J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 27/6/12
Los socialistas, que han hecho hasta revoluciones para cambiar la realidad, defienden ahora que la ley ha de amoldarse a lo existente. Este cambio se produce cuando los socialistas atraviesan Pancorbo y ‘piensan en vasco’
No voy a comentar la sentencia del Tribunal Constitucional que ha legalizado Sortu, una decisión tan controvertida y controvertible como la misma votación interna de la sentencia indica. Me parece más interesante y fructífero comentar, en cambio, algunas de las opiniones que esta sentencia ha provocado en nuestro derredor político y, en concreto, esa muy prodigada que observa que el fallo legalizador coincide con el sentir mayoritario de la sociedad vasca, por lo que dicho fallo no sería sino una aplicación concreta de la exigencia de adecuación entre la legalidad y la realidad sociológica de una sociedad.
El argumento es, ya de entrada, un tanto difícil de seguir hasta el final, porque sus mismos mantenedores nos informan de que, así como la sociedad vasca es mayoritariamente favorable a la legalización, en su opinión la española en su conjunto sería más bien contraria a esa decisión. Con lo cual se produciría la extraña consecuencia de que el argumento de la adecuación sociológica de la legalidad produciría resultados opuestos según fuera el universo social elegido como referencia. Contradicción llamativa que hace sospechar que algo anda mal en el argumento mismo.
El más fervoroso y persistente defensor del argumento en cuestión ha sido, desde hace más o menos un año, el lehendakari y su Gobierno, que no han cesado de repetir como si fuera un mantra la frase «hay que hacer legal lo que es ya real», es decir, que siendo como es una realidad que la izquierda abertzale tiene una representación política relevante en la escena vasca porque así lo quiere la mayoría de esa sociedad, no se trata entonces sino de elevar a la categoría normativa ese dato de hecho. Aunque la portavoz del Gobierno vasco haya trabucado un tanto el mantra, soltando estos días la perfecta tautología de que «hay que hacer real lo que ya es real», el ‘motto’ del lehendakari socialista en su versión correcta es el de ‘hacer legal lo real’, una frase que por lo menos tiene sentido.
En realidad, las posturas básicas en cuanto a las relaciones entre la realidad y la legalidad se dividen precisamente en torno a esa idea. Los conservadores europeos han defendido desde hace un par de siglos, de manera argumentada y consciente, que la realidad, por el mero hecho de existir y estar ahí, tiene una fuerza normativa, una fuerza de obligar. Es la idea implícita de quienes defienden la tradición como norma, los usos ya existentes como obligatorios, la historia como fuente de derechos y obligaciones. Es aquello que un jurista como Jellinek proclamó un día (seguramente un día tonto) con la archirepetida mención a «la fuerza normativa de lo fáctico», frase que todo conservador que se precie repite de una u otra forma, aunque sea tan alambicada como aquella de «la solicitación semántica de la realidad» de Herrero de Miñón.
Los que en otra época se denominaban ‘ilustrados’, y hoy podríamos catalogar con el vago adjetivo de progresistas, defienden por el contrario que lo fáctico puede, sí, tener fuerza real para influir en quien promulga las normas, pues condiciona inevitablemente éstas, pero lo fáctico en cuanto tal, como pura colección de hechos, carece de dimensión normativa alguna. Vamos, que Franco impuso una realidad a España, pero malamente se podría afirmar que su realidad tenía ‘fuerza normativa’, sino que era pura fuerza ilegítima. Lo normativo no puede deducirse simplemente de lo real, a no ser que nos olvidemos de la advertencia de Hume: de un ser no puede deducirse un deber ser. La normatividad no deriva de lo existente, sino de la razón dialógica ejercitada críticamente sobre lo que hay. Por eso es la realidad, siempre, la que tiene que rendir cuentas ante la norma, y no al revés. Los socialistas han sido unos característicos (aunque un poco confusos) mantenedores de la idea motriz de que la realidad existente y heredada había que cambiarla «porque era injusta», lo que quiere decir que siempre optaron por la fuerza normativa del valor de justicia por encima de la realidad histórica o social dominante. ¡Hasta hicieron revoluciones para cambiar la realidad! Por eso sorprende tanto que un lehendakari socialista venga ahora a defender la idea contraria, la de que la ley ha de amoldarse a lo existente. Tengo para mí que este espectacular cambio se produce cuando los socialistas atraviesan Pancorbo y ‘piensan en vasco’. Porque entonces se convierten en defensores de la realidad y de la historia como fuente primaria de derechos (‘históricos’, claro). Curioso. O no tanto, que la historia vasca impresiona mucho a quien no se siente muy seguro de su vasquidad.
Hace unos años, no tantos, otros socialistas defendieron la idea contraria: existía entonces una realidad apabullante, la de que la izquierda abertzale tenía fuerte presencia social, un potente partido, y que la sociedad vasca defendía su participación política. Y, sin embargo, se decidió modificar por medio de la ley esa realidad. Se ‘ilegalizó la realidad’, por mucho que curas y curillas protestaran.
Ahora proclaman lo contrario, lo de adecuar la ley a la realidad, no la realidad a la ley. Espectacular pirueta, vive Dios. No parece sino que, más que adecuarse a nada, lo que sucede es que van a remolque de la realidad ajena, o a la búsqueda del voto perdido en esa realidad. Aunque quizás sea sólo que el lehendakari tiene un mal asesor de eslóganes, que sería un conservador camuflado. Todo es posible.
J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 27/6/12