Pedro José Chacón, EL CORREO, 4/6/12
El prestigio de los lehendakaris ha quedado totalmente arrumbado y consideramos que ya no podrá haber nadie que lo sepa poner en el lugar que tuvo en su origen
Haciendo abstracción de quién ostente en la actualidad el cargo más importante de la política vasca, aunque evidentemente la persona concreta tenga también mucho que ver en el despliegue de las potencialidades de esa institución, el caso es que mientras la crisis económica se llevó por delante a un presidente del Gobierno español y al actual inquilino de la Moncloa, que disfruta de mayoría absoluta, lo tiene contra las cuerdas, con un desgaste importantísimo a menos de medio año de su acceso al poder, el lehendakari de todos los vascos se mantiene en el puesto, impertérrito, con solo el apoyo de un tercio de los parlamentarios y así lleva desde el pasado 7 de mayo, va para un mes, cuando el otro partido que le apoyaba, por boca de su líder, dejó de prestarle sustento legislativo.
La imagen que transmite un lehendakari así es la de alguien cuya relevancia política, en la crisis actual, es prácticamente nula. Y lo que es peor, si cabe, es que esa imagen va a dejar una huella indeleble en la institución que representa. Cuando más arreciaba la crisis en España, que se cobraba presidentes del Gobierno uno tras otro, un lehendakari se podía mantener como si tal cosa sin tener siquiera detrás el grupo parlamentario más numeroso de la cámara de Vitoria. Esto lo dice todo ante los ciudadanos acerca del papel que tiene esta institución en la crisis y nos autoriza a preguntarnos para qué sirve una figura política así si lo que nos ocurra a todos nosotros apenas le afecta institucionalmente a él.
¿Y qué decir del Parlamento vasco como nuestra cámara representativa? Un parlamento que no tiene posibilidad alguna de remover a un lehendakari en minoría de su asiento, ni de ejercer la más mínima iniciativa en ese sentido. ¿Dónde está su capacidad de control sobre el lehendakari, dónde el ascendiente que le otorga la ciudadanía que ha votado a quienes se sientan en sus escaños? ¿Y qué decir del resto de partidos políticos, que no tienen prisa ninguna por relevar al actual lehendakari de Ajuria Enea? Unos porque esperan que la crisis escampe y deje de acosar al partido matriz en el Gobierno de España para que así, de paso, les ofrezca mejores posibilidades a ellos aquí. Otros porque están metidos en pleno proceso de elección de candidato, que más bien parece un cónclave de cardenales para elegir Papa, por sus vericuetos procedimentales y su secretismo. Otros, en fin, porque mantienen todavía una última esperanza de que su líder natural, por una suerte de birlibirloque judicial, salga por fin de entrerrejas, con el apoyo añadido de quien, a pesar de aparentar ir por libre, ostenta un cargo de relevancia política y se atreve a decir que ve su encarcelamiento nada menos que como una venganza del Estado de derecho.
La situación económica española está muy mal, lo estamos viendo todos los días y la vasca, a pesar de la barrera protectora del Concierto Económico, no podrá resistir indefinidamente sin verse también igualmente afectada en todos sus parámetros principales: paro, carestía, precio del dinero, impuestos, prestaciones públicas. Todo está yendo cada vez a peor y sin visos de mejora. Cuando definimos una cantidad de déficit o de deuda y nos aprestamos todos a hacerla frente, a arrostrar los sacrificios, a que nos reduzcan el sueldo, o nos alarguen la edad de jubilación, o nos suban los impuestos o el IVA, nos sale otro agujero por donde menos lo esperábamos. La situación de la banca española, aquella de la que se decía que era una de las más fiables del mundo, está ahora absolutamente cuestionada, desde su mismo vértice directivo. Todos empezamos a tener un miedo difuso y difícil de explicar, pero cierto, por lo que está ocurriendo. El Gobierno español apenas nos tranquiliza, es más, nos pone todavía más nerviosos, con su falta de transparencia para sacar a la luz las causas de los males actuales, por su ocultismo con personas y personalidades a las que no se quiere poner en evidencia pública, seguramente porque se trata de personas a las que se les debe favores importantes y, en esos casos, prima más el compadreo y el «hoy por ti mañana por mí» que el bienestar y futuro de la mayoría de la gente. ¿Cómo se le llama a esa actitud: corporativismo, ninguneo de la mayoría, hacer piña entre los poderosos?
Y en medio de toda esta situación tenemos una clase política vasca que manifiestamente no está a la altura de las circunstancias. Empezando por el lehendakari, que quiere demostrar, no sabemos ante quién ni para qué ni por qué, que si está en el cargo es por méritos propios. Y lo único que está demostrando es que ese puesto, en la actual coyuntura económica, sirve para bien poco. Desgraciadamente esto está quedando meridianamente claro. Por si a alguien le cabía alguna duda. Y recordemos que se trata del mismo puesto que ostentó en su día José Antonio Aguirre y Lekube, el primer lehendakari de la historia, aquel de quien se celebraron el año pasado los 75 años de su acceso al cargo, entre semblanzas hagiográficas y alabanzas del actual. ¿Recuerdan aquel artículo de Patxi Lopez en este periódico, con motivo de dicho aniversario, titulado con esa frase típica entre nacionalistas, «katea ez da eten» («la cadena no se ha roto»), para resaltar semejante efeméride? Pues bien, hoy podemos decir que «katea eten da» («la cadena se ha roto»). El prestigio de los lehendakaris ha quedado definitivamente arrumbado y consideramos que ya no podrá haber nadie que lo sepa poner en el lugar que tuvo en su origen, ni siquiera nadie del mismo partido al que perteneció aquel primer lehendakari de la historia. Porque lo que ha resultado evidente con esta crisis económica y política es que el lehendakari no tiene absolutamente ningún papel decisivo, o lo que es lo mismo, que no le afecta para nada lo que nos está ocurriendo a todos nosotros, ciudadanos vascos a quienes se supone que él se debe primero que a nadie.
Pedro José Chacón, EL CORREO, 4/6/12