Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 5/10/12
En Euskadi, los pronósticos electorales han superado el debate sobre quién ganará; la razón de la discrepancia está ahora, en el inicio templado de la campaña, en calcular la holgura de la segura mayoría nacionalista. Sin ETA desde hace ya un año y con la presencia de todas las opciones políticas en las urnas, el PNV se antoja favorito indiscutible y junto a EH Bildu cubrirán, como mínimo, las tres quintas partes del futuro Parlamento vasco, 45 de 75 escaños.
Bajo esta previsión, cada vez más aceptada, Iñigo Urkullu acaricia la condición de lehendakari, un cargo históricamente asociado durante treinta años al PNV, donde todavía hoy se siente la amargura de que le fuera arrebatado por un sorprendente pacto político PSE-PP que buscaba, y lo ha conseguido, la normalización en la vida política de Euskadi.
Urkullu convertiría así en un triunfo personal el riesgo político que le supone asumir la condición de candidato a lehendakari por primera vez desde la presidencia del PNV, en una acumulación de poder que hasta ahora jamás nadie osó a representar tras el desafío de Carlos Garaikoetxea a Xabier Arzalluz y que propició la fratricida guerra interna hasta consumar la escisión. Para conseguirlo, el candidato nacionalista ha huido de las apuestas soberanistas, con un discurso basado en futuros escenarios que abran la puerta al derecho a decidir desde el consenso emanado del Parlamento vasco, pero situando la apuesta por la salida de la crisis económica como la guía espiritual de su programa. Con esta intencionada apuesta, Urkullu busca el voto útil allí donde PSE y PP vienen alimentando el temor de que EH Bildu es una amenaza directa para llegar al poder.
Conscientes, precisamene, de esta mayoría nacionalista, socialistas y populares aprovechan la ola separatista de Cataluña para advertir del riesgo de su efecto mimético en Euskadi desde la supremacía de PNV y EH Bildu, a quien equiparan en su ambición identitaria. Con este admonición, Patxi López y Antonio Basagoitipretenden incorporar a las urnas a quienes se sientan temerosos de que la hiriente división social derivada del pacto de Lizarra se actualice a partir del 21-O. Bien es cierto que lo hacen desde claves muy diferentes. El lehendakari agita para ello la bandera de su frentismo a los recortes del Gobierno Rajoy que le ha supuesto rearmar ideológicamente a un PSE-EE desorientado tras sus últimos desacalabros electorales; los populares, en cambio, aprietan los dientes y aguantan estoicamente en la confianza de sufrir el menor desgaste posible.
Todo ello, en un inédito contexto de paz donde ya nadie espera a ETA, aunque la debil banda armada intente apropiarse de apenas cinco minutos de gloria con su comunicado previo al domingo electoral. Si así lo hiciera tampoco favorecería a una izquierda abertzale que parece decidida a no introducir en la campaña referencias incómodas que la sociedad interprete como reminiscencias de su pasado menos democrático, precisamente ahora que está en condiciones de alcanzar la gloria de su mejor resultado electoral.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 5/10/12