José María Ruiz Soroa, DIARIO VASCO, 2/6/2011
Un régimen autoritario no es ni peor ni mejor que uno totalitario, simplemente son distintos en su conceptuación política. Puede muy bien suceder que uno autoritario sea mucho más represor y sanguinario que uno totalitario
Resulta sumamente curiosa, al tiempo que significativa de una cierta incapacidad española para asumir su pasado, la discusión en torno a si la dictadura franquista fue ‘autoritaria’ o ‘totalitaria’, discusión que el más bien desgraciado ‘Diccionario’ de la Real Academia de la Historia ha resucitado estos días, al calificar el régimen del dictador de «autoritario, pero no totalitario». Es curiosa porque denota la escasísima cultura política existente entre nosotros, y es significativa porque enseña cómo tendemos a confundir los términos científicos con las valoraciones morales.
La distinción entre regímenes políticos autoritarios y totalitarios fue propuesta dentro de la ciencia social por uno de los maestros de la politología española hace ya bastantes años, el a la sazón catedrático en Yale D. Juan José Linz. Pretende y consigue esclarecer las diferencias existentes entre las dictaduras que se dieron en Europa desde el siglo XIX -de tipo casi siempre conservador o retrógrado como en Hungría, Polonia y Portugal y luego España en los años treinta-, y los nuevos regímenes instaurados por el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o el comunismo leninista en esa misma época.
Los regímenes autoritarios privan desde luego a sus ciudadanos (o más bien súbditos) de las libertades personales y políticas básicas, e instauran una dictadura más o menos camuflada pero siempre férreamente mantenida, aunque admiten en su seno un cierto pluralismo ideológico. Y es que su objetivo es limitado: no pretenden controlar todos los aspectos de la vida social, sino sólo la vida pública. Su ideología es bastante pobre y borrosa fuera de su predilección por una serie de lugares comunes de tipo conservador. La dictadura de Franco, una vez pasados los primeros años cuarenta en que asumió camaleónicamente rasgos externos fascistas, fue típicamente autoritaria. Nunca pretendió absorber y controlar la vida personal y social completa de los españoles (incluso cedió a la Iglesia todo lo relacionado con la enseñanza), sino que su ideal proclamado era: «no se meta usted en política». La política sólo pertenecía a las familias del régimen (falangista, carlista, católica, desarrollista, etc.) y no existían derechos básicos, pero fuera de ello el dictador se desentendía de las conciencias individuales.
Los regímenes totalitarios, que realmente no se han dado hasta el siglo XX, comparten con los autoritarios el hecho de privar a sus súbditos de los derechos liberales mínimos, pero añaden una exigencia de totalidad. Están dotados de una ideología muy potente y característica y pretenden nada menos que representar, controlar y absorber a toda la sociedad y la economía en todos sus aspectos. Son totalitarios porque no dejan nada fuera de sí. Pretenden moldear la mente y el carácter de sus ciudadanos y exigen una fuerte movilización política de ellos, a través de las estructuras del estado-partido. Su ideal de ciudadano es el militante activo del partido y del Estado total, mientras que el ideal de ciudadano es para los regímenes autoritarios el ciudadano pasivo que acepta la privación de sus derechos y se dedica a su vida particular.
Hasta aquí una conceptuación puramente tipológica, con pretensiones tan sólo científicas. Pero a partir de aquí viene su extraña retraducción en España, consistente en entenderla en términos de valoración moral. Más o menos así: un régimen ‘autoritario’ es mejor (menos malo) que uno totalitario. Por ello, la derecha proclama todavía que Franco «era autoritario pero no totalitario» como si se tratase de un juicio positivo para él. Ejemplo lastimoso el ‘Diccionario’ que comentamos, porque lo hace con esa finalidad. Y cierta izquierda se indigna de que se pretenda disculpar a Franco calificándole sólo de autoritario, cuando fue tan especialmente sanguinario: no, dice, fue mucho más, fue un totalitario. Boba conversión de las categorías politológicas en categorías morales.
Un régimen autoritario no es ni peor ni mejor que uno totalitario, simplemente son distintos en su conceptuación política. En términos históricos puede muy bien suceder que uno autoritario sea mucho más represor y sanguinario que uno totalitario (matar es una cosa, la ideología es otra). Es más, sucede así en algunos casos: Franco reprimió a sus compatriotas disconformes con una dureza sanguinaria que no se dio en el caso de Mussolini o Hitler. Mató y envió a presidio a mucha más gente española y durante mucho más tiempo que lo que hicieron los fascistas italianos y nacionalsocialistas alemanes con sus propios compatriotas. No sucede en cambio en otros: el comunismo leninista fue más cruel todavía que Franco en términos cuantitativos, mató a más gente.
Sin embargo, confundir la valoración de la actuación de un régimen desde el punto de vista histórico, político y ético con su tipificación dentro de las ciencias sociales es sencillamente incongruente. En un caso se trata de valorar un hecho real, en el otro de explicarlo. Pero, desgraciadamente, todavía hoy queda en España un tipo de persona que se indigna ante las explicaciones científicas porque las confunde con justificaciones morales, y que cree que comentar el fracaso republicano es tanto como justificar el golpe de Franco. Y así nos va.
José María Ruiz Soroa, DIARIO VASCO, 2/6/2011