¿Qué pasaría si mañana, o el mes próximo, de acuerdo con la propuesta de Currin, Batasuna hace un llamamiento público a ETA para que declare un alto el fuego permanente y verificable? Pues que sería bienvenido siempre que no vaya asociado a la idea de negociación con contrapartidas políticas. Pero ayer se vio que Batasuna no está madura para dar ese paso; en la duda, prefiere creer a Mayor Oreja.
Suele decirse que lo malo de tener una idea es tener sólo una, y eso es lo que puede estar pasándole a Mayor Oreja. La suya es, desde hace años, que está en marcha una segunda parte de la negociación del Gobierno con ETA. Es una convicción inmune a los hechos: detenciones, acoso al entorno, cierre del acceso a las instituciones. Quienes han salido en su defensa alegan que otras veces también hizo de Don Cicuta, y acertó. Como cuando dijo que la de Lizarra era una «tregua-trampa», y ETA, desafiante, lo confirmó. Reforzado por ese argumento, Mayor ha respondido a quienes le pedían pruebas de sus acusaciones que tampoco entonces las tenía, y acertó.
Pero en 1999 se trataba de acertar sobre las intenciones de ETA, mientras que ahora la «certeza» incluye una grave acusación contra el Gobierno, al que considera «aliado potencial» de la banda dado que comparten el designio de «debilitar a España». De momento, lo que ha conseguido el ex ministro del Interior ha sido debilitar el pacto que ha permitido la alternancia en el País Vasco: pese a las educadas declaraciones de Basagoiti, restando verosimilitud a las acusaciones, unas posteriores de la presidenta del Parlamento de Vitoria, Arantza Quiroga, prestándosela (y proyectándolas contra Patxi López) han envenenado la relación entre ambos partidos.
Otro argumento de los defensores de Mayor es que los movimientos del entorno de ETA en favor de la negociación prueban la existencia de ésta; se incluyen entre esos movimientos el encabezado por el medidor surafricano Brian Currin, artífice de la declaración suscrita el lunes en Bruselas por 19 personalidades internacionales. En esa declaración se avalan las iniciativas de la ex Batasuna para propiciar «un proceso sin violencia», se pide a la banda una tregua permanente y verificable y se insta al Gobierno español a ser sensible a esas iniciativas para alcanzar «una paz duradera».
Currin celebró recientemente el comunicado de Batasuna que siguió al asesinato de un gendarme en el que pedía a ETA que ratificase su adhesión a la Declaración de Alsasua, en la que la formación ilegalizada asumía los llamados principios Mitchell (sobre el conflicto irlandés). Pero el segundo de esos principios establece el compromiso de exigir el desarme de las organizaciones paramilitares. Lo que correspondería sería aplicar esos principios, no volver a proclamarlos. Y es evidente que ETA no los ha respetado. Pues aunque Batasuna diga que la muerte del policía galo se debió a un «encuentro fortuito», nada de imprevisible tiene un enfrentamiento con la policía en el curso de un atraco a mano armada para llevarse media docena de automóviles. Como dijo hace años Juan María Bandrés, si no se quiere lamentar en un comunicado que una bomba mate a personas inocentes, lo mejor es no ponerla.
La visión que tiene Brian Currin del problema de la violencia en el País Vasco la expuso en una conferencia pronunciada en el Kursaal de San Sebastián en octubre pasado: opinó que una causa decisiva del fracaso del proceso de paz de 2006 fue que Batasuna estuviera ilegalizada; arremetió contra el Gobierno español por tratar de persuadir a la comunidad internacional de que el conflicto vasco se reduce a una cuestión de terrorismo, obviando la autodeterminación; y dijo que Batasuna hacía bien en no condenar los atentados ni romper con ETA, ya que debía «llevársela consigo» en su camino hacia la política.
Todo esto se corresponde en líneas generales con la visión de la izquierda abertzale, pero el resto de los partidos más bien admite hoy que gracias a la ilegalización (avalada por Estrasburgo) ha aflorado una contradicción potencial de intereses entre ETA y su entorno. Ese factor, unido a la indiferencia del resto del nacionalismo ante las propuestas de Batasuna, es lo que ha obligado a los de Otegi a ir más allá de lo previsto; y tras la experiencia de 2006 ya nadie piensa en una negociación política (paz con contrapartidas). Como ha dicho Patxi Zabaleta, líder de Aralar, «paz vasca significa cese unilateral, definitivo y comprobable de la lucha armada de ETA sin ningún tipo de contraprestación»; es decir el rechazo de «toda expectativa de proceso al estilo de Loiola» (Gara 25-3-2010).
Lo de llevarse a ETA consigo tiene más calado. El objetivo no es que Batasuna condene sino que consiga que ETA se retire. Suele decirse: que convenza a ETA o rompa con ella. Pero en ese orden y no lo uno o lo otro, a elegir. Después de muchos años de beneficiarse de la desigualdad radical introducida por la violencia en la política vasca, para que la izquierda independentista ligada a ETA pueda competir en igualdad de condiciones tendría que conseguir el abandono de las armas que hasta ahora ha avalado. Sólo si lo ha intentado seriamente y ETA se niega bastaría la ruptura.
Pero ¿qué pasaría si mañana, o el mes próximo, de acuerdo con la propuesta de Currin, Batasuna hace un llamamiento público a ETA para que declare un alto el fuego permanente y verificable? Pues que sería bienvenido siempre que no vaya asociado a la idea de negociación con contrapartidas políticas. Pero ayer se vio que Batasuna no está madura para dar ese paso; en la duda, prefiere creer a Mayor Oreja.
Patxo Unzueta, EL PAÍS, 1/4/2010