Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 21/1/12
Carmen Chacón propuso hace unos días en una entrevista radiofónica un debate con su contrincante para la Secretaría General del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, pero la aventura de la candidata fue atajada radicalmente por el secretario de Organización del partido. Los argumentos para justificar esta decisión han sido variados y sorprendentes: «No es bueno para el partido»; «las primarias no pueden ser una subasta política»; «no puedo permitir que el proceso de primarias desemboque en una brecha difícil de cerrar después de un Congreso del que tenemos que salir más unidos que nunca»; «el debate tiene que ser en las agrupaciones, entre los militantes y ellos dos, dirigiéndose a los afiliados, pero por separado»… En fin, una batería de razones que contradicen la proclamada voluntad de dar la palabra, a través de elecciones primarias, no sólo a los militantes, sino también a los simpatizantes en un nuevo y extremo esfuerzo por abrir el PSOE a la sociedad española.
Tal vez la sorpresa por la negativa sea mayor debido a la tranquilidad y a la falta de oposición con las que han sido recibidas las propuestas de la candidata sobre la apertura del PSOE a la sociedad española; sin ningún tipo de discusión fueron asumidas por sus contrincantes. Sin embargo, las propuestas de la líder catalana merecen una reflexión profunda y serena, y lo afirmo recordando que las primeras elecciones primarias se realizaron en el País Vasco hace más de 10 años, y en ellas competimos Rosa Díez y quien firma este artículo.
El resultado de aquella experiencia fue políticamente muy tonificador para los socialistas vascos y me permitió adquirir un grado de conocimiento público del que carecía al principio de la contienda interna, pero el resultado positivo tuvo mucho que ver con el comportamiento leal de Rosa Díez, que concluyó su último discurso -una vez conocido el resultado que me otorgaba la victoria por seis escasos votos- sumando su porcentaje al mío y convirtiéndose así en mi principal colaboradora durante la campaña electoral. Por un puñado de votos gané una amistad que dura años y resiste los distintos avatares de dos trayectorias, la de Rosa Díez y la mía, que se han separado estos últimos años.
Divisiones internas entre militantes
Justamente esta experiencia me permite hablar con la libertad que parece escasear en otros lares. A pesar de la experiencia en el País Vasco, las primarias provocan divisiones internas duraderas entre militantes, sólo es necesario recordar la división que se originó entre los socialistas madrileños después de unas primarias ciertamente provocadas muy artificialmente, y sólo merecen la pena si los proyectos, en el marco ideológico de la organización, sirven para debatir propuestas suficientemente distintas. Si no existen diferencias, si se trata de una cruda y sencilla lucha por el poder, no merece la pena someter a la organización a semejante estrés político? Hoy por ejemplo no existen diferencias suficientemente importantes entre los candidatos que compiten por la Secretaría General del PSOE, o por lo menos podemos decir que no las han mostrado ante los militantes y los ciudadanos de una forma clara y suficiente como para justificar la celebración de unas elecciones primarias.
Cuestión muy distinta es la apertura de estas primarias a los simpatizantes. La propuesta supone una reforma total de la organización del PSOE volviendo a definir el papel de los afiliados, que dejarían de tener la importancia que tienen hoy en día al igualar sus derechos a los de los simpatizantes en las decisiones más transcendentes en la vida de los partidos políticos como son la elección de los candidatos a la Presidencia del Gobierno de la nación, a las comunidades autónomas o a los Ayuntamientos, además de intervenir en el discurso político al elegir a uno u otro candidato en base a sus diferencias políticas.
¿Qué nos espera?
Es posible que las nuevas realidades sociales impongan nuevos modelos de partidos políticos -tiendo a pensar que ésta es la inevitable tendencia que marcan los nuevos tiempos-, pero ese cambio merece una mayor reflexión, precedida de un serio debate sobre el asunto y sin caer en demagogias baratas o en ocurrencias populistas. Se ha argumentado a favor de esta revolucionaria propuesta el ejemplo de los socialistas franceses, pero en el caso galo concurren algunas características de carácter general y de naturaleza partidaria que no encontramos en nuestro país. En primer lugar, los partidos en Francia tienen un papel menos relevante que en España, sus estructuras son más débiles, la vida socio-política más intensa y la pluralidad partidaria mayor. Esa realidad permite una gran tensión en los partidos mayoritarios y la aparición de familias, sensibilidades y hasta tendencias distintas, encabezadas por dirigentes que no se juegan su futuro si pierden en la competición interna. Por el contrario, en nuestro país, los partidos han tenido una evolución expansiva, por lo que la vida pública se desarrolla casi exclusivamente en los márgenes establecidos por las formaciones políticas. Esta realidad ha dado a los partidos un papel predominante en la política española, generando una gran disciplina interna y una menor pluralidad partidaria. En Francia, el propio Sarkozy tiene en su ámbito político contrincantes en la carrera por la Presidencia de la República, y no me refiero al partido de Marine Le Pen, sino a candidatos instalados en el mismo centro derecha.
Por otro lado, la historia del Partido Socialista Francés, una realidad confeccionada por Mitterrand para sus objetivos políticos, tiene una rica tradición de división, dirían algunos; de pluralidad, dirían otros. El PSOE es una entidad con una gran y extensa organización dirigida por un fuerte aparato, poco plural; en realidad, en su seno sólo existe una corriente de opinión y de escasa influencia política y orgánica. En fin, los orígenes, la realidad orgánica, la cultural y la política de las dos organizaciones no pueden ser más diferentes.
Lo dicho hasta ahora no debe entenderse como una rotunda negativa a la celebración de primarias en los partidos o a la participación de los simpatizantes. Bien al contrario, es un llamamiento a que todo esto sea llevado a un debate serio y profundo por parte de los candidatos durante este periodo precongresual, teniendo en cuenta que la organización de los partidos no es prioridad alguna para los ciudadanos que hasta dentro de cuatro años no volverán a decidir a quién van a votar, y lo harán por motivos que les afecten directamente.
Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad.
Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 21/1/12