«Los etarras deben estar en la cárcel cumpliendo sus penas y no en mi cabeza», afirma Montse Lezaun, madre de uno de los dos guardias civiles asesinados en Mallorca. «Ojalá pueda decir para siempre que soy la madre de la última víctima de ETA», declara en esta entrevista.
Montse Lezaun es sorprendentemente serena, fuerte y optimista. Nunca hubiera podido imaginar la suerte que le esperaba cuando salió de su querida Pamplona -en la que nació, se crió, tiene a su familia y a la que vuelve muy a menudo- para vivir en Mallorca. Casada con Antonio Salvá, prestigioso urólogo mallorquín, ha tenido siete hijos, que tienen entre 29 y 16 años, cuatro chicos y tres chicas. Diego, guardia civil de profesión, era el segundo. ETA lo asesinó con una bomba lapa junto a su compañero Carlos Sainz de Tejada. Fue el último asesinato premeditado de ETA cometido en España. Este viernes se cumple un año. Para Diego era su primer día de trabajo después de haber pasado cuatro meses ingresado debido a un accidente de moto. Montse toma la palabra sin preguntas de por medio. «El otro día estuve viendo imágenes por televisión del busto en bronce que han hecho en homenaje a Miguel Ángel Blanco, allí en Ermua. Aquello sí que fue un golpe grande para todos», dice.
– Pero el de su hijo también lo fue.
– Sí, pero el de Miguel Ángel Blanco no fue un atentado más. Fueron a por una persona en concreto. Lo de mi hijo fue una casualidad. No iban a por él sino a por cualquiera que cogiera ese vehículo, y lo que es peor todavía, para atentar contra cualquiera de las personas que pudieran pasar por ese lugar en ese momento. Aquello pudo haber sido una masacre porque la central de Correos queda junto al cuartel. Me pongo en el lugar de la madre de Miguel Ángel Blanco y se me encoge el alma. Sé que el resultado es el mismo. A las dos nos falta el hijo. Desde que mi hijo ya no está, me pongo en el lugar de madres y pienso en ellas, en lo mucho que estarán sufriendo. Si yo, sin haberle visto sufrir, estoy pasando lo que estoy pasando, ni me hago a la idea de lo que pueden estar sufriendo otras muchas madres. No hay nada más agradable para una madre que hablar de su hijo, aunque si hay algo de lo que me arrepiento ahora es de no haber podido estar más tiempo con Diego. Ya se lo dije a las infantas cuando me crucé con ellas por las calles de Palma: ‘aprovechad y estad todo el tiempo que podáis con vuestros hijos’. ¿Usted sabe lo que yo daría por estar un minuto más con mi hijo?
– ¿Cuál es el estado de ánimo de su familia un año después?
– Estamos bien, serenos y tranquilos. A menudo se dan situaciones que nos recuerdan a Diego, pero en general estamos bastante serenos.
– ¿Y qué le hace mantener esa serenidad y esa vitalidad con la que se expresa?
– Muchas cosas no son espontáneas en mí, pero hay situaciones en las que hay que tomar la decisión racional de mantenerte erguida y firme porque la misión que tengo no se ha acabado con la muerte de Diego. Mi misión, al tener más hijos, es tirar de ellos. Hay que tirar hacia delante. Una no puede quedarse metida en un cuarto, llorando, amargando la vida a otros.
– ¿Se considera usted una madre coraje?
– Ni mucho menos.
– (Hace una pausa)
– Los demás tienen que ver en mí una referencia. Yo como buena pamplonica me he estado levantando todos los días a las ocho de la mañana para ver el encierro por televisión. A diario he pensado en esos corredores que preparan su carrera con mimo para que esos toros no les cojan. Llevado este ejemplo a nuestro caso, creo que la vida, si nos coge, por lo menos que nos coja de pie. La vida no te puede coger parada, con la ropa del encierro sucia, sin preparar. Una madre tiene que estar por lo menos de pie. Luego la vida te empuja, pero hay que ser capaz de levantarse.
– ¿Y a usted quién le da fuerzas para mantener ese espíritu?
– Cuento con un marido excepcional, mis hijos por supuesto, y luego la fe me ayuda mucho. Las personas que no tengan a
qué agarrarse seguro que lo pasan muchísimo peor. Yo no sólo tengo fuerza; también tengo esperanza, que es lo que me tira a seguir de pie.
– ¿Se ha sentido arropada por la gente de Mallorca?
– No sabe de qué manera. Lo han tomado como algo propio. Se han puesto en mi lugar políticos, guardias civiles. todo el mundo se ha volcado. He recibido el cariño de la gente mediante cientos de cartas y llamadas. He tenido vecinas que me han hecho la comida durante todo el mes de agosto.
– Muchos familiares de víctimas no podrán decir lo mismo, por desgracia.
– Lo sé. Sobre todo las víctimas del principio. Yo valoro mucho el trato y la acogida de las asociaciones de víctimas. Por desgracia, las primeras víctimas de esa larga lista no habrán tenido ese apoyo que ahora dan esas asociaciones. Tengo el orgullo de poder ir con la cabeza muy alta. Ojalá pueda decir para siempre que soy la madre de la última víctima de ETA.
– En ese atentado también murió Carlos Sainz de Tejada. ¿Mantiene relación con sus padres?
– Ellos sí que están sufriendo. Esta familia vino a Mallorca a recoger a su hijo, meterlo en la panza de un avión y llevárselo a casa. Eso sí que es duro. Tanto Carlos como mi hijo murieron juntos y se fueron al cielo juntos, pero lo que ha pasado esa madre es muy fuerte. Su reacción a la muerte de su hijo está siendo distinta a la mía. Ella no puede evitar llorar. Su reacción no es ni mejor ni peor a la mía; simplemente es distinta. Cada una tenemos nuestros resortes psicológicos para defendernos del dolor. Yo ya decidí no llorar delante de las cámaras para no dar el gusto a los asesinos y procuro no hacerlo tampoco delante de mis hijos aunque hay veces que es muy difícil contenerse. Yo quiero que mis hijos sepan que cada uno de ellos me merece la pena para seguir adelante. Ellos son un alivio para mí. Que ellos me vean medianamente bien les ayuda y yo cuando les veo sonreír o incluso pelearse también me tranquiliza. Lo que más ayuda es lo cotidiano, el tratar de volver a la vida de antes. A eso yo le doy un enorme valor.
– ¿Cómo era Diego?
– Un chico de su tiempo. Era deportista, con un carácter muy suyo, navarrico (ríe). Él decía que lo tenía todo muy claro. Era muy buen amigo de sus amigos. Tenía millones de amigos, que dicho sea de paso no sé de dónde han salido (ríe). Todos ellos se volcaron con él en los cuatro meses que estuvo ingresado en la clínica a raíz del accidente de moto que tuvo. Era divertido, alegre y chistoso. Era muy ágil. Y bastante trabajador. No era buen estudiante, pero cuando se ponía a ello siempre sacaba adelante lo que se propusiera. Como cuando quiso ser guardia civil. Sacó la oposición con muy buena nota.
– ¿Cómo recuerda la última vez que estuvo con él?
– Las imágenes que tengo de mi hijo no son amargas. La realidad es que durante el tiempo que estuvo en coma tras el accidente de moto todo fueron pequeños logros diarios y con ello alegrías continuas. El día que empezaba a caminar, a hablar… Fue una etapa muy positiva en la que nos tenía a todos contentos. Cada cosa que conseguía la celebrábamos de mil maneras, con lo cual todos éramos muy optimistas. La última vez que lo vi fue el día más feliz de su vida porque después de haber pasado lo que pasó consiguió lo que más quería, volver a la Guardia Civil. Le habían dicho que volvía al sitio que había elegido él, a Palmanova. Él estaba feliz. Recuerdo que dejó preparada la ropa a los pies de la cama la víspera de empezar en Palmanova. Tenía la ilusión de cualquier niño que va al colegio por primera vez. Recuerdo que le pregunté si quería que le acompañara y él me dijo que no hacía falta, que Vanessa -su novia- le esperaba en la puerta de casa. Ése fue el último momento. Le vi contentísimo. La sensación que tuve es la de esa madre que deja a su hijo en el colegio el primer día. Se iba contento, feliz, mientras que yo me quedaba un poco triste por separarme de él cuatro meses después de no despegarme de él en los días que estuvo en la clínica. Me dio mucha pena.
– ¿Imagino que también se sentiría orgullosa y satisfecha por verle de nuevo trabajando?
– Ese orgullo no me ha abandonado. Estoy muy orgullosa de él porque todo lo que se propuso lo consiguió. Y digo más: su ilusión era ser miembro de la Guardia Real y después de fallecido nos hemos enterado de que había sido admitido en este cuerpo. Hubiera sido miembro de la Guardia Real, pero Dios tenía otros proyectos y ahora es guardia de otro rey.
– ¿Ha vuelto al lugar del atentado?
– Palmanova le ha dedicado una calle a él y otra a Carlos Sainz de Tejada. La calle donde se produjo el atentado es ahora la calle Diego Salvá. No tuve más remedio que ir el día que se descubrió la placa de la calle.
– ¿Y?
– Procuro no ir.
– ¿Piensa en los asesinos de su hijo?
– Mi cabeza no la quiero ocupada por los asesinos; mi cabeza la quiero ocupada por mis hijos. No pierdo un minuto en los asesinos de mi hijo. Los etarras deben estar en la cárcel cumpliendo sus penas, no en mi cabeza.
– ¿Qué siente por ellos?
– Indiferencia, aunque yo sí perdono a los asesinos de mi hijo.
– ¿Cómo es posible?
– ¿Y por qué no? Sé que todavía no han sido detenidos, pero ni me quitaron la paz cuando le mataron, ni su captura me la devolverá. Si un día pudiera explicarles cómo era mi hijo y me repitieran que todavía así lo matarían, yo les seguiría perdonando.
– ¿Ha llegado a ver imágenes del atentado?
– Nunca. Recuerdo que aquel 30 de julio, estaba en casa y escuché en la radio que se había producido un atentado en Palmanova. Instintivamente quise encender la televisión, pero Dios me protegió. Todavía hoy no sé por qué no funcionó la televisión. Algo le pasó a la antena parabólica que sólo veía canales en alemán. La apagué y enseguida empezaron a sonar los teléfonos. No vi nada. Recientemente he pedido a los periódicos y a las televisiones de Palma que tengan un poco de cuidado con las imágenes con motivo del primer aniversario porque no me van a hacer bien. Yo ya sé que mi hijo ha muerto, que no sufrió y sé que está mejor donde está. ¿Para qué quiero ver yo esas imágenes? Yo lo que necesito es recordarlo como lo vi la última vez, sonriendo y diciéndome adiós. Esto es lo que me hace bien y me consuela.
– ¿Cree en la posibilidad de que ETA decida terminar?
– Sí. Algún día tiene que llegar. Vamos por buen camino. Seguro que algunos dentro de ETA están trabajando para lo contrario, pero con la ayuda de las Fuerzas de Seguridad del Estado, los ciudadanos tenemos que decirles que ya basta. No hay que perder la esperanza. Esto tiene que acabar. Ahora contamos con Diego en el cielo y él nos puede echar una mano. Hará todo lo que esté en su mano. Ya lo hizo cuando estaba aquí, así que ahora mucho más.
EL DIARIO VASCO, 26/7/2010