Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 27/10/11
Un buen amigo mío, de aquellos que tiene las ideas sentadas, la cabeza fría y la España constitucional en el corazón, ha sido invitado por una prestigiosa entidad socio-politico-cultural a preparar eso que los cursis ahora denominan un “paper”, y que en español castizo sigue recibiendo el nombre de documento, sobre el presente y el futuro de la “marca España”. Lo cual, traducido al román paladino, es un equivalente de la imagen que nuestro país proyecta al exterior y la buena o mala reputación consiguiente. A nadie se le escapa la trascendencia que de ello se deriva: una buena “marca” no sólo vende bien sino que además sirve de importante estímulo psicológico para que los españoles se vean retratados en una fotografía de triunfo y excelencia que, a su vez, dinamiza adicionalmente a la comunidad nacional y abre nuevas vías de comportamiento interior y exterior a sus habitantes.
Hace todavía pocos años, apenas siete, y no por casualidad, el tema de la consabida “marca” había recibido considerable atención pública y privada, al aire de los venturosos vientos que entonces soplaban para la nación española: la economía, a pesar de ciertos desarreglos estructurales, funcionaba razonablemente bien; las cifras de paro se habían reducido a números históricos; las empresas españolas se iban estableciendo de manera sólida y competitiva en el exterior; la vida política del país, aun estando sometida a las tensiones derivadas de los pulsos nacionalistas, gozaba de una envidiable estabilidad y seguía contando con el tesoro acumulado de la modélica transición pacífica hacia la democracia; la fortaleza interior se había lógicamente traducido en una mayor capacidad de acción exterior, donde con prudencia y firmeza España había alcanzado un respeto internacional desconocido desde hacía siglos; y en general los españoles se sentían orgullosos de serlo y satisfechos de pertenecer a su país. De hecho varios institutos académicos habían dedicado sendos estudios al tema de la “marca” y los resultados y la prógnosis no podían ser más alentadores: España estaba en marcha y en la buena dirección.
Mi amigo, lúcido y consciente del entorno que es él, sabe que esa idílica “marca”, con alguna conspicua excepción, como la que corresponde a las empresas españolas internacionalizadas, ya no refleja la realidad y encuentra alguna que otra dificultad conceptual para expresarlo de manera que ,sin faltar gravemente a la verdad, al tiempo se pueda configurar en estimulo para un futuro mejor: que tenga en cuenta lo que los españoles en situaciones harto difíciles fueron capaces de alcanzar y las posibilidades que tienen de repetir la hazaña. Y en esas estaba cuando el Presidente francés, Nicolas Sarkozy interrumpió sus cavilaciones y complicó sus bienintencionadas reflexiones al expresar con brutalidad nada diplomática lo que muchos en España y fuera de ella piensan de nuestro país. Dijo el francés:”Se hablaba de España como un milagro hace dos o tres años. Se hablaba de Irlanda como un Eldorado. ¿Quién querría estar ahora en esa situación?”. Como cita de autoridad para encabezar como frontispicio un estudio sobre la manera de enderezar la menguante “marca” España no está mal. Como descripción de la situación en que nos encontramos no podía ser más melancólica, por utilizar un adjetivo que no resulte excesivamente negativo.
Mi amigo, curtido en complicadas lides personales y colectivas, ducho en la navegación nacional e internacional, inasequible al desaliento, sigue adelante con su proyecto. No puede defraudar a los que se lo han encargado ni sobre todo quiere dejar de creer en que los españoles sean capaces de cosas grandes. Y ciertamente mantiene la esperanza en que la llegada de un nuevo proyecto politico a la Moncloa de la mano de Mariano Rajoy y del Partido Popular ayude a superar los años de marasmo, incompetencia y discordia que, como bien dice en presidente francés, en pocos años han dejado reducida la “marca España” a una desvaída sombra de lo que era. Pero considera la tarea tan imprescindible como titánica, necesitada de un esfuerzo colectivo tan amplio, generoso y sostenido como el que en su momento hizo posible que los españoles recuperaran al mismo tiempo la democracia y el orgullo. Lo que llevó la “marca España” al aprecio, no exento de envidia, por las cuatro esquinas del planeta. “Suerte”, le he dicho, “no solucionarás los problemas pero a lo mejor nos ayudas a comprender mejor lo que tenemos que hacer para superarlos”. Espero los resultados de su ponencia. Que Dios y la Virgen del Perpetuo Socorro le ayuden en eso de explicar cómo se pone de nuevo la “marca España” en el sitio que le corresponde. En el que tuvo y nunca debió perder.
Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 27/10/11