestra Señora de Arantzazu. Daniel Garrido murió a los pocos minutos de ser ingresado. Catorce transeúntes resultaron heridos.
Fernando todavía lo tiene todo presente. «Oí el bombazo y me llegó la onda expansiva cuando iba a subir las escaleras del Gobierno Militar. Intuí lo que había pasado y lo vi todo. Los cadáveres de mis padres estaban cubiertos con mantas, había mucho humo y gente herida por el suelo», rememora. «Tuve una sensación de atontamiento. Sufrí un shock, no sabía si era un sueño o la realidad», admite. No olvida que luego vino el segundo capítulo del drama, cuando tuvo que comunicar a sus otros cuatro hermanos la tragedia. La Audiencia Nacional condenó al exjefe militar de ETA Santiago Arrospide Sarasola, ‘Santi Potros’, por ordenar el atentado, y a sus autores, José Antonio López, ‘Kubati’ y José Miguel Latasa, ‘Fermín’, del comando Gohierri-Costa.
«Abierto de mente»
Fernando no duda en reconocer que el atentado marcó un antes y un después en los cinco hermanos Garrido Velasco. «Nos cambió a todos la vida. Nos costó mucho volver al día a día», señala. «El que peor lo pasó fue mi hermano pequeño. Tenía entonces 16 años y vivía con mis padres». Subraya que su progenitor era «un militar atípico, muy abierto de mente y demócrata, algo no fácil en aquella época. Incluso estudiaba euskera porque quería integrarse plenamente en la sociedad vasca, cosa que creo que logró». De su madre señala orgulloso que era «la mejor mamá del mundo». «¿Qué culpa tenía ella? Lo de mi padre, al menos era su trabajo, pero ¿ella? ¿Y mi hermano Daniel? Le quitaron toda la vida que tenía por delante».
Fernando confiesa que al principio tanto a él como a sus hermanos les costaba hablar sobre el atentado, e incluso se les hacía duro volver a San Sebastián. «En homenaje a mi padre, que siempre quiso que fuéramos una familia unida, nos reunimos todos los años a mediados de octubre, normalmente en Jaca. Procuramos rememorar solo los buenos momentos vividos antes del atentado», indica. Lo justifica en que «la mente humana es muy inteligente y tiende a no recordar lo malo, lo doloroso, como si fuera una cuestión de supervivencia». Sin embargo, admite que «desgraciadamente de vez en cuando vuelve a salir, sale todo y ¡broom!», exclama.
Tampoco su tío, Silverio Velasco, olvidará esos trágicos días. Cree que su cuñado salvó la vida al chófer, «ya que se dio cuenta de todo y le ordenó que saliera rápido del vehículo». Junto a otras víctimas, la familia Garrido recibió en 2003 la Medalla de Oro de San Sebastián.
«Todos los reconocimientos de este tipo son bienvenidos. Son como que nos dan una palmada en la espalda y nos dicen: ‘Estamos con vosotros’», apunta Fernando. Censura que al principio hubo en la sociedad vasca una tendencia a olvidar a las víctimas. «No entiendo a los que aplauden y celebran cuando hay una muerte o algo doloroso, o hurgan en la herida. Y se pregunta: «¿Cómo puede haber burlas o desprecios? ¿Cómo pueden decir ‘algo habrán hecho’? ¿Qué clase de seres humanos pueden hacer eso, por mucha ideología que tengan?». Horas después de que ETA asesinara al general Garrido, tuvo lugar en Bilbao una manifestación de Herri Batasuna en la que exigía al Gobierno que negociara con la organización terrorista. «A mí me parece muy bien que se hable, porque hasta ahora esta gente se cerraba en banda, solo mataba o ponía bombas», remarca Fernando en alusión al diálogo que propone la ‘Declaración de Aiete’.
EL CORREO, 24/10/11