Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 17/5/12
Con una calculada reaparición, apenas Francia valoraba la toma de posesión de su nuevo presidente, François Hollande, ETA provoca su minuto de gloria. Lo hace, en esta ocasión, desde su universo imaginario, alertando ante la indiferencia generalizada de que ha elegido una delegación para abrirun diálogo directo con los Gobiernos español y francés. Solo ha encontrado esta vez el comprensible eco de una izquierda abertzale que es ahora el faro que les guía, siquiera que les alumbra.
Reducida con rapidez la maniobra de ETA hasta el ninguneo por parte de los gobiernos aludidos, cabría preguntarse a qué obedece esta irrupción, más allá del lógico interés por mantener viva la llama de esa supuesta negociación pendiente que parecía esconderse entre líneas en la Conferencia de Aiete.¿Podría pensarse que una vez propagada suficientemente por los verificadores la voluntad de los terroristas por proceder al desarme, ha llegado el momento de dar un paso adelante? Desde luego, una vez conocida la contundente y reiterada exigencia del ministro Jorge Fernández Díaz sobre la inexcusable disolución de ETA, resulta estéril aventurar a corto plazo un nuevo clima más propicio.
Sin retorno, por tanto, a sus exigencias ¿acaso ETA se ha dispuesto a hablar sola, a proyectar una realidad ficticia, a instalarse en un espejismo? En base a la firmeza dialéctica exhibida por Mariano Rajoy ante su familia popular del País Vasco bien podría creerse que posiblemente, sí. Pero parece poco previsible que todo responda a un tacticismo tan vacuo por mucha desesperación, incluso, que les agobie sobre todo por la presión creciente que sienten desde las cárceles. Los terroristas, al igual que le ocurre a la izquierda abertzale -o posiblemente por eso en su condición de referente táctico- están profundamente convencidos de que ya no les corresponde a ellos mover ficha, que llegados a este punto de la partida ya han cumplido su parte y esperan, ante semejante gesto, que se les corresponda.
Al emitir este enésimo comunicado, en un día donde la calle volvía a temer todavía más por su incierto futuro económico, cabría preguntarse si solo ha sido un gesto propagandístico más. Hay fundadas razones para contestar que seguramente, sí. Sobre todo, porque no aporta nada, porque sigue manejando una retórica que la inmensa mayoría de la sociedad cree superada y porque con su actualizada exigencia de una negociación vuelve a exhibir su narcisismo para marcar los tiempos políticos. En definitiva, que alimenta las razones de quienes sostienen que es imposible dar un paso hacia adelante. Sin embargo, ante el riesgo de que el inmovilismo venga para instalarse, sería conveniente habilitar, por pequeña que fuera, una vía que aproxime la verificación y la disolución. Desde luego, hay terreno abonado.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 17/5/12