Toca a Sortu probar con hechos su ingreso en la cultura democrática, rompiendo inequívocamente el cordón umbilical con ETA y su totalitarismo social, añadiríamos. Los primeros pasos son confusos y Brian Currin no lo arreglará. Sortu tiene que nacer de veras.
El inconsciente habla en ocasiones. Así sucede con la elección de símbolo por el nuevo partido de la izquierda abertzale. El sol que emerge de la profundidad, visible en el logotipo de Sortu (nacer, crear) fue ya uno de los emblemas del ideario de Sabino Arana, en su poema Itxarkundia (El despertar): «Azkatasun eguzkiya basotik urten da, bere argiya edonun arin zabaltzen da…!, el sol de la libertad sale sobre el bosque… En el grabado que ilustraba a principios del siglo XX la cabecera del diario sabiniano Aberri, esa resurrección vasca tenía lugar por encima de un paisaje de calaveras, que ahora encajaría muy bien en la plataforma histórica sobre la cual se edifica Sortu. Solo que ni sus fundadores reales ni las máscaras que presentaron los estatutos aceptan mirar al pasado. Desde el punto de vista de las víctimas, resulta lógico que sientan hasta vómito al ver cómo quienes jalearon a los asesinos se exhiben ahora como portadores de un mensaje de paz, o al escuchar las palabras de Eguiguren definiendo el de ETA como un «terrorismo VIP». Ahora bien, si tenemos en cuenta la evolución en curso hacia el fin del terror, no puede ser descalificada sin más la conversión formal de Batasuna, según sus estatutos, en un partido que rechaza «las diferentes formas de manifestación de la violencia y el terrorismo» en los términos de la Ley de Partidos Políticos, incluye explícitamente a ETA en el rechazo, fija como prioridad «la definitiva y total desaparición de cualquier clase de violencia, en particular la de la organización ETA» y prevé la expulsión de quien colabore con ella.
Aun como concesión forzosa, estamos ante un triunfo del Estado de derecho, del mismo modo que la derrota militar obligó a los dirigentes de las Brigadas Rojas en Italia hace 20 años a proclamar la inutilidad de la estrategia criminal que antes practicaron. ETA se ha convertido en una rémora para el proyecto independentista, si bien en el mejor de los casos, que la promesa de autonomía de Sortu resulte sincera, todavía ETA tiene bazas para jugar en contra de la paz dentro de un colectivo que vivió décadas a su sombra y servicio. Para empezar, los presos etarras no ocultan su malestar ante el hecho de que Sortu, ni en la presentación del lunes en el Euskalduna, ni en los Estatutos, hable para nada de su suerte.
Es una vieja cuestión: hasta qué punto el pasado de una organización política determina el presente, cuando las circunstancias han experimentado un cambio radical. Podemos observarlo en el caso de los Hermanos Musulmanes (ikhwan) egipcios. Tariq Ramadan acaba de explicarnos que su papel en el futuro será estrictamente democrático y que Egipto puede ser una nueva Turquía, objetivo deseable para todo demócrata. Lo apoya sobre un relato histórico en torno a los ikhwan y esto ya no funciona. Su fundador Al-Banna rechazaría el uso de la violencia en Egipto, pero por si acaso fundó un aparato terrorista cuya actuación precedió a la represión de Nasser. La yihad como acción militar frente a los enemigos del islam fue en Al-Banna y en el actual líder, Muhammad Badi, a consultar en Internet, antisionista radical, una clave del ideario, visible en su logo: el Corán y la espada. El objetivo era y es una sociedad regida por la sharía que, eso sí, puede ser alcanzada mediante elecciones libres. Conviene leer y no practicar la fe del carbonero. Claro que al mismo tiempo los ikhwan tienen tras de sí una larga trayectoria de pragmatismo y ahora proclaman su apoyo al pluralismo político y la voluntad de oponerse a toda forma de autocracia. En una transición democrática, son un componente imprescindible. Los riesgos, en especial frente a Israel, no por eso desaparecen.
No pretendemos ofender a los Hermanos Musulmanes equiparándoles a Batasuna. Son las respectivas situaciones las que coinciden. En ambos casos tocará a la práctica de cada organización validar las expectativas o las desconfianzas. El esfuerzo de la izquierda abertzale por lograr una definición democrática avala su futura consideración como partido legal: la ley no exige condenas del pasado ni admite cuarentenas. El secretario general de los populares vascos, Iñaki Oyarzábal, ha colocado las cosas en su justo punto: se abre «un horizonte de esperanza». Toca a Sortu probar con hechos su ingreso en la cultura democrática, rompiendo inequívocamente el cordón umbilical con ETA y su totalitarismo social, añadiríamos. Los primeros pasos son confusos y Brian Currin no lo arreglará. Sortu tiene que nacer de veras.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 12/2/2011