Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 3/9/12
Esa osada acuñación metafórica es un fiel reflejo de la ausencia de reflexión en el uso del lenguaje
Sí. Me deja perplejo la asombrosa facilidad con la que ha cuajado en los medios de comunicación la expresión «el carcelero de Ortega Lara». A cuenta del caso Bolinaga he oído durante las últimas semanas hasta la saciedad esa osada acuñación metafórica que es un fiel reflejo de la ausencia de reflexión en el uso del lenguaje a la que ha llegado nuestra sociedad y no sólo eso. Es también un indicio explicativo de por qué graves delitos como el de aquel inhumano secuestro (que no ‘encarcelamiento’) gozaron de un arropamiento ideológico.
Un secuestrador no es un carcelero. La cárcel es la cara fea pero necesaria del Estado de derecho, con la que éste hace valer y cumplir sus leyes. Quien se gana el pan trabajando en ella no tendrá el oficio más amable y estético del mundo, pero en una democracia es absolutamente respetable, e incluso heroico en contextos como el nuestro, en el que ha sido causa de estigmatización y diana del terrorismo, como es el caso de Ortega Lara sin ir más lejos. Quienes usan la licencia literaria de llamar ‘carcelero’ a Bolinaga para resaltar lo más gráficamente posible la vileza de su acción están ofendiendo, paradójicamente, a la víctima de ésta, que lo fue por trabajar como funcionario de prisiones. Y, aún peor, están denigrando esa misma tarea profesional al homologarla directamente con la acción delictiva del secuestro. Están, sin percatarse de ello, flirteando con la oratoria etarra, que no reconoce la legitimidad democrática del Estado español y considera a sus funcionarios de prisiones secuestradores de Bolinaga, de sus compañeros y de la ancestral voz de Euskal Herria.
Si –queriendo hacer más elocuente su denuncia del delito– pretendían la floritura verbal en la torpe paradoja del ‘carcelero del carcelero’, lo que han obtenido es la simetría entre el secuestrador y la víctima. Si perseguían la hipérbole para el crimen lo que han hallado es el eufemismo. Si buscaban la eficacia retórica para condenar moralmente la condición de ‘secuestrador’ (término lo bastante expresivo como para hacer innecesaria su sustitución por otro) lo que han logrado es una relativización moral que no es nueva ni casual sino que hunde sus raíces en un tácito discurso buenista que rechaza a priori la institución penitenciaria en sí misma y no distingue entre las mazmorras de la Inquisición o de las más feroces dictaduras y la prisión del Estado garantista con sus primeros, segundos y terceros grados; sus teles, sus gimnasios, sus piscinas y sus libertades condicionales de las que el propio Bolinaga hoy se beneficia. Ortega Lara no estuvo en ninguna cárcel en la que un peluquero pudiera dejarle una barba tan pulidita y coqueta como la que hoy luce su secuestrador. No juguemos con las palabras o acabaremos por decir que «Bolinaga es un funcionario de prisiones de ETA que por fin puede abandonar su zulo del Hospital Donostia».
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 3/9/12