Llegó la hora de la verdad. Se anunciaba una campaña anodina, pero ha sido cualquier cosa menos eso. Y no precisamente gracias a la oferta de los partidos. La carrera hacia las urnas tuvo un arranque bronco, pasó por un interludio negro y ha escrito un final inesperadamente agitado. Hoy, los ciudadanos tienen la palabra.
La penúltima. La definitiva, ya saben, es cosa de los partidos, que cierran según su interés -que solo a veces coincide con el general- lo que los electores dejan abierto. El movimiento de los ‘indignados’ -reniego de lo de ‘Democracia Real Ya’, porque si esos jóvenes pueden manifestarse en la calle es porque vivimos en democracia, imperfecta, pero democracia- ha estirado un día más la campaña. Puede que por una vez esa pomposamente denominada jornada de reflexión haya servido, por una vez, para eso, para pensar.
Pero todo cuanto debía esclarecer la cita con las urnas sigue en pie. Con un añadido: saber cómo evolucionará el movimiento 15M -que no es una revolución antisistema sino una reacción de enfado ante una crisis horriblemente mal gestionada, que ha dejado un horizonte en el que apenas se vislumbran incertidumbres- y si forzará o no a los partidos a introducir cambios.
De momento, los ‘indignados’ han conseguido desconcertar a la clase política. Sus integrantes, en aplicación de los usos y costumbres del gremio, se han dividido en dos grupos. Los que han tratado de seguir a lo suyo como si nada ocurriera. Y quienes han buscado descaradamente rentabilizar la protesta en su favor.
Por tanto, y aunque hoy toca elegir nuevos ayuntamientos y renovar las Juntas Generales de las que luego saldrán las diputaciones, los comicios se leerán también en clave nacional, como un escrutinio del alcance del desgaste del Gobierno central. Y con ello, del margen de maniobra del que disfrutará el sustituto de Zapatero (¿Rubalcaba?) como futuro cartel electoral del PSOE, consensuado en primarias o en un congreso extraordinario si el descalabro alcanzase lo monumental. También se interpretarán como un primer examen para el Gobierno vasco del cambio del socialista Patxi López, avalado por el PP.
Urnas y pactos
Decía que los ciudadanos tienen hoy la penúltima palabra, porque la última es de los partidos. Y basta con echar una mirada a lo que ocurrió hace cuatro años para certificarlo. El PNV ha gobernado las tres diputaciones pese a que en 2007 únicamente ganó en Vizcaya. En Álava apenas pudo ser tercero (tras PP y PSE) y en Guipúzcoa, segundo, por detrás de los socialistas. Los alcaldes, en cambio -Azkuna (PNV), Lazcoz (PSE) y Elorza (PSE)-, sí fueron los cabezas de las listas más votadas.
Como no parece que los electores vascos vayan a otorgar mayoría absoluta a nadie o a casi nadie -eso han pronosticado al menos las encuestas-, toca pensar en el escrutinio de esta noche y también en el día después. La gran pregunta a priori es: ¿Dónde se abrirá el baile de los pactos?
Si Bildu llega a ser la lista más votada en Guipúzcoa, hay muchos indicios de acuerdos y desacuerdos que se escribirán a partir de esta realidad. Si, por contra, la izquierda abertzale tradicional -más EA y Alternatiba- obtiene un buen resultado, pero no la victoria en este territorio, el baile arrancará en Álava, donde el PP espera regresar al poder gracias a sus resultados, sí, pero también al apoyo socialista en reciprocidad a su respaldo al Gobierno de Patxi López.
Dependerá siempre de los resultados, claro está, pero esta vez hasta los segundos puestos pueden tener un valor determinante. Y es que si se llega a plantear un eventual frente antiBildu -algo perfectamente previsible dadas las lógicas desconfianzas históricas que aún genera la izquierda abertzale tradicional y que su apuesta es paralizar las grandes infraestructuras proyectadas en el país-, resultará menos complejo según quién haya sido segundo y tercero en las urnas, y si son posibles compensaciones en otros territorios.
Así de difícil e interesante se dibuja el baile postelectoral, al que hay que sumar otros dos elementos importantes. De una parte, las exigencias del PNV a Zapatero para no dejarle caer en el Congreso. De otra, el inmediato inicio del proceso de renovación interno de cargos en la formación jeltzale, que culminará a finales de año. De momento con una interrogante: si habrá pacto previo Urkullu-Egibar o si los soberanistas darán la batalla. El resultado de Guipúzcoa no será inocuo.
EL CORREO, 22/5/2011