Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/4/12
Los barómetros del CIS muestran sin desmayo lo que sabe todo el mundo: que los políticos gozan en España de escaso aprecio popular. En el último, realizado el mes pasado, un 18 % de los entrevistados señalan a la clase política y los partidos como uno de los tres principales problemas nacionales, solo superado por el paro (84 %) y la economía (49 %) y a notable distancia de la corrupción (12 %), la educación (10 %) y la sanidad (9 %). Ese 18 % adquiere, sin embargo, su auténtico valor al ver que únicamente el 2 % incluyen entre nuestros tres principales problemas a la justicia o las pensiones; y al constatar que los políticos son para el 6 % de los españoles el primer problema del país, tras los que consideran que lo es el paro (65 %) y la economía (16 %).
Admitido que la desconfianza en los políticos no es una peculiaridad de España, pues la cosa corre en Europa por caminos similares, tampoco nos deben doler prendas en reconocer que a los políticos les toca una tarea poco grata: administrar el conflicto político y social, lo que no ayuda desde luego a que mejore su imagen a los ojos de los destinatarios de su acción.
Pero, ni la realidad del mal de muchos ni la disculpa de la naturaleza de una actividad endemoniada pueden servir de excusa para no poner de relieve que hay dos factores que, entre otros, contribuyen al creciente desapego social hacia una profesión cuyo prestigio es manifiestamente mejorable.
El primer factor es objetivo: la globalización de la economía ha dado lugar a una uniformidad de la política que ha reducido de forma sustancial el margen de maniobra de los partidos de gobierno. De este modo, el PSOE y el PP, forzados por la UE a la aplicación de programas económicos decididos fuera de España en gran medida, acentúan sus diferencias en temas que provocan gran conflicto social (el aborto o la ley de la memoria), ante la imposibilidad de distinguirse de verdad en su gestión de la economía. Solo cuando uno ve lo que proponen los partidos antisistema (por ejemplo IU para apoyar al PSOE en Andalucía) queda claro hasta qué punto los dos grandes partidos no pueden salirse del camino marcado por la UE.
El segundo factor, ahora de naturaleza subjetiva, tiene que ver con los múltiples juegos de ventaja que practican unos políticos que, aislados en su mundo, llegan a creer que los demás no los perciben: el juego de decir o hacer cuando están en el Gobierno lo contrario de lo que hacían o decían cuando estaban en la oposición; el juego de no reconocer jamás al adversario un solo acierto; el juego (en materia de corrupción, por ejemplo) de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio: o, en fin, el juego de afirmar constantemente que solo persiguen los intereses generales y demostrar con constancia similar que están sobre todo a sus intereses de partido.
El PP no hizo nada para ayudar Zapatero a sacar a España de la crisis, esperando que esta le diera la victoria electoral. Los socialistas denunciaron esa forma de actuar pero practican ahora una calcada, confiando en que la crisis dure cuatro años más y los devuelva al Gobierno en el que han estado 23 de los 33 de nuestra moderna democracia. ¿Quién, viendo tales comportamientos, va a apreciar a los políticos?
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/4/12