Fernando Reinares, EL PAÍS, 13/6/12
Son contadísimos los militantes de la organización terrorista que han mostrado remordimiento, pesar o aflicción por lo que han hecho. Y no serán muchos más ahora que la banda ha cambiado de discurso
No dudo que haya algunos. Pero su número es tan reducido que, sobre el total de cuantos centenares y centenares de jóvenes vascos han militado en ETA durante periodos más o menos prolongados de tiempo desde hace más de cuatro décadas, ni siquiera resulta estadísticamente significativo. Muchos son, sí, los pistoleros etnonacionalistas que decidieron salir de la organización terrorista después de haber apreciado cambios en las condiciones políticas y las reacciones de la sociedad vasca, tras mantener desavenencias con la propia organización terrorista, al ver alterados sus órdenes personales de preferencias o debido a alguna combinación variable de estas tres categorías de factores. Etarras que además sopesaron con mayor o menor compromiso los costes y los beneficios de abandonar la militancia, concediendo mayor peso a los segundos que a los primeros. Unos dejaron atrás su pertenencia a ETA pero no se desradicalizaron. Otros abandonaron la organización y se desradicalizaron. Pero apenas unos pocos podrían ser considerados etarras arrepentidos.
Ninguno de los más de setenta antiguos militantes de ETA que pude entrevistar para la elaboración de mi libro Patriotas de la muerte. Por qué han militado en ETA y cuándo abandonan, mostró estar arrepentido de su implicación en la organización terrorista. Y ello aun cuando se trata de una muestra estructuralmente representativa de individuos con muy distintos rasgos sociológicos y variada procedencia geográfica, que se incorporaron a la banda armada y salieron de ella en diferentes momentos de nuestra historia reciente. Bien al contrario, lo habitual es que, al margen de cuándo y cómo dejaron de ser militantes de la banda armada, insistieran e insistan en no arrepentirse de haber formado parte de la misma. Los siguientes testimonios concatenados, correspondientes a seis individuos que pusieron fin a su militancia en alguna de las facciones de ETA entre mediada la década de los setenta y el final de la de los noventa, hablan por sí mismos e ilustran con contundencia la prácticamente imperceptible disposición de quienes han sido etarras al arrepentimiento:
“Yo no me arrepiento absolutamente de nada de lo que hice. O sea, no me arrepiento de lo que he hecho. Si tuviese que volver a repetirlo, lo repetiría perfectamente pero con una forma más radical”, me dijo uno. “Totalmente convencido de lo que he hecho en todo momento. No me arrepiento de nada. Y en todo caso puedo arrepentirme de no haber hecho más cosas”, afirmó otro. “No sé si alguien se arrepentirá, porque yo no me arrepiento absolutamente de nada. Y estoy muy contento con toda mi historia. Muy satisfecho”, sostuvo un tercero. “Para nada me he arrepentido, ¿eh? De nada, además, de lo que he hecho. No, no renuncio a nada. No me arrepiento de nada. Al revés”, enfatizó un cuarto. “Creo que si se darían las mismas circunstancias y el mismo momento, haría lo mismo prácticamente. Yo no me tengo que arrepentir de nada”, ratificó un quinto. El sexto: “Caí, ¿no? Y son trece años que te has tirado pues a la sombra. Bueno, es una etapa que te ha tocado vivir, pero que no tengo nada de qué arrepentirme. Orgulloso pero cien por cien de haber sido de ETA.”
Yo no me arrepiento absolutamente de nada, puede leerse en dos de esos testimonios de antiguos etarras. No me arrepiento de nada, se asevera textualmente en otros dos. Al igual que afirmaciones como yo no me tengo que arrepentir de nada o no tengo nada de qué arrepentirme, que se reproducen en las demás transcripciones, todas estas frases de sentido idéntico denotan una actitud ampliamente generalizada, si no prácticamente uniforme, entre quienes han militado en ETA y dejaron voluntariamente de hacerlo, ya fuese de una manera consentida por los dirigentes de la banda armada o, por el contrario, contraviniendo las reglas por estos últimos impuestas a sus subordinados, tanto en prisión como fuera de ella. En conjunto, esos testimonios, al igual que otros muchos semejantes, ponen de manifiesto que abandonar la organización terrorista sólo excepcionalmente ha supuesto arrepentimiento por el hecho de haber estado integrado en la misma, haber contribuido a sus actos de terrorismo y haber ocasionado tantísimas víctimas de muy diversa condición.
Algunos de aquellos antiguos militantes etarras, implicados en actividades terroristas durante los años finales del franquismo, introducen en su razonamiento ciertos matices diferenciales relativos al contexto político y al significado que atribuyen a esa forma de violencia colectiva, pero sin por ello expresar arrepentimiento. Como hace este ex miembro de ETA que optó por terminar su pertenencia a la banda armada hacia finales de los setenta: “Yo arrepentirme no me arrepiento. Ten en cuenta que mi militancia fue en la época franquista. Y las muertes que anduvimos cerca nosotros pues era gente que había reprimido, reprimido mucho. Entonces, pues ese cargo de conciencia no existe. Aunque pienso que quizá en este momento pues que no hay justificaciones para acabar con una vida ni por nacionalismo ni por ideales”. Incluso los antiguos integrantes de ETA que no niegan expresamente estar arrepentidos suelen sin embargo referirse a su pasado como miembros de la banda armada etnonacionalista utilizando vocablos que distan de mostrar un sentimiento del ánimo que se le parezca.
A estos vocablos es común una consideración favorable al compromiso militante otrora adquirido y que distan mucho de transmitir aflicción por, entre otras consecuencias sociales de la violencia etnonacionalista, haber ocasionado o contribuido a ocasionar tantísimos muertos y heridos. Léase, si no, la valoración que de la propia experiencia en la organización terrorista hacen dos antiguos etarras. Primero uno que abandonó la militancia en los ochenta: “Lo volvería a hacer. Ahora estoy mucho más preparado. Pero creo que lo hice bien. Para la preparación y la capacidad que tenía creo que lo hice muy bien. Me doy un siete. Soy muy generoso”. Luego otro que dejó ETA en los noventa: “Yo asumo plenamente lo que he hecho. O sea, yo creo que viví un momento histórico en el que yo debía hacer eso y lo hice. Yo, desde luego, si tendría que hacer un balance de mi vida a ese nivel, no lo haría negativo. O sea, con todos los dramas que me ha tocado vivir, con compañeros muertos, con amigos muertos en enfrentamientos y tal, pero bueno, yo creo que eso era un precio que tenía que pagar este país”.
Sea como fuere, si arrepentimiento es pesar de haber hecho algo, entre las decenas y decenas de antiguos militantes de ETA que tuve ocasión de entrevistar a fondo durante años no conocí ninguno que se mostrase arrepentido de haberlo sido. Al día de hoy, los arrepentidos de haber formado parte de los patriotas de la muerte, al margen del modo en que optaron por salir de aquella banda armada, constituyen una minoría numéricamente muy exigua. Una minoría constituida básicamente por etarras presos que, al menos de modo formal, han afirmado estarlo, por escrito y en alguna ocasión incluso alegando imperativo legal, ante el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria, para de ese modo solicitar beneficios y permisos. Salvo alguna muy rara excepción, sin proclamarlo de viva voz ni defenderlo en público. Desde luego, que a ETA le esté resultando fácil presentar su evidente derrota policial como una transformación decidida por la propia organización terrorista, al margen de la forzosa ruina a que había sido abocada, no estimula que haya más etarras arrepentidos.
Fernando Reinares, EL PAÍS, 13/6/12