EL CORREO, 1/8/12
Iñaki Rekarte, preso arrepentido de ETA, revela la improvisación en muchos atentados y confiesa que una vez hasta decidieron a cara o cruz quién disparaba
Fortalecido con la redención espiritual que le ha propiciado haber confesado sus crímenes, armado con la «tranquilidad» que le supuso entrar a la cárcel hace ya más de veinte años y arropado por la liberación que le proporcionó su encuentro con la esposa de una de las víctimas de la banda asesina, el exetarra Iñaki Rekarte se ha atrevido a mostrar el reverso de la piel de un terrorista ante las cámaras de televisión. El recluso disidente de ETA, que en régimen de tercer grado cumple condena en la cárcel donostiarra de Martutene por cuatro asesinatos, se ha sincerado en el programa ’30 minutos’ del canal autonómico catalán. Allí afloraron sus sentimientos y vivencias, y allí reveló incluso que cuando entró en la organización armada la dirección se limitaba a darles «un listado con muchos objetivos» y a decirles: «Vosotros matad todo lo que podáis».
Tras acogerse a la ‘vía Nanclarres, que reúne a los exterroristas arrepentidos públicamente, Rekarte se ha mostrado dispuesto a reflexionar en torno a los encuentros entre víctimas y antiguos miembros de ETA. Intentó entrevistarse con el padre de uno de los transeúntes que mató al colocar un coche bomba en Santander en 1992, pero no lo consiguió. Tuvo que limitarse a un ‘tete a tete’ con la mujer de otra víctima de la banda. Frente a ella se sorprendió de la «ausencia de odio». «Es como si te hubieran perdonado antes de empezar a hablar», relata. No se lo esperaba. Fue un alivio momentáneo, pero admite que «no hay ningún perdón, ni ningún lo siento que puede mitigar el dolor» producido. «Perdón sólo es una palabra», subraya el irundarra.
Rekarte, que a sus 40 años, una vez ha roto con ETA, siente «que la vida no ha valido para nada», rememora con impotencia cómo «un cúmulo de circunstancias» le llevaron a ingresar en la banda terrorista cuando apenas contaba con 19 años. Bastó conocer a «una persona que estaba en el ambiente» y que su padre había pasado «quince días detenido en manos de la Guardia Civil en el cuartel de Intxaurrondo, en donde le hicieron de todo», para que diera el paso. «Todo surgió muy rápido. Sin pensar mucho. Pues venga, vamos a meternos en ETA», relata. «Cuando te estás metiendo ni te imaginas lo que supone estar ilegal en el mundo, que te tengas que esconder», explica.
Poca cabeza
Ya todo fue imparable. Pronto llegó un primer atentado, en 1991. Ocurrió en Irun, donde acompañó a un compañero del ‘comando Mugarri’ a acabar en un parque con la vida de Francisco Gil Mendoza dentro de lo que denominaron lucha contra supuestos traficantes. Explica que echaron a cara o cruz quién disparaba. En su opinión, eso «resume lo poco que piensas y la poca cabeza que tienes» cuando estás dentro de la serpiente de ETA.
Su escalada terrorista tuvo la próxima cita en Santander un año después. La colocación de un coche bomba al paso de una furgoneta policial segó la vida de tres peatones. «A las víctimas -reconoce- ni las vi». «Supongamos que esto tendría alguna lógica, que no la tiene. Tu aportación es que has matado a tres personas que no sabes ni quiénes son», reflexiona veinte años después. Recuerda que incluso la dirección de la banda les hizo llegar un texto sobre los «fallos técnicos» que cometieron en la ejecución.
Rekarte pensaba por entonces que jamás le cogerían «vivo». «Que me maten y ya está. Te da igual que te maten. Igual hasta quieres eso, pues la situación te desborda». Le arrestaron poco después del atentado de La Albericia. En la cárcel comenzó a pensar en abandonar ETA. Lo hizo «varias veces», pero al final le faltó el valor para dejarlo».
Siempre se echó para atrás ante la presión del colectivo de reclusos de la organización. Un mundo, relata, «muy cerrado. Estás en el grupito ése y punto. No hay más. En él «haces tuyas las ideas, la manera de ser, el día a día». Sin embargo, un día decidió «romper definitivamente» y para ello optó por violar la «norma más sagrada», que era «no trabajar» en destinos penitenciarios. Esto le valió el rechazo del resto, que incluso llegaron a amenazarle. «Más de uno me dijo ‘si fuera por mi… Me estaban diciendo ‘te pegaba cuatro tiros y te ibas a enterar tú’». Hoy cree que fue la mejor decisión que pudo tomar.
EL CORREO, 1/8/12