Santiago González, EL MUNDO, 21/10/11
Se esperaba el comunicado. El protocolo era preciso y un paso lleva a otro. El lunes, unos líderes ya descatalogados de la ONU y algunos gobiernos hacen un paripé de conferencia que se resuelve en tres horas y un comunicado precocinado de cinco puntos. No puede ignorarse el hecho de que las palabras con que anuncia el evento el primer punto son exactamente las mismas que pronunció al día siguiente el portavoz Rufi Etxeberria y que ayer anunció en rigurosa primicia el diario Gara: «Cese definitivo de la actividad armada». Unos minutos después, el hombre que puso todo su empeño y su determinación en ver el fin de la violencia comparecía ante los medios para reivindicar en la hora final de su mandato un la Historia me absolverá, al menos en esto.
Ha habido desfile de responsables políticos, Iñigo Urkullu y el lehendakari, un suponer. Patxi López vuelve para presidir hoy un Consejo de Gobierno extraordinario. Debería haber algo menos de algazara, un poquito más de sobriedad. Los fracasos anteriores están cuajados de interpretaciones voluntaristas sobre el significado de las palabras que emplean: en 2006 dijeron «permanente», que es muy diferente al calificativo «indefinida» que emplearon en 1998. Ahora dicen «definitiva», aunque eso no significa disolución ni entrega de las armas. Su comunicado ignora absolutamente los daños causados en este medio siglo de barbarie y sólo reivindica a sus bajas, como un ejército que no se ha rendido y se prepara para el armisticio.
Era importante la confesión de la derrota. Era necesario un reconocimiento del mal causado, del error que supuso tanto y tan largo guerrear, dice el lehendakari que «sin conseguir ninguno de sus objetivos». ¿Está seguro, lehendakari? Mire a la Diputación de Guipúzcoa y a los 123 ayuntamientos que gobiernan hoy, y piense en volver a repetir ese juicio cuando compare a los diputados socialistas vascos con los que saque Amaiur el 20-N, y no digamos, ay, los resultados de Sortu en las autonómicas de 2013. ¿Acaso hay algún objetivo más final para cualquier grupo político democrático o totalitario que la conquista del poder?
Una tercera parte de los crímenes de la banda está sin resolver, sin imputar a nadie, y permanece impune. El mismo día en que se reunieron los jubilados de Ayete, a los que ETA llama la comunidad internacional, Irene Villa y su madre tuvieron conocimiento de que ya nunca sabrán los nombres de los terroristas que las mutilaron; el crimen ha prescrito, como tantos otros. Hay en Euskadi unos 300 asesinos sin clasificar y sin purgar pena por ello, esperando para ser el día de mañana concejales, alcaldes, diputados o consejeros del Gobierno vasco.
¿Qué quiere decir el presidente con «una democracia sin terrorismo, pero no sin memoria »? ¿Por qué se empeña Zapatero en decir que son 829 las víctimas de ETA? Domínguez, Alonso y García Rey las censaron y biografiaron a todas: son 858.
Ya vivimos como si ETA no existiera. No. Como escribió Joseba Arregi, «como si no hubiera existido nunca». Ya sólo falta la negociación, todo se andará.
Santiago González, EL MUNDO, 21/10/11