Nuestro objetivo no es hacer catastrofismo, aunque tampoco optimismo oscurantista. Es decir que nos sentimos bien en la España constitucional, que valoramos sus éxitos durante treinta años y que estamos hartos de que los nacionalistas lleven esos mismos treinta años cuestionando agresivamente ese proyecto real de libertad y progreso, o sea negando lo evidente.
El Foro Ermua ha convocado una concentración para este sábado a las doce y media en la plaza bilbaína de Moyúa con el fin de leer públicamente el manifiesto ‘Por la unidad de España, por la igualdad y la solidaridad de todos los españoles’. Aunque los motivos para convocar un acto así resultan más que obvios en un contexto político -como el que vivimos- marcado por la subasta estatutaria en la que los nacionalismos catalán y vasco pujan con temerario entusiasmo y donde los gritos al alza se confunden con los órdagos, que -como bien se sabe- son de otro juego distinto, habrá todavía quien se pregunte por la necesidad de dicha movilización. ¿Y por qué ‘por la unidad de España’? ¿Hay una amenaza real de división de nuestra nación? ¿Estaremos incurriendo en el catastrofismo del que nos acusan los nacionalistas, que son por otra parte y curiosamente los mayores catastrofistas del mundo pues todas sus reclamaciones se formulan desde el alarmista e injustificado miedo a perder hoy sus señas de identidad como su pureza sanguínea ayer?
Para empezar, conviene dejar claro que la necesidad de concentrarse por una causa, cualquier causa, no es sinónimo de discurso catastrofista. Con ese argumento quedaría invalidada toda la vida democrática. Nada podría reclamarse por miedo a ese sambenito. A esto hay que añadir la puntualización de que el catastrofismo no es un mal absoluto aunque Zapatero haya hecho de él un híbrido entre fantasma de tabú y muñeco de budú. Porque hay cosas tanto o más graves que el catastrofismo como es la irresponsabilidad. En España quizá haya en efecto un superavit de alarmistas (los nacionalistas, como digo, sin ir más lejos) pero asimismo un excedente tan alto de optimistas que también son como para echarse a temblar. Uno tiembla en efecto cuando se percata de que ese optimismo no está muy racionalizado y se resuelve frívolamente en dos tesis tan opuestas como frágiles. Los optimistas unas veces argumentan que ‘los nacionalistas no desean romper España’ y otras que ‘si los nacionalistas desean romper España ya habrá previsto la adecuada táctica Zapatero para detenerlos’. Uno por otro, los optimistas dejan la casa de las incertidumbres y los disparates sin barrer.
Para acudir a la concentración del Foro Ermua por la unidad de España, la igualdad y la solidaridad de todos los españoles tendría que bastar una sola razón: que defender esa idea democrática -tan democrática como que sobre ella se asienta nuestro propio sistema de libertades- es hoy un asombroso motivo de descalificación y persecución en el País Vasco. Además de los que son capaces de asesinar están los que acosan y tergiversan, los que identifican infantilmente a España y a quien se siente a gusto en ella con el fascismo o el franquismo. Esto es, aparte de moneda común en los medios sociales y los de comunicación controlados por el nacionalismo, un ridículo despropósito porque España es el proyecto en el que ya estamos instalados mal que les pese a los nacionalistas y eso equivaldría a decir que hoy vivimos en un régimen semejante al de Mussolini o al de Franco. De tanto que se usan gratuitamente las palabras ‘franquista’ y ‘fascista’ se han devaluado en Euskadi. Hace unos días me bastó oír la retransmisión en la ETB 1 del último partido de fútbol jugado en San Mamés entre el Athletic y el Real Madrid para cazar al vuelo entre las voces del público unos insultos dirigidos al equipo visitante que llegaban al delirio: ‘¿hijoputa, fascista, español!’. Mucho me temo que el mundo de la política y el del fútbol adolecen de la misma falta de rigor terminológico al calificar al adversario. En Euskadi el fútbol se politiza y la política se futboliza. Las descalificaciones que se oyen en el debate político contra los que defendemos la España constitucional distan a menudo muy poco en confusión léxica y en simplismo semántico-ideológico de los grititos del clásico hincha energúmeno de la Catedral.
Quien no esté dispuesto a dar cuentas del estanco o de la lotería o de la alcaldía de pueblo que regentó en el franquismo y que constituirían un gran material políticamente esclarecedor, que se siente en el pupitre por favor para aprender cómo puede existir un espacio cívico e ideológico de defensa de la unidad de España sin incurrir en la perversión franquista ni en la nacionalista siquiera. En un discurso que recupere ese espacio legítimo está ahora trabajando el Foro Ermua. Hablo del mismo espacio en el que se movieron Azaña, Prieto, Unamuno, Ortega, Giner de los Ríos y hoy Gustavo Bueno, que estará en la concentración de Moyúa. Hablo de la España que cantaron y nombraron sin complejos Cernuda y Blas de Otero así como los tres poetas del martirio: Hernández, Lorca y Machado. Hablo de ese mismo espacio que generó o regeneró la Transición y que es el que acota no Franco sino las Cortes de Cádiz. La unidad de España está antes profundamente ligada a toda nuestra tradición liberal, ilustrada y republicana que a una Dictadura que por mucha unidad que proclamara no sólo dividió España sino también a los españoles.
Nuestro objetivo no es defender una patria esencialista como la de Arana para los vascos, sino una realidad tangible para el individuo, para todos los españoles como ciudadanos y sujetos de derecho que somos; la realidad garantizada por la Constitución del 78, que nos ha dado un progreso y una libertad sin precedentes. Nuestro objetivo no es hacer catastrofismo aunque tampoco -obviamente- optimismo oscurantista. Es decir, en voz clara y alta, que nos sentimos bien en la España constitucional, que valoramos sus éxitos que han cambiado en treinta años nuestras vidas de un modo insólito y que estamos realmente hartos de que los nacionalistas lleven esos mismos treinta años cuestionando agresivamente ese proyecto cumplido y real de libertad y progreso, o sea negando lo evidente. Ellos son los que recurren al catastrofismo y al falso victimismo para legitimar su proyecto irreal. El nacionalismo vasco nos quita Andalucía, nos quita Cataluña, nos quita Madrid, nos quita Valencia, nos quita España para darnos a cambio lo que ya tenemos: Euskadi. Y eso nos parece entre otras cosas un mal negocio. ¿Tan raro es que no nos guste ese mal negocio y que queramos decirlo en la plaza que ocupan todos los fines de semana impunemente los enemigos de la democracia?
Iñaki Ezkerra, portavoz del Foro Ermua. EL CORREO, 17/2/2006