Jesús Cacho, VOZPOPULI, 27/3/12
Curiosa la decepción, profunda decepción, sentida ayer en carne viva por las gentes del Partido Popular a cuenta del resbalón andaluz. Es como si de repente se hubieran olvidado de que hace apenas 4 meses lograron una más que cómoda victoria en las generales por mayoría absoluta. Un desencanto tal ha impedido que muchos de los prebostes de la derecha se hayan parado a reflexionar sobre algunas cuestiones dignas de análisis. No gobernar en Andalucía tal vez no sea el desastre que la amarga sorpresa de la noche del domingo ha hecho creer a casi todos ellos. Primero, porque José Antonio Griñán ha quedado emparedado entre el poder central, del PP, y el municipal, casi todo del PP también. Segundo, porque los experimentos del socialismo coaligado con la izquierda comunista han terminado siempre como el rosario de la aurora, y a la experiencia catalana o balear me remito. Pierden, pues, los fatuos que, a derecha e izquierda, necesitan del poder absoluto para dormir tranquilos. Ganan los amantes del gambeteo de la política pura.
De alguna manera lo ocurrido en 2012 en Andalucía recuerda lo sucedido en junio de 1993 en todo el país. También entonces el triunfo de José María Aznar parecía garantizado por las encuestas. También entonces fracasaron con estrépito los sondeos. Fueron necesarios tres años y pico más de desastres continuos en la gobernanza de la nación (GAL, Ibercorp, Caso Roldán…), para que por fin la derecha democrática pudiera llegar a Moncloa. ¿Está Andalucía anclada en el 93 español? ¿Necesitan los votantes de esa comunidad doble ración de nepotismo y corrupción para desprenderse de “la piel que habitan” y dar por finiquitada la larga etapa PSOE? Parece evidente que la Andalucía profunda ha votado con “racionalidad” dando la espalda a una alternativa de Gobierno que, más allá de las medias verdades –en el pecado de no hablar claro ha llevado el PP la penitencia-, amenazaba directamente –vía política de ajustes- la forma de vida de un porcentaje significativo de la población acostumbrado a vivir del subsidio desde hace décadas.
Va a ser interesante, por eso, a la par que divertido, ver cómo la nueva Junta andaluza salida del pacto PSOE-IU desarrolla las políticas de ajuste obligadas por la Ley de Estabilidad aprobada el pasado 2 de marzo, en una Comunidad con más telarañas en su caja fuerte que estrellas hay en el cielo. Lo llamativo del caso es que tal vez no haya sido solo el votante de izquierdas el que ha reaccionado con el estómago antes que con la razón moral a la hora de depositar su papeleta, tapándose ojos, nariz y oídos ante el espectáculo de corrupción ofrecido por la Junta de Griñán. Tal vez una parte de esos 420.000 votos que el PP se ha dejado por el camino en apenas 4 meses, los que van del 20-N al 25 de marzo, se deban también a la existencia de un cierto voto subsidiado conservador que, sintiéndose amenazado por el ajuste, se ha movilizado en defensa de sus privilegios quedándose en casa.
Economía subvencionada, sí, paro galopante y corrupción, también, pero igualmente un candidato al frente del PP andaluz que ha vuelto a demostrar sus limitaciones en un momento en el que, como alguien afirmaba ayer con sorna no exenta de crueldad, “pones a la cabra de la Legión al frente de las listas del PP en Andalucía y gana por mayoría absoluta…” Interesante lección de nuevo: ha sido la democracia cristiana de Javier Arenas, tan poderosamente representada en el Gobierno de la nación, es decir, el ala más populista del PP, la que se ha estrellado al sur de Despeñaperros. El programa del PP andaluz no era tan distinto al del PSOE. De hecho, Arenas y su gente parecían encantados con la perspectiva de mantener el esquema de subvenciones creado por el socialismo a lo largo de 30 años de poder omnímodo, y jamás plantearon una ruptura radical, ni mucho menos, con el modelo de sociedad asistencial y clientelar entronizado por la izquierda en la región. ¿Hubiera ganado de haberlo hecho? Imposible saberlo.
Ha perdido el ala populista, socialcristina, del PP
Lo que es cierto es que ese PP populista, democristiano o socialcristiano se ha quedado sin argumentos a la hora de reclamar “prudencia” -mucho menos impedir- con la política de ajuste duro que nuestra situación económica reclama. La lección a extraer por Mariano Rajoy es doble. Primero, que cometió una grave equivocación al concederle a Arenas los paños calientes, en forma de ralentización de ese ajuste, que reclamó con insistencia para no perjudicar sus opciones electorales en el sur. Quienes recomendaban, por el contrario, una batería de medidas rápida y contundente, estaban en lo cierto. Ese pecado tan español de procrastinar las decisiones nunca lleva a buen puerto. El resultado es que se han perdido unas semanas preciosas. Segundo, que ya no hay tiempo que perder, de forma que está obligado a completar una política de ajustes agresiva si no quiere que España empiece a deslizarse por la pendiente griega. Ello es tanto más acuciante cuanto que la victoria de la izquierda en Andalucía podría ser vista por la UE y los mercados como una invitación a la relajación del programa de consolidación fiscal y reformas estructurales pendiente.
Contra lo que algunos pudieran suponer, el Presidente se encuentra hoy más libre que la semana pasada dentro de su propio partido para acometer el ajuste necesario a través de los PGE para 2012 y 2013. Por lo demás, no gobernar en Andalucía no es ninguna tragedia. Compartir poder es una simple cuestión de higiene democrática. Desde esta perspectiva, la colleja andaluza no puede ser más saludable para un partido cuyas gentes más principales, cuyos nombres más prominentes, se han apresurado en dos días a colocar a maridos, cuñados, primos, hijos y demás familia en empleos de privilegio. Esto no se hace. Esto no tiene un pase. De modo que menos pesadumbre, señores del PP, y menos alegría fingida también, señores del PSOE. La relativa “victoria” del socialismo andaluz plantea igualmente serios problemas internos a un tal Alfredo Pérez Rubalcaba y su equipo, gentes todas que el domingo por la noche desplegaron todo un manual de hipócrita alegría. Que se sepa, José Antonio Griñán no es precisamente un rubalcabista.
Jesús Cacho, VOZPOPULI, 27/3/12