Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/8/12
Solemos denominar profecías autocumplidas a aquellas que se realizan sentando las bases para que lo profetizado acabe por hacerse realidad. Profetizar una guerra entre dos pueblos al tiempo que se agita el odio racial del uno contra el otro es una forma bastante segura, por ejemplo, de impulsar lo que se pronostica.
Pues bien, gran parte de las declaraciones de dirigentes europeos (Draghi y Schäuble de manera muy sobresaliente) previendo, con medias palabras y subterfugios plagados de un cinismo tan enervante como digno de atención, un eventual rescate de España si nuestra situación económica empeorase más de lo que está entran de lleno en el capítulo de esas profecías que anuncian sus patrocinadores.
¿Qué sucede cada vez que Mario Draghi o el ministro Schäuble salen a la palestra a hablar mal sobre la marcha de la economía española y a poner de relieve sus dudas sobre la eficacia de las medidas de ayuda aprobadas por la Unión Europea? No hay secretos: que sube con fuerza el interés que España debe pagar por su deuda, la prima de riesgo se dispara y la bolsa se pega un nuevo batacazo. Y como todas esas son circunstancias que acercan más y más la posibilidad de que el rescate de nuestro país termine por hacerse realidad, no cabe duda de que personas tan bien preparadas e informadas como el alemán y el italiano no pueden desconocer lo que aquí comienzan ya a saber incluso las gentes menos instruidas: que hay políticos en Europa que, por la razones que sea -razones, casi siempre non sanctas, aunque no hayan de resultar necesariamente coincidentes- se dedican en cuanto tienen la ocasión a echarnos una mano, pero a echárnosla al pescuezo.
Se produce, así, un efecto sorprendente, que ha venido a modificar de forma sustancial la naturaleza de la política en los países de la Unión: que la marcha de la economía de un país no depende solo de factores objetivos (producto interior bruto, exportaciones, productividad del factor trabajo, políticas públicas en materia de inversión y gasto, etcétera) sino también de lo que se le ocurre, digamos, a Draghi por la mañana o a Schäuble por la tarde. Son las palabras las que crean la política económica y no aquella la que condiciona los discursos, en una inversión perversa en la que parece que quienes manejan todo el juego son meros crupieres y no la banca del casino.
Y es que el secreto final de esta logomaquia endiablada, que tiene a España -es decir, a los españoles- al borde del infarto cada vez que abren los mercados es un secreto verdaderamente a voces: que aquí todo el mundo tiene intereses -empezando, claro, por Draghi, Schäuble y todos los políticos europeos que se muestran tan preocupados por nuestra economía-, aunque muchos quieran hacernos creer el cuento chino de que sus intereses son plenamente coincidentes con los nuestros.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/8/12